Patricia Bolinches |
I
Hay un jarrón vacío
una mano vacía
en la mesa de mi casa.
Hay una tristeza que se escurre
en el remolino del agua
que corre temblorosa en la cocina.
Hay un atardecer de furia
que se pierde no sé dónde
y ya no lo encuentro.
Hay una soledad, adentro de mi placard,
asustada hasta de su propio refugio.
Hay una cicatriz en mi pierna
con las marcas de mis nueve años.
Hay una cicatriz en el espejo
con las marcas de mis años.
II
Parada, frente al espejo,
frente a las pequeñas gotas que se deslizan
dibujando caminos rectos que crecen hacia abajo.
Parada, frente al espejo,
entre el vapor y el frio del pasillo
entre la luz pálida que se esfuerza por pasar entre las nubes otoñales
para dejar entrar un poco de luz por la ventana pequeña de mi baño.
Parada, frente al espejo,
sintiendo mis pies descalzos en la alfombra
luchando con el cepillo, mi pelo
y algún nudo insistente.
Parada, frente al espejo,
escuchando las gotas que resbalan
del otro lado de la cortina
dejándose caer, una tras otra.
Parada, frente al espejo empañado
comienzo a ver el otoño.
III
Veo una nueva mancha en la pared
su forma irregular
se expande hasta llegar al zócalo,
se expande, se esconde detrás de la puerta.
Sentada en la cama, observándola,
surgen otra vez,
mis ganas de llorar,
surge el temor a que el tiempo
no haya pasado realmente,
vuelve el desesperado intento de no repetir
una y otra vez lo mismo,
vuelve, el llanto trágico
casi cinematográfico
que detiene todo
que nubla mi habitación, mis ojos
que despierta una insoportable tristeza
que se hunde en mi pecho.
Soy por un momento un fragmento de lo que fui
buscando mis partes mientras me hundo en el colchón.
Aún con los ojos húmedos y rojos
no puedo dejar de ver
- con una nitidez dolorosa -
las formas irregulares
de mis propias manchas.
IV
Deslizo mi dedo sobre la cicatriz de mi pierna derecha.
Recuerdo mis 9 años
las manos protectoras de mi hermana sobre mis ojos,
las caricias de mi mamá,
la voz de mi papá pidiendo una ambulancia
sujetando el celular
estirando la antena.
Recuerdo el miedo cubriendo mi cuerpo
la rigidez de mis músculos
la necesidad de llorar, aunque no pudiera aún,
el agua cayendo sobre mi pierna
el temor flotando alrededor.
Recuerdo los brazos del camillero llevándome hasta la ambulancia
recuerdo preguntarle con cierto terror si iba a morir.
Recuerdo las punzantes inyecciones de anestesia
entrando en mi pierna una y otra vez
la voz de mi papá, cantándome mientras me cosían,
mis nauseas.
Recuerdo despertar esperando que los puntos siguieran ahí,
recuerdo el hilo ensangrentando
las gasas, el verano.
Recuerdo aquel médico, que sostenía con certeza
que con el tiempo la cicatriz se iría
que sólo quedaría una pequeña línea, casi imperceptible.
Pero no.
Una parte de mí, guarda
el terror de lo que permanece
intacto
27 años después.
V
Heredé cierta debilidad por las cajas.
Las elijo cuidadosamente
en sus tamaños, formas y colores.
Mi mamá y mi hermana las pintan
dibujando exquisitas figuras.
Mi abuela me las regalaba.
Las cajas de mi mamá guardan
anillos, pulseras
una foto pequeña de cuando éramos chicas
algún prendedor de mi abuela.
Las cajas de mi hermana guardan
dijes pequeños, con piedras de colores
que va cambiando en su cadenita
con el pasar de los días.
Las cajas de mi abuela guardaban
aros de perla, cadenas plateadas
estampitas de san Cayetano
algunos rosarios.
Desparramadas por mi casa
en los estantes y las mesas.
Las miro, las busco
encuentro en ellas
detalles de los días,
curiosa memoria de lo que hemos querido.
VI
Ella se estira, levanta la cabeza
mientras espera
-porque tiene tiempo todavía-
que el sol le cubra la cara.
Apoya sus manos sobre la tierra,
con una mueca de placer
las hunde entre los yuyos
mientras le hacen cosquillas.
Su cuerpo se acomoda sobre el pasto
encajando en la superficie
como si ese pedacito de tierra le perteneciera solo a ella.
Todavía tengo su imagen
su cuerpo recostado, en la plaza
al lado del cementerio de la Chacharita.
Mariela Ramos nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1984. Estudió Letras, Inglés, Música y es Profesora de Educación Inicial. Esta variedad de estudios se plasma en la identidad de su escritura y en su realidad profesional que, consagrada primordialmente a las infancias, alterna entre el ámbito privado, es Fundadora y Coordinadora del jardín Kamay; y el ámbito público, en el que participa con proyectos de expresión artística desde el año 2018.
Su primer libro de poemas se titula "Aire fragmentado", y fue publicado por Editorial La almohada, en 2019.
Los poemas aquí compartidos forman parte de su próximo libro de poesía.