JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN

Hay que coser estas nubes
            a la cordillera en deriva
y parchar los visillos deshechos de la mirada
            al hambre pelada de los paisajes
a sus iris transparentes
            a su vieja piedad por nuestro nombre.

Hay que coser un hálito a la voz
una sed a la saliva
y un punto ciego tras los párpados.

Hay que coserle al viento
un canto de botánicas amotinadas
y al cuello un suspenso
de diarias serpentinas.

Tal vez así las cosas
sepan irse solas
o por lo menos encontrarnos
en su deriva.

*

Todo lo que ocurre por ir a comprar el pan,
o un foco, o un peine, o una astilla
apenas cabe en el bolsillo:

De pronto, de estar uno adentro,
está ahora afuera, a pie cae
entero por la calle,
como un pañuelo derramado

a la hora en que nadie recoge nada:
ni aquel perro amarillo que dormita
ni el hortelano insomne se preocupan
por la temblorosa suerte
de quien va a comprar una vela,
un foco, un bolsillo, un fósforo.

La calle, a esa hora intermedia,
tiene el ruido de otra calle
por la que nadie, invitado,
pasa.

Sin embargo es la misma pasión
oculta que no se sabe si busca un peine,
una tienda o un pañuelo
la que dirige el aventurarse en la distancia
de la hormiga
que tal vez pisaste
mientras solo ibas a comprar
algo
a la tienda.

A una comensal

A A une passante


Ensordecedores, alrededor mío, gritaban parroquianos.
Alta, delgada, de negro ceñida, recatado paso,
una mujer llegó, de sandalia muy desnuda,
elevando, equilibrando el talón, la pantorrilla;

Dubitativa y común, con su pierna de estatua.
Yo almorzaba, extravagante como ante un arroz.
En su mirada, cielo tímido en que afloraba el divorcio,
La dulzura que se agota, el placer que desespera.

Un camarero… ¡luego el menú! Fugitiva vecina
cuya mirada pronto me declaró otro apetito,
¿volveré a verte en otra parte?

¡En mi cuarto, tan cerca de aquí! Mañana, tal vez,
¡aunque ignoro lo que comes, tú no sabes lo que bebo!
¡Oh tú que podría devorar, oh tú que acaricias el mantel!


Proa de Vanuatu


Ese día parecido a un día me dijiste,
sin mirar mucho al lago en el invierno

                        casi hiriendo el brazo que tomabas

¿ves aquella esquina
                                               partiendo allá?

Dije tal vez la veo, este día de diciembre
Tal vez se agolpa su refugiada inundación

                                   -no sueltes este abismo

es tuyo, cantó tu voz:
                                    anoche no he dormido
            hasta saberlo no te rindas:

al llegar a aquella esquina
irás por algún lado
                                   yo por otro y
nunca, nunca
-te amo tanto- ya toques mi ventana
me llames, escribas una carta:

            déjame la alegría del dolor
incólume al caer mirar el cielo
                                                      -tuyo


el parque parco
de lentas ramas secas y Un lago Un lago
hacia las cinco del invierno

                                               de ese día

del que dura su quejido y su remanso
e interpela el resto de los días –estos-
y no sé cómo los sostiene

si al caminar dabas
los pasos sin pasar, este brazo sostenías
el ansia y el ayuno de llegar
a la inmutable esquina
a la hora de partir

                                   y nunca, repetiste,
nunca inflijas ya –de espera no me aflijas-
            la vuelta del puñal

tu nombre ya lo tengo
la guerra ha de bastarme

Agua náufraga tu voz
incolora el hambre de tus ojos

            pisamos entonces el presente abierto
de esta ciudad esta memoria

hasta el puente de otro puente, el río
las luces de la isla

et la Seine coulait sans nous
                                               vers   

Te fuiste
Ya sin desembocadura,
Lejos circulando por mi sangre

Puro oro del olvido

A veces digo tu nombre
            y al beber en la noche
la noche de tu mano
                                               al irte

                        Quedas


Muda memoria del olvido

Ese camino, esos doblegados pastizales, ese viento en la mirada, ese entonces. El calor y casi nada más –entonces. Pero vuelven otra vez el camino, el calor y los pastizales. Cierro los ojos, los abro a la tierra desierta, el pastizal del viento.

Soy ese mismo camino, ese mismo pasto, este mismo frío.


La ventana, el pájaro en la rama y la lluvia que viene y se detiene. El viento mira el viento, la bube que vuelve y el cuerpo que calla. Las hojas cantan las ramas y el día recuerda la noche. Yo mismo la noche, yo mismo la briza, el canto anudado al canto.

La ciudad sus aceras grises y el sol quieto, la nube derramada. Hay una callejuela tras la estación, un almácigo de durmientes y olvido mi nombre, caigo en el canto de la acera. Oscuridad de ciegos días ferroviarios rendidos por la sed y las murallas.

Vuelve por mí la ciudad de ojos arrancados, andan por mí las aceras grises y escucho el pastizal que ulula.

Soy la estación, la callejuela, la hora que no llega.

Han caído las gotas sobre las gotas, sobre las hojas, sobre mi frente. Luego la nube se ha disuelto en nube, en mano de esta piedra calzada de mi hálito, esta pérdida encontrada. La murmuración de las hojas, de mi frente debajo del rocío, son mudo barro, mi viaje para siempre a los más próximo.


La bodega es muy oscura, la madera vieja en vano. Parado en el mostrador, doy la espalada a la calle oscura, a la lluvia vieja. Y una voz de errancia grita sus bisontes en mi pecho.

Vuelven la bodega, el vaso, el anverso de la calle. Estoy detrás de mí. Soy un parque tras la puerta, el brillo de la memoria de lo oscuro.

La muerte no sabe nada. Recoge y pasa, se queda para siempre. Por la ventana abierta entra la lluvia y duerme en el jardín el rostro mudo de los mudo. Entre las plantas que lo saben todo, entre el barro que no necesita saber nada.

Me paro en la ventana, la lluvia golpea los cristales y doy un paso. El jardín entra dentro mío, el barro abre la cuaderna de mi frente.

La muerte pasa, abro mis ojos y las sábanas del lecho son una ventana, esta ventana, esta mano que la abre al escribir cuando mis venas son la lluvia y he llegado al alba.





Juan Cristóbal Mac Lean (Bolivia, 1958). Ha publicado tres libros de poemas  Paran los clamores, 1997, Por el ojo de una espina, 2005, Tras el cristal 2012, tres de ensayos/prosas Transectos, 2001, Fe de errancias 2008 y Cuaderno, 2015 Tradujo algunos libros del francés y del inglés. Se dedica a la pintura, al garabato.




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