MERY YOLANDA SÁNCHEZ




























Las manos del viento

Has vuelto con tu cuerpo tibio y una marca en la piel. Traes una culpa y la dejas en la  habitación. Levantas las sábanas y procuras una hora despierta. Los pájaros de picos largos se alimentan de lo poco que queda. Un mendrugo de pan se recibe en el sonido que se va yendo y apenas es un aleteo el canto de los adioses.



La pregunta

Te han tirado al patio de las ranas. Sobre ti, pompas de jabón. Te preguntabas por qué las gallinas son tristes y van con una queja eterna. Hoy te picotean y no saben qué eres. Alguien te habrá mirado por última vez como un mal recuerdo. Nunca supiste estar de pie, no te gustaba estar pendiente. Sin embargo, te acostumbraste a dormir con ropa por si te sacaban con el sueño. 



Últimas páginas

Has tenido suerte, caíste en el patio donde crecen los niños que no piden un nombre sobre la tierra. No has podido contar los años que llevas descalzo. Te encontrarán con la tierra de tu patio en el rostro. Una que otra hormiga se deslizará por tu ceño dolido. Una fruta traerá un poco de ti. Tu madre volverá a lavar culpas en las piedras del agua que te habló por primera vez de primavera. Y tú habrás olvidado que te llamabas Carlos y que las lluvias te han dejado sin color. 




Notas

Se procura no llamarte ni mencionar tu nombre si piden huellas digitales. Y otra vez el dolor comienza en los dedos que no alcanzan la masa para el vecino. Entre alcoholes se está despierto para la hora del miedo y en pedazos que caen de los helicópteros se recupera el  bostezo que dejaste en el vaivén de la mecedora.


Heredad

Ahora solo de lejos puedes mirar la propiedad de tu tierra. Alguien te contó de las primeras guerras donde el arcabuco festejó las cenizas en el olor a albahaca. Te resignas al roce de los peldaños donde se abren las bocas de las distancias. Y no hay paz en ti porque te dejaron la fría costumbre de contar los vacíos. 


Encuentros

Recuerdas cuando te reuniste con los verdugos en la casa del pan y te viste en la tierra desolada y volviste en saltos sobre las  horquetas sin nombre. Ni siquiera fechas en los caminos. Remolinos de polvo te hablaban del viento y te abrazaban y te mandaban a botes por las montañas. Te enredaste con un poco de sal que no hacía falta porque vacas y maíz se habían cansado de resistir.


Arroz

Regaste las semillas que crecían en los cráneos y viste las niñas que volvían para cambiar de ropa a sus muñecas y acariciar casitas de algodón. Te fuiste con el susurro de las matas de plátano y no alcanzaste las faldas de la anciana que volvió para terminar de amasar el pan. Sabrás que ahora nadie se quiere ir y que por pedazos retornan las sombras para acomodarse otra vez, pero no encuentran dónde poner los pies.


Nota: Estos poemas aparecen en el libro Rostro de tierra publicado por la Universidad del Valle.





Colaboración: Luisa Isabel Villa Meriño.


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