Rastro
Yo esperaba, agazapado en la oscuridad de la cancha,
que mi padre avanzara,
que se alejara del hogar que ya no le pertenecía,
y mientras sus pasos: largos y compactos
se aferraban al asfalto,
su oración era la misma:
ven a mí desconocido de puñal hambriento
y devora mi cara,
vuélveme el cuerpo sin nombre,
simple cuerpo estorbando la vía,
simple cuerpo manchando la tierra.
En la madriguera,
su destierro no tuvo perdón,
y cada regreso,
breve y fugaz,
fue un portazo reinando en el barrio.
¿Qué fue de aquella puerta testimonial?
¿De aquel trozo de madera oscura y desvencijada?
¿De sus huellas, de sus astillas sonrientes
arrancadas con los cuerpos?
La oscuridad de la cancha,
fue el ácido inmediato,
la dosis dura y temeraria,
la purga efectiva,
que ignoraron las voces de la casa,
una casa sin fumigar
una casa donde la plaga
rumió cada centímetro de ladrillos,
una casa de cómodas funerarias.
Yo esperaba,
que mi padre avanzara,
que tras su oración violenta
retornara a Billy Ocean,
al Loverboy que envejeció en sus oídos.
La calle lo volvió un rastro,
una procesión que se derrite,
ágil y despellejada,
en los confines de la urbe.
Phil Anselmo piensa en su yugular
Cuando enfermó de sí mismo
pensó en amputarse cada parte infecta,
buscó tijeras, cuchillos,
la sierra oxidada
alambre
guantes de hule
una bañera.
Todo el cliché de película gore.
Hoy ha vuelto a sentir las ampollas,
a verse trozos verdes,
a olerse putrefacto.
Se mintió recuperado.
No quiere más dramas,
por eso piensa en su yugular,
toca su yugular,
en su yugular hallará la solución.
Una voz
Una muerta está junto a mí,
espía desde mis oraciones.
Una muerta de lecciones cotidianas.
Mi abuela es una muerta,
que me habla en sueños
para recordarme cosas banas:
limpiar la casa,
sacar la basura,
cerrar las puertas.
Una voz chillona ordenándome los días,
tambaleándose desde una nada hipnotizante,
que huye y vuelve para su misión.
Una voz obsesionada,
de presencia oscura
que late en mi sudor.
Mi abuela, una muerta sin epitafio,
un trozo de papel descolorido
que mira con desdén
la ausencia convertida.
Una voz chillona sin ritual dominical,
acechándome en mis sueños,
diciéndome palabras simples
reclamándome que no la olvide.
Una muerta de lecciones
para despertar.
Padre antihéroe
La tarde lo empapa,
le dice en un cántico de jirones:
filamento para dos,
retrato sin detalles.
Derrotado
va en busca del velorio
y su pálpito difuso,
en el coágulo fortalecido
que lo escupe en la fijación.
Hiéreme,
le dice a la imposibilidad
que crece bajo su camisa:
centímetro de tumor
sonando en fondo negro.
Hiéreme,
tal y como la acción
buscó recrearse en ti:
maniquí de espadas fundidas.
Reemplazo
El primer gusano nos alertó
el segundo y los posteriores
nos impacientaron en la repugnancia.
Algo había dejado de latir,
ese algo que hace poco aún poseía un nombre
y aceptaba nuestras caricias,
ese algo que maullaba en las noches,
que recorría el techo
con el sonido de pasos esponjados,
ese algo que vimos crecer y huir y regresar a casa,
ese algo del que encontramos solo un pellejo nauseabundo
desbordado de huéspedes rastreros,
ese algo que pronto fue reemplazo por otro similar,
que nunca encajó del todo.
Sobre el autor:
Alexis Cuzme (Manta, Ecuador, 1980). Escribe y colabora con publicaciones periódicas, ecuatorianas y del extranjero, en temas relacionados a cine, teatro, música, literatura y edición. Co creador y editor del sello independiente Tinta Ácida. Sus más recientes publicaciones son Moshpit (ensayo, 2013) Periodismo y activismo metalero (entrevistas, 2016) y Phil Anselmo piensa en su yugular y otros poemas (poesía, 2018). http://alexis-cuzme.blogspot.com/
Colaboración: Sara Montaño Escobar