ELENA SALAMANCA





Antología mínima
Elena Salamanca
 
De Peces en la boca
Editorial Universitaria, San Salvador, 2011
Editorial Literal, Ciudad de México, México, 2013


Sor Juana en el espejo

 
El agua,

como el espejo,

cae de las paredes.

Siempre temimos asomarnos al espejo:

Podía ser un estanque.

Y esta boca

que ha buscado tanto tiempo

podría besar

a esta boca que puede ser cualquier otra

y caer dentro del agua

como la humedad que nace en lo profundo del cuerpo



Bodegón con Sor Juana

 Morderé la fruta.

Mancharé los baberos de encaje que tejí por tres siglos como la araña:

siempre sujeta a la mosca, siempre sujeta al aire.

La fruta escurrirá por mi boca

como escurre la baba, como escurre la sangre.

Clavaré las uñas sobre los gajos de la mandarina:

mujeres que se abren en espera de dientes mayores que los míos.

Seré animal como el negro que carga la fruta en el mercado:

no lee vocales y nunca ha visto el sol.

Yo no bajaré el ojo, como el negro,

puedo ver el sol entre tus piernas.

Gajo de mandarina
has sido.



Sor Juana vomita la cena

 Mira, Juana, este panecillo será abundante como la tierra,

con él se alimentarán los hijos de los hijos

de tu vientre, Jesús.

Juana no contiene el asco del fruto de un vientre de donde salió

un hombre del que manó agua y vinagre,

y se lleva las manos a la boca

y se dobla en la cocina.

Reconoció el negro a su mujer en la pulpa fresca de la fruta

y el indio cayó de hinojos ante el pájaro:

antes eran iguales, vivos en esa tierra,

ahora no puede siquiera mirar el vuelo:

El pájaro está más cerca de Dios –le han dicho-,

no mereces verlo.

Ese pan tiene la sangre de los pájaros y de las frutas,

la sangre negra estancada del negro

y la sangre roja derramada del indio.

Y Juana se dobla, tose,

se retuerce frente al pan.

Qué pasa, Juana.

Y Juana

escupe:

pajarillos

peces de acuario

y dos hostias

blancas

Como papel.




De LANDSMODER
Editorial Equizzero, San Salvador, 2012

Hincada toda la vida frente a la virgen y a la bandera,                                                           
                                                                      /desarrollé unas rodillas fuertes

para sostener a mi patria. 
 De la costra de mis rodillas nacieron todos los hongos
                                                                                                    /de la tierra.
 Frente a la virgen y a la bandera, de rodillas, recé y  canté.
Crecieron mis rodillas hasta echar raíz, 
hasta ser árbol,
madera,
mesa,
cama,
muleta,
atril.
Aquel sostén de niños que morían y se convertían
                                                                                      /en héroes y santos,
en héroes santos.
 Alrededor mío crecieron todos los frutos de la tierra.
Cayeron al suelo y nacieron otros.
Tuve trigo.
Tuve harina.
Tuve pan.
Tuve hambre.
y nada probé.



Muchacho, amor
Voy a levantarte del camino,
muchacho sin casa.

Yo te condeno a este amor:
bésame las manos,
bésame los pies.

No te enamores nunca:
tengo una piedra por corazón.

Quítate los zapatos,
quítate la ropa,
párate ante mí:
arrodíllate,
baja la mirada,
ponte como un perro,
las rodillas y las manos contra la tierra,
arquea la espalda,
ténsala.
Bésame los pies.

Me subiré en tu espalda
muchacho,
me pararé sobre ti.

Camina,
muchacho,
yo soy tu amor,
arrástrate con las manos y las rodillas,
sángrate las manos,
sángrate las rodillas,
mancha la tierra.

Yo soy tu patria,
muchacho,
y te condeno a este único amor.


Salve, Landsmoder

Soy buena porque abro las piernas.

Yo crié las ovejas,
yo degollé las ovejas,
y zampé sus cabecitas blancas en estacas alrededor de mi casa.

La gente sabía que yo era  buena
porque cerraba mis piernas únicamente el día
                                                           /que destazaba las ovejas.


Yo era tan buena:
la falda subida, las piernas abiertas,
que las gentes pensaban que las cabezas de las ovejas
                                                                        /eran mis muñecas,
cosidas con mis manos,
pegadas con mi saliva,
bellos labios rojos
pintados con la sangre que brotaba de entre mis piernas.


Si cierro las piernas, ya no seré buena:
de mi sangre brotarán los hombres más infelices.
Y usted me dejará
con el hociquito listo,
la falda rasgada,
y mis ovejas perdidas
balando,
aullando

Lejos.



POEMAS INÉDITOS
Del libro 
Pensamiento salvaje [Viola tricolor]



Poema de las sangres encontradas
A Efraín Caravantes
 
Camino en una alameda que perdió los álamos
porque al final
los hombres comprendieron dónde habían plantado la modernidad
y llenaron las avenidas y las calles y alamedas de palmeras.
 
Entonces tu voz resuena,
me dice:
“Ese austríaco de ojos azules era un hijueputa
y en una apuesta ganó el derecho de cogerse a mi abuela”.
Tu abuelo la había perdido en el casino.
Pudo ser un austriaco o un húngaro,
qué importa.
Cualquier recién venido de un imperio destruido tiene corona en estas tierras.
(¿Y quién iba a decir
que un día
un austriaco y un húngaro
iban a ser iguales y tan diferentes?
Después de todo,
quién puede decir qué es una nación
entre polvareda y lodo.)
 
A tu abuelo le gustaba apostar
y le gustaba perder.
 
Pienso en tu abuela una noche en el casino del pueblo,
entre lámparas aún encendidas con aceite,
sin honra.
Embarazada
de un bebé que sería un hombre silencioso de ojos azules.
Y pienso en mi bisabuela
violada también
por aquel hijo del presidente:
Muchacho sin oficio de ojos azules,
loco por las máquinas de vapor
-ay, la modernidad-
que no conseguía trabajar
-ni lo necesitaba-
y para distraerlo
su padre,
el excelentísimo presidente de la República,
le regaló un tren.
Antes, por supuesto, le construyó sus propias vías
y un paisaje.
Mi abuela no heredó ojos azules
ni  casta.
Y se casó con un zapatero
que un día,
a punta de pistola,
la secuestró y la llevó a su casa.
Frente a esa casa,
el zapatero,
mi abuelo,
había construido otra casa.
Y en ella vivía Elena:
su amante.
Mi abuela también se llamaba Elena:
Elenita,
la virgen.
Y a esta altura del camino no sabría decirte a quién de ellas me parezco más.
 
Pero vienen los hombres de ojos azules a violar a nuestras mujeres.
 
Mi abuelo también tenía ojos azules
y escribía detrás de sus fotografías
cartas,
poemas de amor,
garabatos egocéntricos.
Pudo haber sido anarquista.
Tal vez en 1944 corría por Guatemala
mientras las bombas caían en las casas de los mártires de la revolución
y muy joven, en 1928,
En Tegucigalpa,
en reunión de la confederación obrera de Centro América
desconfió
de Samuel Gompers y las intenciones del sindicalismo estadounidense.
Pero nadie asegura que el socialismo
o el anarquismo
salven de violar mujeres.
(Todo lo contrario, compañeras,
Ustedes comprenderán
que la revolución es la única causa
y en su honra nosotros queremos inseminarla en sus cuerpos.)
 
Tu abuela llevaba el pelo recogido el día que fue entregada en el casino.
No podemos ver nada más de ella.
Una sombra terrible cae de la cabellera
como cae la vergüenza en las mujeres perdidas en una apuesta.
 
Quién iba a decir
que ahora,
cada uno en su ciudad,
atraviesa una alameda
sin álamos
bajo palmeras que tampoco son nuestras.
Las trajeron de África
-como si fueran esclavos-
porque los paisajistas dijeron que la Attalea cohune
no era fotogénica.
 
No hay viento que sople tan fuerte como el pasado de las mujeres.
Y no sabemos con qué frase terminar sus historias.
Probablemente porque jamás hablaron ni dijeron:
                         Es verdad, yo fui vendida.
                         Es verdad, yo fui apostada .
                         Es verdad, ese hombre creyó que debía poseerme por derecho de pernada.
 
Y nosotros sabemos por qué
hay frases que no concluyen sus palabras:
tenemos la sangre revuelta
del violador y la violada
y forman una sola cadena
de azúcar y fosfato, se sabe,
pero también cadenas
reales:
nudos que nos atan a dos caminos violentos
opuestos y perdidos,
sangres enfrentadas.
A nadie debe asombrar ya esta historia.
Ahora pueden entender
por qué pasan los años
y aún no encontramos
lugar
para asentar la cabeza.



La botella en la cartera
 
Llegó el día en el que salí de casa con una botella de cerveza en la cartera.
Se habría esperado que llevara flores
porque las mujeres son seres de jardín
La forma civilizada de decir que aún pertenecen a lo salvaje,
el jardín como la forma civilizada de reducir la selva.
 
No han pasado en vano los siglos
y la Señorita von Humboldt
encerrada en el invernadero como una orquídea del trópico
que el joven Conde von Humboldt, que podía cruzar el mar,
había robado del jardín de América.
 
No ha pasado en vano aquel gran amor que fue un naufragio
del cual rescaté pedazos de vajilla
y una botella de cerveza de raíz
intacta
que guardo en la cartera.
 
Una nunca sabe cuándo necesitará olvidar.
 
Para recorrer la ciudad con una botella en la cartera
tuve antes que lavar los platos,
regar las plantas,
alimentar al gato,
barrer la casa,
limpiar del balcón las cargadas de paloma.
 
Pagué mis cuentas:
todas.
La vida es una deuda que se paga en cuotas.
Y la inflación
y los bancos
y la propiedad privada
hacen imposible pensar que un día pueda a salir de mi casa con una cerveza en la cartera.
 
Pero ya amé y te amé
y siempre te dije usted
porque había que guardar de alguna manera la distancia.
 
El amor es un puente que se tiende de boca a boca en una gramática.
Una gramática propia.
Y cuando el puente se cae,
muere el lenguaje.
Y con él una civilización.
 
Tendremos las palabras
pero habremos perdido su orden:
y no podremos hablarnos más.
 
Lo demás son:
botellas vacías sobre  una mesa,
borrachos que lloran infinitamente la misma noche cada noche,
borrachos que gritan y quiebran botellas,
Armas cortopunzantes, dirá la policía,
rencillas por poder, dirá la prensa.
 
Pero yo no, no voy a quebrar esta botella.
Tanto tiempo para poder pararme en este lugar en el que no sucede nada.
 
La botella es un amuleto
que llevo.
Un botín
del triunfo de un lenguaje que no era mío:
de las palabras que nadie quería que escribiera,
de los gemidos que no podía tener.
No vayan a decir que soy puta,
no lo quieran Dios ni las tías.
 
La botella es transparente
como pocos pueden ser.
Ni la luz precisa
ni la sombra.
 
Dos pies plantados sobre un sitio
donde no pasa nada.
 
Y no es preciso que ocurra algo.
La calma debería ser también una ambición.
 
 
Por hoy
podría ser ese borracho absorto en el llanto que ve en las botellas a su alrededor
los edificios de una ciudad desconocida,
podría quebrar la botella en un pleito:
arma cortopunzante, dirá la policía,
crimen pasional, dirá la prensa.
 
Pero ya dinamité los puentes
Y quebré las vajillas.


Sobre la autora:
Elena Salamanca (San Salvador, 1982). Escritora e historiadora. Ha publicado La familia o el olvido (El Salvador, 2017 y 2018), Peces en la boca (México, 2013 y El Salvador, 2011), Landsmoder (El Salvador, 2012) y  Último viernes (El Salvador, 2008 y Suecia, 2010).
Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán y sueco. Es candidata al Doctorado en Historia en el Colegio de México y en sus tesis investiga las relaciones entre unionismo centroamericano, ciudadanía y exilio en México en las décadas de 1930 y 1950. Publicó ensayos sobre historia del tiempo presente en Plaza Pública Guatemala en la columna Centroamérica María; y entre 2014 y 2016 escribió ensayos breves en el blog Landsmoder en el periódico digital El Faro, de El Salvador. Vincula literatura, performance, memoria y política en el espacio público a través de las piezas Solo los que olvidan tienen recuerdos (México 2009; El Salvador 2012 y 2018); Landsmoder (2011); El descanso del guerrero. Un duelo amoroso para Roque Dalton (2017); Hiato (2017) y Letanías para Mélida Anaya Montes (2018). En 2012, fundó, junto al artista Nadie, la Fiesta Ecléctica de las Artes, FEA.


Colaboración: Sara Montaño Escobar

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