Actos
humanos
I
Beber vino
hacer el amor
preparar el desayuno
leer el periódico
quejarnos del gobierno
de la delincuencia
del sueldo
de la educación
de Dios.
Pasar seis horas
frente al televisor
y otras seis
mirando el celular.
II
Tomarse un café todas las
mañanas
y ver la silla de al lado
vacía y blanca como el
silencio
de la sala de espera de un
hospital.
Caminar por la casa, en la
oscuridad
con el peso de nuestra
compañía
sintiendo el estruendo
de nuestros pasos sobre la
madera.
Acumular recuerdos de manera
obsesiva
como quien sale al basurero
a cazar moscas con una red
gigante.
Desplomarse
al contemplar una foto de
hace diez años
sin comprender cómo
−a pesar de haberse ido−
la persona permanece
capturada entre papel y
tinta.
Vivir condenados a la
melancolía
extrañando lo desaparecido
sin aceptar que ya
nada queda.
Inerte
Frío
hace
frío
no
afuera, sino dentro, aquí en el alma.
Congela
y se esparce en las entrañas
se
acomoda para quedarse.
Se
apaga
aquel
fuego voraz
ya
sólo es una chispa.
Quema,
pero no alumbra.
Oscuridad
en el fuego.
No
hay fuego
no
hay luz
no
hay salvación.
Borra
y reescribe.
Huimos
de la muerte
sin
pensar que todos los caminos llevan a ella
y
la vida no es más que una guerra
perdida
desde el principio.
Y
quizá la muerte no sea tan terrible
quizá
es un jardín con árboles
–paz,
donde no estremece el viento–
quizá
la muerte es un pequeño paraíso
quizá
es un rincón de esta ciudad desconocida
quizá
es una bahía
quizá
la vida
o
el faro que nos guía hacia ella
–piedras,
aves
y
una pequeña isla para sentarse a descansar–.
Quizá
la muerte es una iglesia que ya nadie visita
donde
sus santos lloran por el abandono
y
un Cristo nos mira con cara reprobatoria
quizá
la muerte es una granja en la que ya nadie vive
de
la que ya poco queda
sin
más luz
que
el rayo que se cuela por el techo roto del establo
con
la atmósfera solitaria de un viejo cementerio
quizá
la muerte es un campo de trigo
donde
el silencio puebla y podemos ser nosotros
sin
voces que nos condenen por lo que somos.
En algún muelle canadiense
Para Andrea Silos
Canadá y su soledad acostumbrada
árboles congelados y calles vacías
ya no cantan los pájaros
solo el llanto de una mujer
que extraña a su familia.
Un ciego ve amor en la tragedia
ella lo ve junto al muelle
ya es de noche
y dos amantes se extrañan
y están sin estar
en una cabaña poblada
por el furor
de
dos
cuerpos
paralelos.
Enero
No se le escribe a enero por el frío
no es motivo para que el invierno
tenga
tantos poemas.
Se le escribe a enero
por la ausencia
poco le importa al cazador el frío
cuando lleva
la piel del oso puesta.
Christian Encarnación, Santo Domingo, República
Dominicana, 1997. Estudia Licenciatura en Informática en la Universidad
Autónoma de Santo Domingo. Escribe desde adolescente, por la necesidad de
liberar las palabras que chocan por dentro de su cabeza, considera el acto de
escribir como terapéutico y ve en él una manera de traducir el mundo y los
sentimientos. Escribe su primer poemario.
Colaboración:
Luisa Isabel Villa Meriño