EL MUÉRDAGO SE ENREDA EN MIS
TOBILLOS,
helechos
y agavanzas me ciñen las caderas
y
un nenúfar
se
deshoja en el valle dócil
de
mis nalgas.
Sobre
la tierra húmeda me acuesto como un
ojo
que se cierra
(tienen
mis muslos el sabor del humus en otoño)
y
me hago raíz,
vegetal
crisálida
aguardando
la aurora.
Sobre
mis labios quietos
lentamente
desova
una culebra.
INTERMEDIO
Entre
una imagen tuya
y
otra imagen de ti
el
mundo queda detenido.
En
suspenso. Y mi vida
es
ese pájaro pegado al cable
de
alta tensión,
después
de la descarga.
SIN EMBARGO...
Sin
embargo,
sin
embargo,
sin
embargo... No me
fío
de mí. Nada es
permanente.
Menos
lo
es la palabra. Esto
tampoco,
esto
tampoco,
esto
tampoco. No me fío,
no
te fíes de quien
dice,
de quien
habla,
de lo que se
dice,
de lo que dices,
de
lo que digo,
no
me fíes,
no
te fío.
La
lucidez es una chispa, un
estado
de conciencia
en
las multiplicadas estancias
de
la conciencia o que hacen
conciencia,
las estancias
que
se alargan, se prolongan, se
continúan,
y así
se
le llama conciencia
a
aquella continuidad.
No
me fío, no te
fíes
de las estancias,
se
estrechan,
se
acortan,
se
invaden,
desaparecen,
la
lucidez es un instante
entre
estancias,
ventanas
en la mónada que
si
permanece bajo
la
luz del foco se hace estancia,
también
ella, y sufre
las
mismas convulsiones.
Sin
embargo,
sin
embargo,
sin
embargo... lo
que
intuyo ahora
se
borrará mañana,
luego,
ahora,
apenas
se haga pensamiento,
conciencia:
estancia. Atrapamos
la
sensación que invade las entrañas,
muy
abajo,
muy
adentro,
muy
homogénea, la atrapamos
y
la hacemos eso: «sensación»,
la
nombramos,
la
describimos... la perdemos. Ya
no
es ella, ya no es eso, ya no es.
Aún
está allí pero
no
es lo que digo,
lo
es apenas,
no
es lo que oís,
no
es eso, no
os
fiéis,
no
me fíes,
no
te fío.
De
nuevo cae la tarde,
mengua
la luz.
Los
colores del otoño vienen del oeste,
decía
aquel poeta chino.
El
mundo está en mí.
No
me apartaré.
Acojo
todos los colores, el
estío
dentro de mi otoño,
porque
sé que no
hay
fin, que no habrá término.
Todo
comienza y termina en mí.
Yo
soy el infinito proyecto de mí misma
por
encima de mí
me
sobrevuelo.
NO PONDRAS NOMBRE AL FUEGO
No
medirás la llama
con
palabras dictadas por la tribu,
no
pondrás nombre al fuego,
no
medirás su alcance.
Todas
las llamas son el mismo fuego.
Mi
cuerpo es una antorcha que alumbra los espantos
que
la razón construye en sus tinieblas.
Hay
que bajar al cuerpo, muy adentro,
tocar
el centro ardiente, abrirlo y propagar
el
gozo de la lava.
No
importa en qué caderas,
en
qué pecho resbale,
no
importa la estatura, el sexo o la materia
pues
todos caminamos sobre la misma pira.
No
medirás la llama con palabras que encubren
los
viejos sentimientos de los hombres.
Chantal Maillard. poeta y filósofa (Bélgica, 1951)