Por
Ramiro Rodríguez
Entrar en el universo
literario de un escritor con el objeto de fragmentar los componentes del texto
que produce, palparlos con la insolencia de la opinión subjetiva y emitir un
juicio individual de acuerdo con la apreciación estética de quien entra sin
permiso a una propiedad privada destinada al mundo, puede ser una aventura
temeraria.

Ya
había explorado la narrativa de Borges: algunos relatos incluidos en El Aleph (1949) y otros en Ficciones (1956) formaban parte de mi
experiencia como lector de autores hispanos, mis favoritos.
Sin
embargo, mis intereses personales y mi práctica más recurrente en cuanto a
creación literaria me condujeron a la poesía. Borges tiene, al igual que otros
poetas, reincidencia en algunas palabras; es decir, elementos de uso frecuente
en las páginas de los cuatro libros inicialmente mencionados, tales como
sombra, noche, laberinto, espada, tiempo, luna, reflejo, sueño, entre otros
elementos.
Estas
reflexiones giran en torno al espejo —o a los espejos, dicho de una manera más
precisa: en la obra borgiana hay espejos múltiples por disímiles. El autor
encuentra diversas simbologías en la figura común del espejo.
En
El hacedor, Borges —o dicho mejor, la
voz poética— habla no del espejo en su carácter singular, sino de los espejos:
“Yo
que sentí el horror de los espejos
no
sólo ante el cristal impenetrable
donde
acaba y empieza, inhabitable,
un
imposible espacio de reflejos” (192)
Por
un lado, la aversión contundente y explícita hacia los espejos, como propósito
firme de negar la imagen que se devuelve. Por otro, la representación visual
del reflejo —ambas palabras relacionadas por su rima consonante en casi todos
los poemas incluidos en los cuatro libros—, aquella multiplicación de imágenes
tangibles que habitan el espacio real, la prolongación-repetición de personas y
objetos del universo. En otras palabras, el espejo es la duplicación de las
entidades reales. En el mismo poema dice:
“ese
rostro que mira y es mirado” (192)
El
espejo es el objeto que el ser humano ve y en el que se ve. El hombre se asoma
al espejo y ve el reflejo de aquél que es: se concibe como elemento concreto
que le da identidad y forma en el espacio que ocupa en el universo. Aquí la
definición de la identidad juega un papel prominente. ¿Quiénes somos? ¿Qué
materia milagrosa nos compone? ¿Hay algo más debajo de la piel que nos ilumine
dentro de la iluminación? ¿De qué manera miramos y nos miran? Una serie de
interrogantes que nos asaltan después de leer el fragmento anterior. Más
adelante, en el mismo poema, la voz poética dice:
“Si
entre las cuatro
paredes
de la alcoba hay un espejo,
ya
no estoy solo. Hay otro.” (193)
En
esta declaración se afirma que no se está completamente solo, sino que hay
alguien más en la habitación que concede compañía. Aun con el padecimiento de
la ausencia física, hay presencia, y esta presencia se denuncia en la
superficie plana del espejo. Aunque al inicio de este poema se declara el “horror
de los espejos”, es posible observar que en el entorno físico la soledad no
existe, que el reflejo devuelve la figura de aquél que acompaña nuestros pasos
de manera permanente. En el espejo hay otro: la fiel repetición de un elemento
real. Algo similar se presenta en otro poema, pero en éste la persona reflejada
no es quien habla, sino alguien más:
“aquella
otra dama del espejo” (195)
El
espejo es el conducto, el canal de transportación visual, para encontrarse con
la persona que se es. Tal vez, la persona que no se es. Es decir, otra. En el
poema “Susana Soca”, la mujer se asoma al espejo y encuentra a otra que no es,
pero que tiene semejanza con aquélla que se posiciona frente al cristal de la
duplicación. El espejo no sólo devuelve la imagen de la persona que se mira en
él, sino que puede devolver la imagen de otra persona distinta. En otro poema,
el espejo no devuelve la imagen del mismo ni del otro, sino la imagen de nadie:
“Alabada
sea la infinita
urdimbre
de los efectos y de las causas
que
antes de mostrarme el espejo
en
que no veré a nadie o veré a otro
me
concede esta pura contemplación” (217)
La
contemplación es un estado de observación concreta y detenida donde quien
contempla aprehende los elementos visibles del objeto contemplado. El espejo
también simboliza la posibilidad de que alguien que es no sea: el espejo no
muestra a nadie; y si muestra a alguien, muestra a otro, a alguien distinto, a
una entidad destinada a la contemplación. El estado anímico de quien contempla,
su experiencia de vida, el fracaso o la decepción, pueden ser causantes de la
ausencia de identidad; inclusive, ausencia de cuerpo físico. La posibilidad
radica en no ser o ser otro distinto al que se contempla en el reflejo. En otro
poema, Borges vuelve a la duplicación:
“sobre
esa piedra gris que se duplica
continuamente
en el borroso espejo” (219)
El
espejo es la representación viva de la duplicación, la prueba fehaciente de la
repetición concreta de imágenes. Aunque en ciertos textos el espejo no devuelve
el reflejo de nada ni de nadie, en otros devuelve la réplica exacta de aquél
que se enfrenta a su superficie. El vocablo “borroso” declara, sin embargo, que
la imagen devuelta no tiene la nitidez del elemento duplicado. En otras
palabras, la identidad de las cosas y las personas se ubica en un punto
intermedio entre la realidad y la irrealidad, el cuerpo y el no-cuerpo. En el
siguiente fragmento, la réplica es fiel y exacta:
“¿Por
qué duplicas, misterioso hermano,
el
menor movimiento de mi mano? (510)
En
el poema “Al espejo”, Borges lo personifica y reincide en la duplicación del
elemento real con aquel elemento delineado en el reflejo, en la repetición de
rostros y movimientos. La expresión “menor movimiento” alude a la nitidez
reflejada, a la duplicación absoluta de aquel elemento que se ubica frente al
espejo, en este caso la mano. En el siguiente texto, la voz poética dice:
“A
veces en las tardes una cara
nos
mira desde el fondo de un espejo;
el
arte debe ser como ese espejo
que
nos revela nuestra propia cara” (221)
El
espejo es también un detallado escaparate hacia otra dimensión que nos deja ver
al otro yo que nos puebla, al alter ego.
Aunque el espejo duplica el cuerpo de manera exacta, es posible que exista
diferencia en pensamiento o en acción. En este fragmento, se establece una
dualidad entre arte-hombre, paralelismo que —elementos, por naturaleza
convergentes, pero distintos entre sí— puede mostrar la correspondencia entre
un elemento y otro. Los seres humanos recurrimos al espejo con cierta
frecuencia para encontrar las respuestas que desconocemos; en otras palabras,
el espejo es una herramienta para conocernos y reconocernos, para construir un
puente sólido de diálogo con nosotros mismos. También puede tener una función
no deseada en ciertos momentos:
“En
vano quiero distraerme del cuerpo
y
del desvelo de un espejo incesante” (237)
El
espejo puede ser un vigilante nocturno. En el insomnio que padece, el hombre ve
al espejo sobre la pared como un constante persecutor, espía que persigue al
hombre para enfrentarlo, conciencia que lo acecha como una manifestación
estatuaria del alter ego. Mientras
que puede ser una herramienta para establecer diálogo consigo mismo, otras
veces puede ser compañía indeseada, no requerida, dado el estado anímico de la
persona que padece insomnio. En otro poema encontramos:
“Para
siempre cerraste alguna puerta
y
hay un espejo que te aguarda en vano” (257)
En
este fragmento, el espejo es el símbolo humano de quien aguarda el regreso de
otro que nunca regresará, espacio vacío que espera la llegada de alguien que ya
no es alguien, sino nadie. La ausencia de personas que antes fueron presencia,
la soledad que nos queda después del despojo definitivo —llámesele ruptura,
abandono o muer-te— se acentúa al momento de asomarnos al espejo y ver la soledad
que nos acompaña de manera permanente como una sombra detrás de nosotros. Pero,
¿qué hay detrás de los espejos?:
“Como
del otro lado del espejo
se
entregó solitario a su complejo
destino
de inventor de pesadillas” (290)
Al
hacer alusión al reverso del espejo, la voz poética se refiere a la oscuridad
que mancha todo son su ceguera crónica, a la soledad del individuo que es más
individuo que nunca, al no-reflejo que simboliza ausencia, extinción, vacío.
Mientras el espejo duplica imágenes, repite elementos (aunque en dirección
opuesta), el lado posterior representa la contraparte de estos conceptos. Si en
algunas ocasiones, el espejo devuelve soledad, el reverso no es otra cosa más
que la soledad misma, la oscuridad permanente en la que se ahoga esa soledad.
En otro texto, la voz poética dice:
“Los
miles de reflejos
que
entre los dos crepúsculos del día
tu
rostro fue dejando en los espejos
y
los que irá dejando todavía.” (305)
El
espejo es aquí una ventana abierta a la perpetuidad, a la repetición infinita
de los objetos y las personas que se reflejan en su superficie. Además, no sólo
se habla de un reflejo, sino de múltiples, dada la evolución constante que
dicta sobre las personas el tiempo. El transcurso paulatino de los momentos
queda grabado en la superficie de los espejos. Lo avalan los rostros diversos
que permanecen en la memoria de aquél que vio el reflejo de la imagen amada.
Otro texto propone:
“ese
reflejo
de
sueños en el sueño de otro espejo” (308)
El
juego de palabras es un recurso altamente ingenioso en este fragmento. Las
palabras son materia dúctil que el poeta modela para crear y recrear conceptos
e ideas, pretextos para reconocerse en su impacto lingüístico, movimientos
sintácticos trazados con el propósito de presentar la singularidad del poema.
El sueño es la manifestación intangible del subconsciente, la vibración
temporal que se expande en el cerebro cuando el cuerpo descansa. El espejo no
es sólo repetición, sino repetición de la repetición. En el espejo se muestra
el reflejo del reflejo. En el siguiente fragmento, la voz poética dice:
“pueden
ser reflejos
truncos
de los tesoros de la sombra,
de
un orbe intemporal que no se nombra
y
que el día deforma en sus espejos” (318)
En
el poema “El sueño”, incluido en El otro,
el mismo, se habla de los espejos del día. Aquí el espejo se emparienta con
la naturaleza de la luz, la luminosidad que llega con la aparición del sol. El
día nos muestra una serie de reflejos que terminan con aquéllos creados por las
sombras de la noche. La noche también reúne sus espejos. El ciclo día-noche
donde ésta es vencida por la luz que llega con aquél. El sueño termina asimismo
con la luminosidad de los espejos que se manifiestan durante el día. Luego, en
otro poema incluido en el libro Elogio de
la sombra, dice:
“creyéndolas
de un hombre, no espejos
oscuros
del Espíritu” (355)
El
espejo abandona su luminosidad natural para representar con su oscuridad
atípica la maldad del hombre. Se apagan los reflejos luminosos que se engendran
con el día y quedan los reflejos oscuros que desembocan en la sombra. Los
espejos oscuros designan conductas varias en el hombre: el recelo, la envidia,
el odio, entre otros elementos relacionados con la maldad y otros vicios
humanos. Los espejos oscuros existen, según la perspectiva del poeta, y éstos
se relacionan con la conducta humana negativa. Más adelante, en el soneto
“Ricardo Güiraldes”, el poeta dice:
“Como
en el puro sueño de un espejo
(tú
eres la realidad, yo su reflejo)” (366)
La
voz poética habla de él —de Güiraldes— al principio del poema; y luego, con él,
hacia el final. De este diálogo directo entre escritor-escritor, creado dentro
del texto, Borges se presenta a sí mismo como el reflejo y relaciona a
Güiraldes con el espejo. En otras palabras, Jorge Luis Borges exalta a Ricardo
Güiraldes como paradigma para su desempeño literario. Muchos escritores hablan
en su obra literaria de aquéllos a quienes admiran, aquéllos que de alguna u
otra manera han influenciado las letras del escritor cronológicamente
posterior. En otro poema dice:
“En
este libro estás, que es el espejo
de
cada rostro que sobre él se inclina” (374)
Aquí
se relaciona al lector con el libro a través del paralelismo, al lector que —al
leer— encuentra en las páginas a otras personas semejantes a él. Como un
espejo, el libro presenta el rostro de aquél que lo lee. En un libro se
presenta la visión individual del autor, pero es frecuente que el lector se
identifique con las vivencias y visiones personales de otros. Ahí la
universalidad del libro que se relaciona con el espejo. En otro poema se
aprecia:
“El
ilusorio ayer es un recinto
de
figuras inmóviles de cera
o
de reminiscencias literarias
que
el tiempo irá perdiendo en sus espejos” (463)
Para
Borges, el tiempo es una entidad llena de espejos, y cada uno de ellos, diversas
etapas del pasado. En este poema, los espejos son los diversos rostros de las
horas y los minutos. Acerca de ellos, es posible reflexionar en las etapas
pretéritas de una vida humana. El tiempo tiene sus peldaños, sus eslabones, y
en cada uno de ellos, se presentan rostros conocidos, miradas vistas alguna
vez, cuerpos de personas que forman parte concreta de cierto punto en el
pasado. Pero el ayer es ilusorio; poco a poco las imágenes se irán perdiendo en
los espejos del tiempo. El poeta insiste en la propuesta de un libro anterior:
“El
espejo que no repite a nadie
cuando
la casa se ha quedado sola” (481)
Mientras
que en algunos poemas el espejo es símbolo indiscutible de repetición, de
duplicación de objetos y personas, en otros —como en el poema “Cosas” del libro
El oro de los tigres— el espejo es la
vaciedad, la no-repetición. Cuando la casa queda sola, sin cuerpos deambulando
por los espacios disponibles, el espejo no tiene a nadie que repetir. Desde
luego, están los objetos, pero en este caso particular la soledad infiere la
ausencia de personas, no de objetos ni de mobiliario ni de colores. ¿Qué es un
espejo que no refleja a las personas? ¿Qué, uno que no refleja el movimiento?
Después, en otro poema, dice:
“El
espejo inventivo de los sueños” (490)
El
espejo es también un espacio en el cual se refleja el mundo enigmático de los
sueños, esos paréntesis nocturnos de quietud donde el cuerpo muere durante un
tercio del día. En su superficie (la del espejo) se refleja el cosmos que sólo
puede ser concebido en las ventanas múltiples de los sueños. El sueño se inunda
con los aromas y el vaho de la irrealidad, de los objetos y las personas no
tangibles que abundan en burbujas creadas por el subconsciente. El sueño es un
espejo creado por el subconsciente durante la muerte momentánea del hombre. La
voz poética dice en otro texto:
“El
rostro que el espejo le devuelve
guarda
el aplomo que antes era suyo” (500)
Otra
posibilidad en la simbología del espejo es una ventana de imágenes ilusorias
que se le presentan al entendimiento humano. Cuando el hombre se acerca al
espejo, la imagen devuelta puede ser una de tiempos pasados, de juventud ida y
de instantes mejores. El hombre ve lo que quiere ver al asomarse al espejo,
pero el espejo contribuye a presentar una imagen que no es, sino que fue; ahí
la ilusión creada por el pensamiento del hombre y por la ilusión temporal de
los espejos. En un texto más, la voz poética dice:
“Símbolo
de una noche que fue mía,
sea
tu vago espejo esta elegía” (513)
La
vaguedad es símbolo de vaciedad, de desocupación. El adjetivo “vago” atribuido
a la figura del espejo le adjudica una relación absoluta con la vacancia, con
la ausencia dentro de la memoria, con la contraparte del recuerdo; es decir, el
olvido. La vaguedad del espejo es una partícula diminuta de lo que ya no es, la
sequedad que permanece en la quietud de una copa vacía. Aquí el espejo
simboliza, no sólo lo que fue, sino lo que queda de lo que fue; es decir, la
vaciedad.
En
El hacedor; El otro, el mismo; Elogio de
la sombra y El oro de los tigres,
Jorge Luis Borges frecuenta la figura enigmática del espejo para simbolizar las
múltiples connotaciones que presenta el objeto, los diversos significados que
le atribuye desde su personal forma de entender la realidad caótica que lo
circunda. Un mundo de simbolismo, de significados complejos que se concatenan
con la percepción humana, sin duda, una manera efectiva de conocer más, no sólo
al escritor que enaltece las letras hispanas, sino al hombre extraordinario que
percibe y siente lo que tantos otros hombres.
Bibliografía