LURIEL LAVISTA

Una mano

Una mano en mi  garganta por  el momento
una mano nivelando toda una borrachera
una mano lacerada por esta  llamada existencia
una mano sobre una escalinata desastrosa
una mano sombra de mi frente  tibia
una mano en el suelo tratándose de separarse del  resto

¿Y la otra?

Estará dentro de una vagina
desdoblándose  frente a una escultura  sobre la mierda
soportando  una cuerda  atada a una cerviz
saludando a las víctimas jóvenes de ojos teñidos
acaso señalando al cielo esperando ver.




Adormitar

Una chica me masturbó con su mano izquierda
a la vez que se dejaba tocar el seno derecho
por treinta de mis últimos pesos,
una noche antes del día de muertos
debí de estar perdido por la madrugada varias horas.

Le recité a Iris tartamudeando camino al metro
un asesino que atendía un puesto en la entrada
y que había salido apenas de cana
me intercambio de su mezcal media garrafa
también unos delicados cigarrillos
por un dibujo de ceniza dirigido a la muerte
que coloco cerca de su altar de dinero.

Viajé por la ventana del tranvía
y así desperté del murmullo
ya por el bulevar del aeropuerto (dormir viajando no hay desperdicio),
al ir por dinero en la capilla de una virgen
visite un camposanto pero no pude pasar
entre un cálido olor de otras flores en venta
me detuvo un puesto de cócteles
acondicionado para descansar;
la mesera casi me obligo a sentarme
y en mi cerveza oscura
derramo tequila sin que se lo pidiera,
me quedé oyendo a los mariachis
viendo pasar el contingente de dolientes
cuando empezó la misa en el altavoz partí.

Ahora golpeo mi funesta longa
como un ser agraciado por la tenue luz
reposo mi taza de barro con delicado vino
en el mueble del televisor
sin embargo le pongo atención
al vuelco de la otra habitación,
en la estática de mi cabello áspero
se desaparece el lumbago de aquella caída en la llovizna
ahora recuerdo por donde tenía que buscar
¿Y qué estamos haciendo?
cuando no hay que salir tan lejos.


Anoche

Anoche en aquel  ínfimo hospital,
la joven pareja
en la sala de partos
les entregaban al niño muerto
en un galón de jugo rancio.

Las bailarinas de terciopelo
educadas en una vitrina
yacen irreconocible, agonizantes
con la nuca mezclándose en la sabanas
desde la carretera deliraban cantatas.

El ebrio de la bahía
conocido por adulterar el frío,
relinchando de soberbia
tropezó entre la cálida oscuridad
enterrándose en el cuello cristales de su botella.

El pordiosero sin saber cómo llego
se desconectó del respirador
tomo de un estante algunas ropas,
burlo a una nerviosa enfermera
(las manos siempre en los bolsillos),
masticando unas pequeñas pastillas
que le duele un poco el antebrazo,
ha de haber terminado aquí
al reconocerle en un cascajo.

Ve, duerme con los brazos cruzados
el cuerpo sumergido en la playa
con la fina sonrisa ilesa de falsedad,
en los últimos minutos
antes de que cicatrice la mano en el rosal
que con su calor
harán inimaginable otra noche más.



Luriel Lavista:(Edomex, 1990). Autodidacta. Limpiaparabrisas. Dibujante ocasional. Gusta de la Música Concreta. Colaboró con "El paso de Coatepec" Molino de Letras 85 (2014): 48. “Correspondencia” Molino de Letras 89 (2015): 26-27.

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