¿ES ÉSTA LA COMUNIDAD LITERARIA QUE QUEREMOS? / MARCO ANTONIO HUERTA


Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que su funcionamiento suscita, es una civilización decadente. 
Una civilización que decide cerrar los ojos a sus problemas cruciales, es una civilización enferma. 
Una civilización que escamotea sus principios, es una civilización moribunda. 

—Aimé Césaire, Discurso sobre el colonialismo 

Hoy me defino como un escritor mexicano queer tras muchas lecturas y discusiones en espacios académicos y no académicos entre muchas otras cosas. Mi postura en torno a la antología de poesía México 20: La nouvelle poésie mexicaine (2016) se ha formado a partir de gran parte de esas lecturas y esas conversaciones. Hace unos días hice varios señalamientos en mi cuenta de twitter con el hashtag #México20 sobre omisiones significativas en los esquemas de inclusión dentro de las prácticas de la industria editorial mexicana a partir de la aparición de este libro. Particularmente en torno a la discriminación interseccional (raza, sexo, género, orientación sexual, lengua, capacidad, nivel socioeconómico) arraigada en las estructuras y en los procesos de las instituciones de Occidente. Todo esto no habría sido posible si no me hubiera involucrado en la defensa de los espacios de expresión para mi lengua materna que es el español y en la defensa del acceso de lxs latinxs (grupo racial al que pertenezco) a dichos espacios editoriales, viviendo en los Estados Unidos.  

Es injustificable que cualquier antología de cualquier género literario que se publique hoy en México, o desde México, persista en la exclusión de lxs autorxs en lenguas originarias. México 20 (2016) borra por decreto institucional la posibilidad de que exista nueva poesía mexicana “digna de exportación” en las 68 agrupaciones lingüísticas que se hablan en el territorio nacional. Increíble que en pleno siglo 21 la exclusión de las voces indígenas siga pareciendo “lo normal” o que está bien porque sencillamente “así se ha hecho siempre”. Especialmente cuando Enrique Krauze se atreve a declarar que en México el racismo es un problema menor. Pareciera también que esta antología declara que  la nueva poesía mexicana sólo orbita en torno a la Ciudad de México y Guadalajara cuando la gran mayoría de lxs antologadxs (17 de 20) son originarixs o residentes de esas dos ciudades. ¿Es que acaso el centralismo será también un problema menor, un asunto de orden cultural?  




Seguimos y tal parece que seguiremos esperando respuestas honestas a estos cuestionamientos cuando el Epílogo que publicó la poeta Tedi López Mills es más una reprimenda antes que una reflexión que busque aclarar y arrojar luz a todas estas opacidades. Sí, señora López Mills, concuerdo con usted en que la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura es la instancia responsable de aclarar la falta de transparencia y los criterios de selección, pero ¿de veras hacía falta que escribiera un texto cargado de semejante violencia para destrabar esta discusión? Ha sido demasiado el ruido de ambas partes en torno a esta conversación como para que esta sea la respuesta de lxs antologadorxs. O ¿acaso es su propósito echarle más leña al fuego, hacer más ruido, crear más confusión hasta hacerlo todo ininteligible e irresoluble? También, es preciso recordarle a usted que las instituciones las forman y administran personas de carne y hueso, con rostros, nombres y apellidos, y a veces con prestigios y trayectorias literarias, como usted y yo. Resulta por demás curioso que usted haya decidido mencionar mi nombre junto con el de otrxs críticxs de la antología, cuando se limita tan sólo a mencionar a lxs administradorxs con lxs que trabajó en la elaboración de la antología a través de una abstracción oblicua como “la institución”. Esxs adminstradorxs, señora López Mills, tienen una responsabilidad civil, social, moral y legal para con todxs aquellxs que pagamos impuestos en México. Usted describe a “la institución” como una deidad gigantesca, anónima y caprichosa ante la cual tanto usted como el resto de lxs ciudadanxs no debemos más que permanecer inermes, silenciosxs e impasibles ante su inmutabilidad, volatilidad y esplendor. Usted así lo demuestra cuando ha preferid burlarse de lxs críticxs de este trabajo, antes que cuestionarle sus omisiones a lxs funcionarixs que se niega a nombrar. Sin duda le apuestan al silencio como lo han hecho muchas veces en el pasado y como bien lo señala usted ahora. La diferencia hoy es que ya no vivimos en ese pasado y contamos con muchas más herramientas para romper ese mutismo. Pareciera que lxs administradorxs del sector público editorial desean revivir ese tiempo pasado que en su opinión fue mejor al insistir en protegerse en el silencio. 

Me alarma la reacción generalizada de normalización ante la denuncia de María Rivera en torno a la metodología altamente cuestionable empleada por lxs “antologadorxs” y que Julio Trujillo describe (¿cínicamente? ¿ingenuamente? no está claro) en su columna. Señor Trujillo, ya va siendo tiempo de pedirle eso que usted menciona y más a los libros que el Estado produce con nuestros impuestos. Hace mucho que es tiempo de pedir el mínimo de profesionalización a lxs servidorxs públicxs. ¿Qué tal si en vez de echarle la culpa al “malestar generalizado” y a lxs poetas mejor se propone hacer un ejercicio de autocrítica?  Los dichos tanto de Trujillo como de López Mills sólo apuntan a una cosa: este libro se hizo sin hipótesis ni aparato crítico, sin esmero, sin cuidado, a las prisas. Los prestigios literarios que Trujillo y López Mills hoy defienden a ultranza no están reflejados en la confección del libro. Y no estoy hablando del contenido, es decir, de los poemas, es absurdo que aún lo tenga que aclarar. Lo que aquí señalo no tiene que ver con la calidad de los trabajos que ahí se incluyen, sino con el trabajo mediocre de lxs antologadorxs y de lxs funcionarixs. Es un evidente retroceso que México 20: La nouvelle poésié mexicaine (2016) excluya por default a lxs de siempre mientras que México 20: Palabras mayores. Nueva narrativa mexicana (2015) sí incluye obras de escritores en lenguas indígenas. ¿Cómo pudo suprimirse este aspecto fundamental de nuestra escritura cuando Myriam Moscona es ella misma practicante de y valora altamente el multilingüismo en su obra; cuando tanto Tedi López Mills como Jorge Esquinca tienen ambxs prestigiosísimas trayectorias como traductorxs? ¿O es que acaso se confirma que el multilingüismo es sólo digno de entrar al canon cuando sucede entre el español y el judeoespañol o entre las lenguas coloniales hegemónicas?  

Es de una ceguera inconmensurable el que se pretenda reducir la pertinencia de estas críticas a meramente vendettas personales basadas en el odio como lo insinúa Francisco Hinojosa al citar las palabras de Paula Abramo y como insiste López Mills. Señor Hinojosa, ¿de verdad se cree usted que es el odio lo que motiva estas críticas? Por otro lado, señor Hinojosa, según su admonición a María Rivera, al acusarla de no predicar con el ejemplo ya que en su función como asesora cultural en la Casa del Poeta no consideró a escritorxs en lenguas indígenas, usted está implicando que ya por el sólo hecho de no haber propiciado la inclusión de voces indígenas en el pasado la poeta está imposibilitada a señalar esta omisión importantísima en México 20 (2016) o en cualquier otra instancia en el presente o en el futuro. Déjeme contarle otra historia: dentro de mis esfuerzos destinados a colaborar para hacer posible la justicia de lenguaje y la justicia racial dentro de las comunidades a las que pertenezco en los EEUU, me percaté de que en México jamás en mi trayectoria como escritor me había ocupado en demandar justicia del lenguaje o justicia racial para ninguna de las culturas originarias en mi país natal. ¿Usted cree, señor Hinojosa, que no se me cayó la cara de vergüenza cuando alguien (a quien le voy a agradecer toda la vida) me señaló semejante incongruencia? “Candil de la calle y oscuridad de mi casa”. Según su lógica (puesto que hay que “ser congruentes y predicar con el ejemplo”), por mi omisión yo no tendría permitido señalar la exclusión de lxs autorxs en lenguas indígenas ni hoy ni mañana. Me vienen a la mente excepciones notables: pienso en los trabajos de toda una vida de Carlos Montemayor o de Miguel León-Portilla. En las obras y el activismo de Natalia Toledo y Mardonio Carballo. También en esta reflexión fundamental de la activista y escritora mixe Yásnaya Aguilar Gil; y en su conversación con el artista y escritor Saúl Hernández-Vargas y con la escritora, poeta y traductora zapoteca Irma Pineda Santiago. Pero seguramente hay más esfuerzos notables de autorxs y especialistas en lenguas originarias en México y en el extranjero que yo desconozco: debería ser tarea de todxs el conocerlxs, leerlxs, estudiarlxs, difundirlxs. ¿Qué le parece, señor Hinojosa, defenderlxs como se ha defendido a México 20 (2016), usted que sí sabe lo que es ser congruente? 

Para participar en esta discusión hay que hacer primero un acto de contrición. Todxs hemos sido cómplices de esta exclusión al haber participado y seguir participando en estos esquemas del mundo editorial sin cuestionarlos. Todxs somos responsables de que esta exclusión por default siga ocurriendo en pleno siglo veintiuno. Sujetxs coloniales con poco más de quinientos años de entrenamiento. Ningunx de nosotrxs está exentx de responsabilidad en esta omisión. Por esta razón considero sumamente vergonzante que parte de estas críticas acertadas y oportunas que justo se han levantado para señalar al autoritarismo vertical, violento e impositivo del sector conservador que en el presente administra la industria editorial mexicana estén siendo aprovechadas para propiciar el surgimiento y la consolidación de otros autoritarismos verticales, violentos e impositivos en la oposición o desde la izquierda que tampoco deberían tener cabida ya en el siglo veintiuno mexicano. Dicho de otro modo: si me dan a escoger entre el patriarca de la derecha o el de la izquierda, yo elijo cero patriarcas. Por supuesto que todo esto tiene que cambiar, pero ya he dejado de creer en la utilidad de las mafias culturales, los baños de pureza, los dedos flamígeros, las prístinas torres de marfil y las voces patriarcales para tal efecto. Sobre todo en un ambiente en el que ya impera la violencia generalizada. Mi comunidad literaria de los últimos días ha sido un ir y venir de injurias desde y hacia de ambas partes que no abonan al diálogo: las provocaciones maliciosas, el acoso cibernético en ambos lados, el “me tienen envidia”, muy cercano al “se queja porque no lx incluyeron”, la burla, la ridiculización y el chiste barato con pastelazo tipo Televisa, todo esto se ha visto circular entre nosotrxs anulando cualquier posibilidad de conversación en seriedad con miras a la concordia. ¿Con qué autoridad moral le exigimos al Gobierno de la República que dialogue con lxs maestrxs si no podemos dialogar entre nosotrxs? Esto desde luego dice mucho de nuestra comunidad literaria. Patética, absurda, furiosos cangrejos atenazados en una cubeta. Si bien todxs tenemos derecho a expresar y procesar nuestros sentimientos como mejor nos convenga, no puede existir diálogo ni el atisbo de un auténtico cambio social desde la visceralidad. México tiene ya al menos una década sufriendo de violencia sistémica. ¿Es que acaso esa violencia se ha trasladado a “la república de las letras” como algo natural, cultural, normal, peor aún: deseable? 
   
Esta discusión ya debe dejar de gravitar en torno a México 20 (2016) o un viaje a París y extenderse a todos los procesos y las estructuras que nos conciernen como ciudadanxs, como escritorxs. Es momento de hablar de inclusión, de horizontalidades, de colaboración antes que de imposición. Esta es la parte de esta conversación a la que dedicaré mi esmero por ser la que más me interesa. Esta parte de la conversación es a la que me comprometeré a participar fuera del entorno agreste e inmediato de las redes sociales que, como señala Zygmunt Bauman, son una herramienta con múltiples aristas. No digo con esto que no sea prioritario discutir y denunciar actos de corrupción donde quiera que ocurran, hacer visibles estas opacidades. Especialmente en un contexto en el cual se ha pretendido normalizar la corrupción a toda costa desde la Presidencia de la República. Pero sí creo que es necesario y urgente el tener una seria conversación sobre las prácticas editoriales en las que todxs lxs escritorxs mexicanxs hemos participado de una manera o de otra. Es momento de reconocer nuestros privilegios. Es momento de abordar esta y todas las conversaciones que deban surgir para cambiar nuestro horizonte. Es preciso, sí, seguir utilizando estos recursos públicos destinados a la literatura porque son nuestros tan sólo por el hecho de pagar impuestos en México. Pero estar completamente conscientes de los esquemas de inclusión. ¿O es que acaso es una mejor idea abandonar y clausurar estas estructuras para dejar los presupuestos y estructuras dedicados a las artes y a la literatura en manos del libre mercado? ¿De verdad es el libre mercado más inclusivo y transparente que el Estado? O formulado de otro modo: ¿en manos de quién(es) queremos dejar estos procesos?  

Habría que hacer uso responsable de estos procesos y presupuestos: debería ser compromiso de todxs el garantizar y vigilar que el manejo de dichos recursos sea transparente y que se garantice el acceso de lxs marginadxs de siempre (escritoras, autorxs indígenas, escritorxs queer, escritorxs discapacitadxs, etcétera). Cuestionar siempre estos procesos, ser conscientes de ellos. Es momento de reinventar este “país en el que impera la falta de transparencia en todos los ámbitos y que persiste en excluir a lxs de siempre”, como apunta Hugo García Manríquez. Pero es necesario primero partir de nuestro entorno inmediato. ¿Qué tal empezar por definir cuál es la comunidad literaria a la que aspiramos? Creo que es momento de pasar de esos impulsos iniciales y sacar esta conversación de las redes sociales para trasladarla a espacios que favorezcan a y sean propicios para la reflexión en colectivo. Pienso escribir con otrxs, con quienes al igual que yo estén interesadxs en que esto cambie: articular razonamientos en comunidad a partir de estas discusiones que faciliten la generación de procesos más justos, inclusivos y equitativos para todxs. Aprovechar mi privilegio para centrar la obra de quienes han permanecido en los márgenes desde siempre. El cambio social sólo será posible a través de un esfuerzo colectivo que provenga de una reflexión en comunidad y no desde “la institución”. 

De frente a las noticias recientes sobre los asesinatos de afroestadounidenses y latinxs a manos del brazo policial del Estado; los atentados masivos en Estambul, Dhaka y Bagdad; los asesinatos y la represión violenta de lxs maestrxs en Nochixtlán; las brutales ejecuciones en dos ciudades de Tamaulipas; la omnipresente retórica antimexicana de Trump; la implacable y tradicional homofobia mexicana; resuena en mi mente esta frase del obispo anglicano y activista sudafricano Desmond Tutu galardonado con el Nobel: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. ¿Acaso queremos una comunidad literaria incapaz de escuchar a lxs otrxs y que opte por el insulto, la descalificación y la ridiculización? ¿Acaso queremos una comunidad literaria en donde todxs funjamos como nuestrxs propixs policías? ¿Es deseable una comunidad dividida y débil que deje en manos de lxs burócratas las decisiones fundamentales sobre las políticas públicas del sector editorial? ¿Queremos ser lxs responsables de la perpetuación de prácticas anquilosadas e injustas dentro de la producción editorial de nuestro presente?  

La Jolla, California 
julio de 2016

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