A PROPÓSITO DE LAS
REACCIONES A LA ANTOLOGÍA DE POESÍA “MÉXICO20”.
Jhonnatan Curiel
Desde
hace semanas ha surgido una discusión en el campo literario mexicano en torno a
la antología México 20. La nouvelle poésie mexicaine, la cual fue preparada a
petición de la Secretaría de Cultura del Gobierno Federal para el evento
“Marché de poésie” de París, donde México fue el país invitado.
En
las siguientes líneas haré un repaso del debate suscitado a partir de los
procesos institucionales de la antología, para después trazar una posible
respuesta a las reacciones en contra de escritores y poetas críticos a este
proyecto, mostrando cómo el descrédito, la indiferencia y las burlas son
estrategias usadas tanto en el ámbito literario como a nivel institucional para
ignorar denuncias y terminar banalizando acciones deshonestas que se suman a
las recurrentes prácticas de corrupción en México.
Una
Secretaría, dos funcionarios, tres jurados, veinte poetas. La gestión oficial
de la antología “México20”
Aunque
ha habido posiciones favorables y críticas a este proyecto, uno de los ejes de
discusión que más ha suscitado contrastes, más allá de la representatividad y
los méritos de cada poeta incluido, es la opacidad con la que se gestó esta
antología, revelando procesos discrecionales, confusos e irresponsables tanto
en la planeación como en la selección de poetas que la integran.
Esto
se ha generado ya que a pesar de que en la portada del libro figuran Jorge
Esquinca, Tedi López Mills y Miriam Moscona como antologadores, una publicación
aclaratoria de Julio Trujillo, exfuncionario federal de la Dirección General de
Publicaciones de la Secretaría de Cultura, menciona que él mismo solicitó a
Esquinca, Mills y Moscona sugerencias para reunir a 20 poetas, siendo Trujillo
quien se comunicó con cada poeta para que le hicieran llegar veinte cuartillas
representativas de su obra, de las cuales él como funcionario finalmente eligió
15 para su inclusión (“Julio Trujillo revela novedades de la antología de
poesía México 20” El Universal).
La
poeta María Rivera ha señalado esta acción como deshonesta ya que el nombre de
Julio Trujillo debería aparecer junto a los tres antologadores en la portada
del libro, siendo que realizó acciones sustantivas (selección de poetas y
poemas) para su publicación. (“Sobre las precisiones de Julio Trujillo a la
muestra de poesía México 20”, La Razón). El ex funcionario intenta justificar
su implicación (no oficial) en el proyecto bajo los argumentos de las premuras
burocráticas y por el hecho de que la selección que finalmente él reunió
resultaba “un libro digno de poesía mexicana”.
Posterior
a esto, María Núñez Bespalova, actual directora de publicaciones de la
Secretaría de Cultura, reveló nuevos detalles del proyecto (“México 20.
Antología que desata polémica”, El Universal) al mencionar que primero se
consultaron a las editoriales para que recomendaran poetas, y después se
conformó un jurado de tres poetas (Esquinca, Mills y Moscona) para sugerir a 20
poetas mexicanos cada uno. Lo cual refiere a tres procesos de selección en los
que estuvo directamente vinculada la Secretaría de Cultura ya no solo como
gestora y financiadora del proyecto, sino en tres rondas de sugerencias de
poetas a incluir así como la aprobación, escrutinio y selección final de obra a
cargo de Julio Trujillo; involucramiento problemático desde la Secretaría de Cultura
que el poeta Jeremías Marquines ha referido al señalar que “no sólo se trató de
la publicación de un simple libro, sino de posicionar en el mercado extranjero
un gusto, una preferencia estética, como La Estética poética predominante desde
una posición de poder gubernamental, y a un grupo particular de poetas (…)”
(“La nouvelle poésie mexicaine, gato por liebre”, Bajo la palabra). Estética
poética que Marquines nombra como “gato por liebre” por la imposibilidad de
llamar “nueva poesía mexicana” a esta compilación, y que también se relaciona
con el argumento de María Rivera respecto a que el propósito de la antología
desde un principio estuvo dirigida por intereses de promoción gubernamental en
el extranjero.
Los
grandes ausentes de la discusión han sido Esquinca, López Mills y Moscona, los
propios antologadores oficiales, quienes ante las reiteradas peticiones de
aclaración sobre su papel en este proyecto no responden “ni con el pétalo de un
eufemismo” como ha ironizado Javier Raya el inmutable silencio que han asumido.
Sólo limitándose a simpatizar con las justificaciones favorables al proyecto o
también para celebrar los chistes y sátiras contra quienes han criticado
“México20”, como lo ha documentado Heriberto Yépez (“Antologías y
autoritarismos literarios en el sexenio de Peña Nieto”, Border Destroyer). Sólo
recientemente y después de semanas de discusión en redes sociales, Tedi López
Mills publicó un texto que nombró como “Epílogo” de la antología, en donde
reafirma la premura con la que se realizó la edición y que en ningún momento
ella ni los otros dos jurados pudieron ver la versión final de “México20”.
(“México 20: La polémica tres respuestas”, La Razón)
Risas
y reacciones. Chistes y burlas como paliativos de la corrupción
Una
de las particularidades que a título personal ha llamado más la atención son
las reacciones en contra de escritores, poetas y toda persona crítica al
proyecto de antología, que han transitado desde el chiste fácil y la burla
hasta los insultos y ataques verbales. La sorpresa ha venido porque dichas
reacciones no sólo vienen de funcionarios cuya defensa es obvia y hasta
predecible de los proyectos oficiales, sino que la mayoría de estos
posicionamientos han surgido desde el propio ámbito literario mexicano, donde
no han faltado poetas y escritores defensores del proyecto que a punta de
bromas, sarcasmos, memes, gifs y demás publicaciones en sus redes sociales han
intentado demeritar la discusión, utilizando por lapsus o por franca flojera
crítica, los mismos argumentos del gobierno federal para menospreciar otras
voces en México (“odio”, “enojo”, “envidia”), tal y como lo distinguió
Heriberto Yépez en su texto “De antologías y autoritarismos literarios”.
De
las pocas reflexiones que se han publicado para comentar/justificar “México 20”
de poesía está la de Francisco Hinojosa (“Puedo antologar tu antología”, La
razón) donde invita a normalizar el hecho de que “en una antología —como bien
deberían saberlo los detractores de ésta que nos ocupa— siempre imperan los
gustos y las afinidades”, olvidando astutamente profundizar que no es un
problema de “gustos y afinidades” lo que está en cuestión, si no de procesos
burocráticos viciados y deshonestos para lavar la imagen de un gobierno
señalado por actos de corrupción. El texto de Hinojosa, junto a las decenas de
posts en Facebook y Twitter de otros escritores y poetas tienden a caer en la
falacia argumentativa de acusar de envidia u odio a quienes critican el
proyecto, apelando a un imaginario en el que si todos hemos sido participes de
la corrupción alguna vez, no deberíamos criticar nada y continuar con las cosas
como están.
Por
ello es de resaltar que ciertas posturas a favor de la antología de poesía
“México20” han sido construidas a partir de textos como el de Hinojosa, o
mediante posts en Facebook o Twitter que implícitamente apoyan este proyecto a
pesar de las irregularidades ya señaladas. Una defensa que en su mayoría se ha
nutrido de pretensiones frívolas, sarcasmos, ironías, pero en otras ocasiones
ha sido abiertamente reaccionaria e insultante. Y es que el problema no radica
en tomar posiciones, sino que éstas se vuelvan extremas al punto de la
intolerancia y el ataque.
Esta
polarización obviamente tiene sus matices críticos, como la falta de
conocimiento o interés de algunos de los poetas incluidos acerca de la opacidad
el proyecto. O también las rencillas individuales que obnubilan la razón ante
argumentos claros y precisos, pero que al ser dichos por tal o cual persona son
registrados como “berrinches”, “insidias” u “odios” personales. Estos matices
no permiten generalizar ni llamar “corruptos” a todos los poetas, jurados y
funcionarios que participaron en el proyecto (como ha destacado el propio Luigi
Amara, uno de los poetas incluidos en “México20”), pero tampoco es posible
desechar las denuncias y críticas sólo porque las firma un escritor o escritora
con la que no se tiene simpatía. Situarse de modo extremista en cualquiera de
ambas posiciones, tanto de los simpatizantes como de los críticos a este
proyecto, han demostrado ser las posturas más frágiles de la discusión y su
afán por aplastarse la una a la otra mantiene en parálisis cualquier intento de
autocrítica.
De
la banalidad del mal a la banalidad de la corrupción
A
raíz de los hechos concretos respecto a la gestión de esta antología, y las
reacciones tanto de funcionarios como de escritores y poetas en contra de las
personas que han criticado “México20”, es posible hacer un paralelismo con el
argumento central del libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la
banalidad del mal (1963) de la filósofa y periodista alemana Hanna Arendt, para
enlazarlo a la discusión actual en el ámbito literario mexicano.
Para
explicar esta relación es necesario conocer el argumento básico del libro, el
cual se desarrolla a partir de la reacción de Arendt al escuchar las
declaraciones de Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS Nazis, quien
durante los Juicios de Nuremberg posteriores a la Segunda Guerra Mundial no
dudó en contestar que no sentía culpabilidad por ordenar el traslado de
millones de judíos hacia los campos de concentración para su exterminio, y que
más bien se hubiera sentido culpable de no haber cumplido de manera cabal con
su trabajo.
Lo
que asombró a Arendt, además de la frialdad y fijeza de la respuesta Eichmann,
fue porque ante ella se encontraba un hombre que fácilmente pudiera haber sido
tildado de “loco” o “monstruo” por
realizar hechos tan atroces, pero sucedía todo lo contrario, estaba frente a un
hombre terriblemente normal, “del montón”, como Arendt lo nombra en otro
momento. Un burócrata nazi que cumplía órdenes sin reflexionar sus
consecuencias, evaluado por psiquiatras que no encontraron en él tendencias
esquizoides o una mente retorcida, sino que más bien adolecía de criterio para
dimensionar las repercusiones de sus actos; o más que adolecerlo, la poca
reflexividad crítica de sus acciones eran tan automática que se volvía una
cuestión banal si trasladaba a cien, mil o diez mil personas a los campos de
concentración.
Eichmann
seguía órdenes según las cadenas de mando propias del ejército, desde las que
se desdibujan las responsabilidades ante crímenes de lesa humanidad como los
que cometieron los nazis y los siguen cometiendo diferentes ejércitos en
América y el mundo, incluido el mexicano. Eichmann no era un loco o un
monstruo, era un burócrata fiel a cumplir con su trabajo, a pesar de que éste
fuera enviar a hombres, mujeres y niños al exterminio.
Es
precisamente esta falta de reflexividad crítica lo que permite hacer la
relación entre el pensamiento de Arendt respecto a la banalidad del mal, frente
a la discusión sobre la antología “México20” y la banalidad de la corrupción en
el campo literario mexicano. Ya que así como no se requiere ser un monstruo o
un loco para cometer hechos deplorables, tampoco se necesita ser un capitalista
rampante o un político maquiavélico para caer en las mismas prácticas de
corrupción que distinguen al gobierno en turno. Basta con ser un burócrata
obediente, un empleado bien portado o un discípulo ingenuo y sin carácter para
repetir las órdenes que vienen desde arriba. Basta con decir sí a una cuestión
aparentemente cualquiera, “de trámite” dicen por ahí, sea por ignorancia,
ingenuidad o torpeza, para que dicha acción tenga consecuencias éticas y
políticas sobre nosotros.
Las
reacciones de ciertos funcionarios, escritores y poetas que apoyan este
proyecto a pesar de sus irregularidades, se han dedicado a volver chiste una
denuncia (ver por ejemplo las
publicaciones de Ángel Ortuño, Julian Herbert y otros en sus redes sociales),
pretenden hacer creer que este tipo de prácticas es algo normal en México (leer
la defensa de la antología que hace Hinojosa), o buscan intimidar mediante
acoso, insultos y discriminación a quienes opinen distinto de ellos (leer los
ataques a Rogelio Guedea o los insultos de Ricardo Flores Sánchez contra María
Rivera) y tantos otros más. No se trata de pedir que las reacciones en torno a
la antología sean mesuradas y bien portadas para el regocijo de las buenas
conciencias literarias, pero lo problemático es que aun habiéndose aclarado el
proceso de edición que siguió “México20” desde la voz de Julio Trujillo, los
ataques y las burlas continuaran minimizando lo que se estaba diciendo. De
pronto las discusiones se llenaron de bastantes bromistas y muy pocos tomaron
los argumentos para comentarlos.
En
resumen, como lo menciona el poeta Hugo García Manríquez en una entrevista
sobre las reacciones negativas a los argumentos en contra de la antología, la
constante ha sido “personalizar y caricaturizar [la crítica] como desplantes
individuales” (“Creer más en la Poesía y menos en los sistemas de validación
gubernamentales: Hugo García Manríquez”, Terraplen); es decir, “patologizarla”
como lo menciona Heriberto Yépez, como estrategias de invalidación ante las
denuncias directas.
Aplicar
la política de la indiferencia, tan efectiva para los gobiernos cuando se
quieren deshacer de un problema, fingir que no está ahí, y a la larga terminar
creyéndolo. O reaccionar ante actos deshonestos de un modo tan automático que
resulta banal si el amigo funcionario me beneficia porque le caigo bien y no
porque mi trayectoria lo merece; o si me invita a viajar un gobierno represor
que paradójicamente permite leer poemas revolucionarios en el extranjero; o si
denuncio magistralmente al Estado por sus acciones, pero no me atrevo a
cuestionar las prácticas corruptas en las instituciones culturales de ese mismo
Estado; o si cuestiono las prácticas deshonestas a mi alrededor, pero no las
que están frente a mis narices; o si censuro mediante burlas las voces con las
que difiero, en vez de escucharlas y abrir un margen, no condicionado, de
comprensión.
Banalizar
la corrupción pareciera una práctica tan normal y cotidiana que las personas
que se oponen a ella pareciera que son tomadas por alteradores de la paz
pública. Se coacciona contra quienes denuncian la corrupción pero no se ejerce
una igual coacción contra la corrupción misma. La banalidad de la corrupción
está presente cuando por más arbitrario, irregular y poco transparente que sea
un proceso, se decide participar de él sin una reflexividad crítica o ética que
lo impida. La banalidad de la corrupción es ese “qué tanto es tantito” desde el
que se sostiene todo un sistema de beneficios y prebendas al más alto nivel, y
que no tiene interés en transformarse desde su raíz.
La
normalización de lo impune
Es
importante enfatizar de nuevo que la discusión a propósito de “México20” no es
solamente sobre contenidos de la antología ni poéticas particulares (ya que muy
pocas personas conocen la antología como tal), sino de procesos y prácticas
deshonestas arraigadas entre agentes e instituciones de la cultura en
México.
Un
libro que se gesta de manera opaca, con prisas, con la mano directa de la
Secretaría de Cultura y en el que los antologadores oficiales no dan la cara
para aclarar su participación, da cuenta de la poca seriedad con la que se
llevan a cabo proyectos de este tipo desde el gobierno federal.
Por
ello, algunas preguntas pendientes que quedan de esta discusión son ¿dónde está
la reflexividad crítica de tantos escritores y poetas que defienden la antología
a pesar de sus irregularidades? ¿Por qué hay escritores que se indignan cuando
reprimen a los maestros, pero se burlan cuando censuran a sus propios colegas?
¿En qué momento la frivolidad y el escarnio pasaron a convertirse en
dispositivos de coacción aplaudidos y celebrados por personas supuestamente
críticas? ¿Qué pasará con las irregularidades y denuncias ya señaladas acerca
de “México20”? ¿Quedarán sepultadas en el silencio de los implicados?
El
riesgo de banalizar la corrupción, ningunearla, hacerla pasar como el cuento de
nunca acabar en el país y dejar que se pierda en el letargo y la indiferencia
de los días, es que creamos como verdadero un imaginario fantasioso, que a
pesar de ser abrumador en sus dimensiones como problema, no significa que pueda
ser contrarrestado con prácticas contrarias a los supuestos tradicionales.
Producir otras relaciones es una labor capilar, de todos los días y sin la
certeza de que nuestras acciones tengan el impacto esperado, sin embargo, en un
país como México se vuelve urgente proponer otras prácticas que nos sitúen por
fuera de los círculos viciosos y los actos deshonestos que nos rodean, ya que
de lo contrario seguiremos con la maliciosa costumbre que fácilmente transita
de la banalidad de la corrupción a la banalidad de lo impune.
Jhonnatan
Curiel (Tijuana, 1986), es poeta, gestor cultural e investigador en Ciencias
Sociales. Autor de Prisma (2013 Editorial; Observatorio Editorial Tijuana,
2014). Actualmente cursa un doctorado en Ciencias Sociales en la ciudad de
Manizales, Colombia. Blog: jhonnatancuriel.blogspot.com