Creo en dios
Creo en dios
en la palabra de dios
que habita en mi boca.
He escuchado a dios hablando miles de idiomas
y en ninguno ha dicho mi nombre.
Creo en dios
en las posibles humanidades de dios
porque el error es humano
y él está hecho a nuestra imagen y semejanza
Creo en dios
en las plegarias
que rezan su nombre
He memorizado todos los cantos
y solo puedo decir que su nombre es silencio
Creo en dios
en la imagen de dios
que no está en la Iglesia
He visto qué hay detrás de la máscara
He abierto los ojos al sueño
y me ha cegado la luz
y he recordado que la luz que solo amplifica hiere
y la luz que no esconde es mentira
Creo en dios
en la ira de dios
que cae del cielo
He roto mi voto de silencio para saber cómo se escucha la divinidad
y he terminado arrastrándome en el suelo
llorando
con una voz animal en el pecho
Creo en dios
en la pasión con la que entregó a su hijo
He acercado mi cuerpo al templo
con mis brazos abiertos en cruz
esperando también ser devorado
Creo en dios
en el cuerpo y la sangre de su hijo
que están en mis manos
cuando en mis sueños soy lanza y atravieso su costado
Creo en dios y en los ídolos
en todos los
que vagaron por el desierto
o en una ciudad que se parece al desierto
buscando al final un abismo
Creo que si dios estuviera a mi lado
se asemejaría mucho a un poema
que nadie escucha
que nadie lee
pero que todos creen llevar muy dentro
Cuerpo y ceniza
Quemar el aire hasta la ceniza
y con ella construir una casa que pueda habitar para siempre
sin temor de que una ventisca la desaparezca
Quemar mi boca hasta que no exista lenguaje alguno que me defina
Y de esa ceniza construir una máscara de donde cuelgue mi nombre en una oración infinita
Quemar la voz.
Quemar la vida.
Porque en el cielo ya no hay espacio para mi nombre
Quemar el cielo en el que dios habita.
Y de ese cielo, de esa ceniza, crear un hombre que sea mil hombres, una legión eterna pero vencida,
una legión de poesía
La noche más larga.
No somos la noche más larga.
No somos, ni fuimos la vida corta que esperábamos.
No somos, ni estamos en donde deberíamos.
No bebimos en las alcantarillas.
No ligamos a las mujeres más guapas.
No concretamos el suicidio en masa.
No tenemos el cuerpo de un hombre (escondido en la cajuela).
No perdimos a Pedro en la secundaria (sin contar que ahora se llama Elena). No creeremos en Dios (hasta que Elena se embarace).
Somos solo un desierto de ideas y un trío de payasos malhumorados.
Somos otro peldaño en el porcentaje de desempleados en la madre patria.
Somos los espectros de una generación espontánea que solo escuchó a JJ en el iPod de un amigo.
Somos la fuerza bruta encarnada en cuerpos pálidos e hilarantes.
Somos el pánico de la noche, el analgésico de la abuela y los dedos de quinceañera descubriendo su cuerpo. Somos el arma en la sien del suicida; somos la bala y somos el hombre que aprieta el gatillo mirando en el espejo su cuerpo desnudo (lleno de lágrimas).
Somos la parodia de la muerte en la portada del Extra. Nos venimos sobre el “Lunes sexy” y al terminar, caemos en cuenta que las vaginoplastias y las cirugías reoperatorias tienen mejores resultados cada día.
Somos. No somos. Fuimos. Estuvimos. Lloramos y crecimos. No somos la noche eterna. Fuimos la muerte desnuda frente a la orilla del mar. Somos Paco, Elena, Pedro, Mario, Santiago y el desaparecido Miguel. Somos la noche más larga y en las mañanas, solo somos la sórdida caricia de un engaño.
I.
Solo un campo de batalla y una noción de guerra. Un campo que es nuestro cuerpo en todas las posiciones del beso, llevando como estandarte la desnudez, las madrugadas y el sexo. Solo una guerra que ganará la poesía: la de nacer una y otra vez en tu cuerpo.