ROBERTO CASTILLO UDIARTE

La cebolla silvestre
(reprise) 
al Róber Jones 
(8 feb. 1945 - 26 sept. 1996)

Esta noche que empieza a hacer viento te recuerdo, carnal,
en la 24th street y afuera estacionado tu viejo Rambler color verde
con una antigua máquina de coser Singer en el asiento trasero,
frente una casa donde se atendían a alcohólicos y viejos drogadictos,
un barrio lleno de latinos y negros y hombres solos y homeless
y constantes sirenas de patrullas y aviones bajando rumbo al aeropuerto;
a unas cuadras el billar Four Corners donde solíamos ir a jugar bola ocho;
cerca una licorería atendida por gente de Iraq o el Líbano, nunca lo supimos;
y a otras cuadras, el maravilloso lugar llamado Big Kitchen, donde servían
los mejores y más baratos desayunos de todo el condado de San Diego.

Esta noche de principios de otoño te recuerdo, carnal,
caminando por los pasillos de tu casa de madera crujiente de vieja,
las paredes llenas de libros de poemas y fotografías en blanco y negro,
el viejo tocadiscos siempre encendido tocando música de Miles Davis,
Carla Bley, los Allman Brothers, John Fahey, la Janis y Dylan y The Band;
montañas y más montañas de revistas, libros, periódicos y discos de jazz;
la televisión prendida sin volumen en un juego de béisbol de los Padres,
la cocina oliendo a pozole, orégano, limones y cebollas recién cortadas,
el refrigerador lleno de cervezas mexicanas, gringas, japonesas y alemanas,
el teléfono timbrando cada quince o veinte minutos todo el día y la noche.

Esta noche de septiembre te recuerdo, carnal,
con tu cabello güero medio largo y la calvicie prematura,
tu cuerpo como un oso de ojos azules, leyendo, a grandes pausas,
tus poemas tan humanos y gringotes traducidos al español por ti mismo,
donde hablabas de tu abuelo Ashley cuando salió del manicomio;
de tu tío William, el peluquero; de tu madre y otras bellas mujeres,
Jenny, Linda, Patricia, Julieta, Annie, Elise, Paula y la enana Emma Cobb, 
la que te rentaba un lugar donde dormir en el pueblo de Kalamazoo;
y también contabas de los amigos entrañables como el David y el Jeffrey, 
y de la señora depresión, del mikeys big mouth, mister gin y el señor cuervo. 

Esta noche de música infinita, carnal, 
recuerdo las fiestas interminables en tu casa que se volvía una embajada
con amigas y amigos que llegaban de Mexicali, Los Ángeles, Tijuana,
Fresno, el Deefe, San Francisco, Guadalajara, Nueva York y puntos 
intermedios, las conversaciones en inglés y español, en señas y 
espanglish, y los temas brincaban de literatura al cine, de la música al juego de 
béisbol, de los gobiernos reaccionarios al grafiti, de las revistas literarias al 
amor,  y todos los cuartos eran los mismísimos cuartos de la mítica Torre de 
Babel donde surgían proyectos de nuevos libros y antologías que nunca fueron,
pero nacían nuevas amistades y en algunas ocasiones romances pasajeros.

Esta noche de nostalgia con el cielo estrellado, carnal,
recuerdo las interminables noches que pasábamos juntos traduciendo,
luchando con los diccionarios para encontrar las palabras perfectas,
los garrapateos en decenas y decenas de hojas de block, amarillas y blancas,
los sinónimos y antónimos que nos recordaban algunas viejas canciones
y poníamos los discos de Dylan, Terry Allen, Leonard Cohen y Joni Mitchell
para descubrir las metáforas que fueran exactas al español o al inglés;
de los textos de Mark Strand, Josécarlos Becerra, Galway Kinnell o Sabines,
las discusiones hasta que aparecía el sol y tú y yo, borrachos y contentos,
nos dábamos un pase y prendíamos un cigarro por el poema ya traducido.

Esta noche de sentimientos en remolino, carnal,
te recuerdo porque celebrábamos los cumpleaños juntos el mes de febrero,
yo el siete y tú el ocho, la misma fecha que mi padre y el mismo nombre,
y yo ya había decidido adoptarte como el hermano mayor que nunca tuve,
y ahora éramos hermanos de acuario, de música, de pasiones y de literatura,
y nos regalábamos discos, libros, botellas de vinos tintos y tequilas blancos,
y nos íbamos a los conciertos de Herbie Hancock, Chick Corea y Keith Jarrett,
nos dábamos consejos de carnales y llorábamos los desgracias amorosas,
y la Janis y la Billie Holliday nos acompañaban hasta que amanecíamos
y el nuevo día nos recibía de nuevo con el aromático café de la esperanza.

Hoy recuerdo aquella noche de eclipse lunar, carnal,
del 26 de septiembre del 96 cuando alguien te encontró en la calle,
en el centro de San Diego, y nadie te reconoció en la oscuridad,
nadie supo que eras el hombre que hacía el pozole más sabroso,
que eras el amo del Tolousse, el perro más apestoso de todo el barrio,
que eras el más silencioso de los vecinos de toda la zona centro,
que manejabas el carro más lento de todos los freeways del condado,
que eras el mejor poeta de ambos lados de la frontera Tijuana -San Diego
y que escribías los poemas más humanotes, más amorosos, más jones;
donde quiera que estés, este tequila va por ti, carnal, ¡salú!




Roberto Castillo Udiarte nació en Tecate, Baja California, México, en 1951. Estudió Letras Inglesas e Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y Comunicación en la Universidad Iberoamericana Tijuana. Ha sido profesor, promotor y periodista cultural, editor, cronista, realizador radiofónico, traductor ycorresponsal. Textos suyos han sido traducidos al inglés, francés y alemán.

Colaboración: Jesús García Mora

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