ENRIQUE MOLINA

AMANTES VAGABUNDOS

Nunca tuvimos casa ni paciencia ni olvido
Pero un poco más lejos hacía nada
Están las lámparas de viaje
Temblando suavemente
Los hoteles de garganta amarilla siempre rota
Y sus toscas vajillas para el suicidio o la melancolía
-¡Oh el errante graznido sobre la cumbrera!
Dormíamos al azar con montañas o chozas
Bajo las altas destrucciones del cielo prontas a arder con un fuego inasible
Junto al árbol de paso que se aleja
A menudo asomados a ventanas en ruinas
A balcones en llamas o en cenizas
En esos lechos de comarca
La lluvia es igual a los besos te desnudabas
Girando dulcemente en la oscuridad con la rotación de la tierra
Belleza impune belleza insensata
Pero sólo una vez sólo una vez
Juega el amor sus dados de ladrón del destino:
Si pierdes puedes saborear el orgullo
De contemplar tu porvenir en un puñado de arena
¡Cuántos rostros abandonados!
¡Cuántas puertas de viaje entreabriendo su llanto!
Cuántas mujeres que la luz ahoga
Sueltan sus cabelleras de región indeleble besada por el viento
Con aves inmóviles posadas para siempre en su mirada
Con el silbo de un tren que arranca lentamente sus raíces de hierro
Con la lucha de todo abandono y de toda esperanza
Con los grandes mercados donde pululan cifras injurias legumbres y
[almas cerradas sobre sus negros sacos de semillas
Y los andenes disueltos en una espuma férrea
-Desvarío tiempo y consumación-
Tumba de viejos días
Bella como el deseo en las venas terrestres
Su fuego es la nostalgia
La celosía del trópico tras la cual hay arañas cortinas en jirones y una vieja
[victrola con la misma canción inacabable
Pero los amantes exigen frustraciones tormentos
Peligros más sutiles:
Su pasado es incomprensible y se pierde como el mendigo
Dejado atrás en el paradero borrascoso.

CANCIÓN AMARILLA

Tenía el sueño
Sus bellas cavernas sagradas
Tenía los labios ávidos
El gusto de estar de pie
Tenía los gestos impuros
De recoger migajas sombrías
Siempre esos labios que no tuve nunca
Una ausente mujer a mi lado
El terror de las metamorfosis
Tenía lo oscuro para ver
Los espejos con aire de ladrones de niños
El dado de la aventura
La llanura de esos países
A los cuales se llega caminando hacia nunca
Cubiertos de nidos sin dueño
Cubiertos de pueblos que se alejan
Y estoy aquí con toda mi alma
Mientras la tierra me circunda
Con su cajón lleno de sal
Para guardar las grandes rosas

RESPIRACIÓN NOCTURNA

Sin embargo basta un gemido para corromper tu inmensa maquinaria
noche que presides las metamorfosis de esta habitación podrida por la
luna
igual a viajes hechizados ciudades falsas y la atronadora antorcha del mar
ardiendo locamente en la sombra
y esos escaparates de tren en sueños con cosas ya acostumbradas a mi
vida:
situaciones de tránsfuga
amistades dementes en restaurantes desvanecidos
la familia con su tosco niñito alrededor de la vajilla enferma el huevo
lejanísimo y tus manos partiendo el pan azul entre los muros
tantos pesados resúmenes del viento
tantos crujidos del mundo
vértigos
hambres
y la lista deforme llena de viandas donde apenas se enciende la negra
lámpara de algunas sopas indescifrables que humean en lo más
hondo del año
Pero todavía bautizas con nombres salvajes las flores la costa y las piedras
que fueron inocentes en la luz
¡oh noche perdida en la desnudez del mundo!
verde hormiguero en marcha
cubierta de plumas y de briznas como los dioses que se revuelcan en los
cubiles de la jungla
¡Ah fiera solemne de las estrellas!
lame las criaturas violentas que circulan en tu grito
el sueño de los huérfanos deja caer en ti todas sus hojas
y hay una gota de sangre de dólmenes en tus labios
como el fósforo vago que ilumina en la estela el rostro sin dueño de las
olas!
Noche mía tierna desnuda
con cabeza de tigre
en la maleza de las tumbas
lava mi pecho con el polen de la tormenta
húndete en mis costillas
cúbreme con una piel de leyenda de campesinos
dime adiós sobre mis ojos con ciudades que se abren como frutas
mientras jadeo en un musgo de sentidos ansiosos que palpan en lo oscuro
el revés de la trama
aquí donde se sella para siempre el pacto del hombre y el miedo
la alianza de las venas y los astros

LOS DIBUJOS DEL MURO

De lámpara a lámpara, de día a muerte, con plegarias de raíces
que se desprenden, el fuego de los rostros se reparte a lugares
hambrientos que aúllan, a labios que los conjuran con nombres de
ídolos, habitaciones, ataúdes, hoteles del sol como un brazo de mar
tendido hacia las supersticiones y el olvido.
Rostros que llevan más lejos que cualquier camino, se incendian entre los
tapices, jalonan los bordes del mundo.
Rostros hacia la tierra como un muerto, hacia la noche como una
linterna, hacia el alma como una galaxia de pasión, viudeces, romances
agrios, climas, separaciones.
Rostros barridos por el viento pero cuyos hechizos retornan como un
zodiaco de piedras palpitantes, cuya ternura cruel desliza una
amenaza de paisajes, un ondular de sábanas y humos, voces
entrelazadas a la geografía y al sacrilegio, tinieblas del corazón de
los muertos, expresiones de cópulas, amaneceres pasionales, bocas
lluviosas que exaltan la intemperie, sonrisas entrevistas como una
brasa instantánea sobre la palma viva del instante.
Facciones de naufragio en el infierno adorable de las superficies, entre las
inspiraciones súbitas de lugares que se evaden con sus sílabas de
esperma, su clima de flores migratorias, astros, y sus cimientos
errantes fundidos por las lágrimas.
Rostros vampiros al olor de mi sangre.
Rostros de espuma contra el filo de Dios, de un dios de concha de tortuga
y de pedernal de tótenes, oh bellos rostros sin otro juez que sus
gestos, pintarrajeados con los aceites de la tierra, nuestros únicos
trofeos sobre el derrumbe inacabable de los elogios, entre las frustraciones
embriagadoras de nuestras vidas.
Ahora que brillan en su carne bajo la aurora de sus cabellos, ahora que
desnudan sus facciones eternas entre los tesoros
humeantes de la cosecha.


Enrique Molina, poeta y pintor argentino (1910 - 1997)


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