SOL IAMETTI









Alguien se marcha
es la que era
la que solo sabía de la huida.

la que era
dejó mantas y laureles
de consagración.

se ha cansado de triunfar
de morder el éxito
de la impermanencia.

alguien se marcha
es ella
la que era.

incineró la máscara
y abandonó la búsqueda
de mecerse 
sobre la boca del desierto.

vestiré su voz
y llevaré su sombra
el mismo labial rojo
colmará mis labios
en su ausencia.

ella se va
pero algo queda:
la antología
de lo que ha sido habitado
la anatomía
de lo que ha sido vivido.

he de resistir frente al espejo:
entrar en el desorden marginado
y aun así
elegir quedarme.


Jamás me imaginé ahí,
recostada en la desmesura.
abarcando la exploración
del sexo
del cuerpo.
Palpando la humedad de lo extremo,
la añoranza de lo que aún no terminó.
Era un día, todavía,
de palabra escrita
y palabra hablada,
de sensaciones.
El néctar negro de Vietnam,
miel de eucalipto en la leche,
las rendijas que el viento atraviesa
por debajo de los pájaros,
el tacto suave de lo orgánico
sobre paredes y puertas.

Y a la misma hora
en la que todo canta,
un acto simple de amor:
Él me besó los ojos. 



Cuando todo cae
y aflige
entonces
leer un poema de Audre Lorde
y estudiar el movimiento.

Quedar tendida en la música blanca
de la resiliencia.

Eso es lo que promete hoy:
pendular
sobre la boca de la belleza
perdurar
sobre el anhelo de una voz
que irrumpa en el castillo de la bestia
y rompa el silencio.

Todas en mí dirán:
cristales, cristales, cristales.

Cuando todo cae
y persiste
pienso:
la hiedra de la poesía
es un hecho extraordinario
de este mundo.

Escribir cuando se corta la luz,
escribir con los ojos vendados
y aun así dilucidar los estímulos lumínicos,
la voz de la luciérnaga.

Aun así rozar el agua de la memoria
y con los mismos dedos
de los que nace el placer
llenar el fondo de corales.

Tocar, oler, morder
el silencio
pero no contarlo todo.
Y con los ojos llenos de lágrimas,
con los ojos al nivel del aire susurrando,
dejar
ese aroma a herida
apenas ansioso
apagarse.

Cambiar aquella lengua letal
por la lengua del ámbar.

Cuando todo cae
y hiere:
limpiar las algas.
Pasar
mañanas merodeando la palabra,
manteniendo intacta la melodía mansa
de la nieve cuando cae.

Leer un poema
y quizás,
entonces,
fundar mi primera ciudad,
quizás
reinventar mi nombre.



Ojalá pudiera
sostener la cadencia iluminada
de la que ama con prudencia
recostarme sobre la música
del arpa y el celeste inmaculado
transitar los ángulos de la memoria
con la docilidad del ángel
moverme habilidosa, como ayer,
entre palabras claras.
espejar la calma y la concentración
de la mujer del Rijksmuseum
a la que se refiere Szymborska,
o la tranquilidad
de lo que abraza la Tierra
con su suave y violeta sinfonía.

ojalá pudiera
habitar la rectitud
flotar sobre la cara tersa del mar
navegar el agua estrellada
de la pacífica cautela.
ser menos intensa
que el filo de lo que asciende
y no necesitar la muerte
para engendrarme nueva
y encender el fuego
de la que ama
desbordando el lienzo.
pero gana la irreverencia
en este devenir,
y en la transparencia feliz
del no poder
yo danzo.



Temblor liviano
El imperio del aire
Donde todo es




Sol Iametti: Buenos Aires, 1986. A los 10 años encontró su refugio de la ciudad de la furia en la música de una máquina de escribir. Luego conectaría con la escritura de viajes en un intento de traducir la mirada poética sobre el mundo que la rodea. Desde entonces se ha alejado y ha vuelto a la poesía como quien vuelve a los brazos del amante: buscando calor.
Blog: www.todasmispalabras.com
Instagram: @todasmispalabras



Colaboración: Sara Montaño Escobar 

Entradas populares

Lxs más leidxs