KATHERINE MEDINA RENDÓN







Jacarandá

Se me voló el sombrero un día de viento;
quizás eso se parezca un poco a volar 
o a tener un espíritu o a ser uno: jamás volví a encontrarlo.
Quizás llegue a algún lado antes que yo,
Quizá me quede donde estoy sin él. 
-Robin Myers-



Era enero, la primera lluvia me lavaba el rostro
y el viento que le precede fastidiado
alzaba mi sombrero 
con la belleza con la que se pela una lima,
no pude sostenerlo 
ni siquiera puedo sostener mis propias raíces, 
ni la mano de mi madre, una india negra, 
ni la de mi padre, un árabe sardo.
Mi rostro es un árbol de jacarandá,
un panteón de historia
quebrado, 
desigual
y mi cabello se levanta como hojas
que se rinden al viento 
ya sin siquiera un sombrero.


Sábila

Cierto hombre planta un árbol;
lo ve crecer como a cualquier individuo
que asciende y se desluce con los años.
Yo no he sembrado en mi vida, ni un helecho,
mi paso ha sido estéril, sin embargo, 
abandoné algunos libros en pintorescas áreas verdes,
dejar Here Lies de Dorothy Parker 
seguramente es como plantar un cactus,
al ojearlo primero brotan espinas,
en seguida, una flor que las corona.
Del mismo modo retoñaron en mis manos
elaboradas campiñas de papel maché
para que el recuerdo de mi perra 
siga corriendo libremente 
en busca de nuevas iridiscencias,
porque no alcanza la indolente sábila 
que trepó donde su cuerpo reposa,
ni las palabras de mi abuelo sobre su efecto cicatrizante.
Después de casi cinco lustros 
me doy cuenta que no he sembrado nada,
alguien más lo debe hacer.

 
Veinticuatro años
Soy una niña vieja, Anaurí; mis veinticuatro años me llevan a la rastra,
como aplastada por un fardo de troncos.
-Teresa Wilms Montt-

El tiempo desfila en el hemisferio derecho,
retozando sobre mis pobladas cejas;
reconozco la primera rugosidad,
las imprevistas franjas del dolor.

La hora se acerca 
y alguien que no tiene rostro, nombre, ni voz
hace señales para que sople las velas
y por costumbre pienso 
antes de soltar al aire mi deseo,
sesgada a la espera de un nuevo asombro.

Nunca tuve buena estrella, 
año tras año de guerras interrumpidas
me hicieron escupir sobre la cara de quien me engendró,
sobre sus fuerzas incomprensiblemente destructoras
y ceder al consejo de colgar en mis orejas 
los brillantes pendientes de la autocompasión,
encogiéndome de hombros ante el riesgo 
de que los muchachos que acariciaban mis trenzas,
acaricien mis tetas.

Mis veinticuatro años se apoyan en el respaldo de la cama,
en la balanza de las acciones cotidianas
y mi nuca juega en contra 
porque es una roca que perfora el sueño.
Heme aquí, lamentado que los tiempos felices
se durmieron sin razón aparente.


Sobre la autora:
Katherine Medina Rondón.  (Arequipa, 1994).Poeta y artista visual. Ha publicado: Murmullos y volantes (Aletheya, 2012), Amor en cuatro actos y otros cortejos (Casatomada, 2013), Mínima celeste (Transtierros, 2016), Disidencia (Cascahuesos, 2018), Papiros mágicos (Vallejo & co./ Sol negro) e incluida en Tea Party IIImuestra dinámica de poesía latinoamericana (Cinosargo, 2014), Antología XXII Enero en la palabra (Gobierno Municipal de Cusco, 2018), Memorias del 28° Festival Internacional de Poesía de Medellín (Prometeo, 2018) y Antología 5° Festival Caravana de Poesía (Amarti, 2018). Ha presentado la muestra pictórica bi-personal “Comisura” en el Centro Cultural Casa Blanca (Arequipa, 2016) y participado en diversas muestras artísticas colectivas. También ha colaborado en revistas tales como: Letralia, Lucerna, Travesti Fanzine, El Corsé, Caleidoscopio, Verboser, Ojo Zurdo, Fórnix y Ulrika. Actualmente se desempeña como redactora de la sección cultural del semanario Vista Libre.



Colaboración: Sara Montaño Escobar













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