SERGIO PÉREZ TORRES

Los nombres del insomnio


I.
Los ojos altos como una cruz para las aves,
desvenan los cables eléctricos
y también tienen tu nombre.
Y tú entre el aullido de un mar lejos de su propia sal.
La carne de flor que atrae a la muerte,
tus huesos me salvan y curan de la luna nueva.
¿También estoy hecho del dolor de veinte siglos?
Yo no te diré lo que es el tiempo,
ni me haré de piedra esperando entre tus manos,
todo el sol que he visto se hará piel y fuego sobre el mío.
Te digo solamente lo que pesa mientras sueñas.


II.

No es que un sol negro venga
y me devore como el único invierno que no llega,
algo más atroz que tu sombra mecida a fuego lento.
Estoy sentado aquí, alimentado de silencio,
para lo que nunca se ha hecho bajo la luz.
Es un tiempo en que se me quiebra la palabra
y no sé si decir el tamaño de tu voz
o los peces afilados que forman tus ojos.
No muero de cosas tan grises como tu distancia
ni me lleva el trueno
pero al filo de la noche siempre espero tu regreso,
me vuelvo un muelle
aunque sé que los sueños cantarán como sirenas
y todo tú te irás hundiendo hasta promesas aun más lejos.
La única razón para escribirte es un florero roto,
del que el aire se ha barrido ya el perfume
y memorias que se quiebran con las ramas secas.

VI.

¿Has visto cómo los lobos aúllan a la luna
y cómo la lluvia cae sobre los árboles
que rezan por ella no sólo para sobrevivir
y Dios cae sobre los que dicen su nombre en el dolor?
De ese modo callo,
así desnudo lo único que no he desvestido delante de un farol.
Tengo frío, hambre, sueño en diferentes momentos,
pero cuando tú no estás me abisma un fuego grande,
me vacío del que me gustaría ser para ti.
De ese modo canto
como el mar nombra los muertos que aloja en su interior.


XIX.

A pesar de mí yo era otro,
a pesar de ti me encontraba conmigo en las formas cercanas al sol,
su longitud cubriéndome los labios,
tus ojos muy fríos como si tuvieras alas
y por cada rincón en telarañas hubo un beso,
tu nombre era la sombra de la muerte sobre lo que nunca dije:
Llévame más atrás del patio,
los árboles son tan grandes allá.
Nos recostamos sobre dos troncos derribados,
tu calor se sobrepone al musgo que describen los libros
o lo que han escrito sobre el corazón los médicos.
Como un acorde, un palpitar de percusiones, melodías,
tu voz es todos los fantasmas de mi casa, jamás sales de mí.

XXV.

En mi mente he fundado una ciudad hecha cenizas,
los restos de flores, alas y cartas.
Bajo la luz que siempre oculta la neblina
he aprendido a respirar el aliento de los autos,
tu nombre junto al mío en todos los vidrios empañados.
Ojalá pudieras escuchar el latido de las ballenas,
se aceleran cerca de la orilla como la llama a la que se le arroja diesel,
hay amantes que sólo quieren oír su corazón arder.
Tras cada hora acumulada en días
voy marcando con gis el muro de mi vida a punto de hundirse.


  
XXXIV.

Esta zona devastada por una guerra es mi cuerpo,
pregunta por el tuyo porque desde entonces no hay lluvia.
Llevo el olor de tu cabello como mi salvación,
Me has impregnado para que la luz jamás parta de mí,
en las noches brillo de tocarme las pestañas,
yo te convoco con mis ojos cerrados
y con mi corazón imposiblemente abierto.
Es aquí de donde no hay tiempo para tu voz,
recuerdo las notas exactas en que hablabas como una canción,
tu piel dentro de mi piel no es una cosa fácil de desprender,
un tatuaje invisible que los ángeles mirar con envidia
porque lo que tú me has hecho es más grande que la lluvia.
Ven a esta madrugada donde espero que sucedas
para que al fin caiga tu modo de mirarme en la oscuridad.
¿Dormirás sobre algún lugar sin nombre?
¿Recordarás en el rugido de la luna llena?
¿Puedes verme escribirte desde aquí?



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