Mientras
se cocinaba la marcha de mujeres contra la violencia machista y el acoso sexual
en Querétaro, mientras el GIEI anunciaba
que no se quedaría más en México y que su trabajo fue consistentemente
bloqueado por la PGR, mientras seguían rescatando cuerpos en Pajaritos, mientras
el mundo giraba y el día seguía el paso a la noche… un grupo de escritoras residentes en Querétaro
salieron de sus rutinas y se lanzaron a ciudades pequeñas y/o pueblos
agrandados durante cuatro días para sacar sus textos al aire y permitir que
llegaran a oídos ávidos de escuchar historias, sentimientos, paisajes,
personajes que no conocían.

Acudí
el martes a la cita convenida dentro del estacionamiento de las amplias
instalaciones del ICQA, atrás de la Iglesia de Santa Rosa de Viterbo. Creí que por estar invitada a tan magno
evento, podrían aceptar mi coche que se estacionara ahí dentro. ¡Oh error! El encargado de la puerta de plano NO me dejó
pasar, por más que le señalé mi nombre en la lista de las invitadas… Tuve que
llevar mi coche a un estacionamiento cercano y regresar al grupo que ya se
había formado, bajo los árboles, de otras escritoras para irnos a
Tequisquiapan.

Casi
al último yo leí tres fragmentos de cada una de mis novelas, cuidando de
sobresaltar con textos medio picantes a la audiencia que, aunque nunca dejó de
poner atención, la hora y media de literatura la estaba minando. Marta Favila
terminó platicando acerca de lo que la poesía significa para quienes la
escribimos y la leemos, para después leer poemas cortos de su autoría. El acto
final fue gustoso, pues varias autoras y Marta regalaron libros al oyente que
recordara: nombre de cuento, dónde fue el concierto… Y las respuestas llovían,
ansiosas por un libro que pudiesen mostrar a sus amigos, familia, y presumir
conocieron a la escritora, que la escucharon hablar y leer sus textos.
¿Quién
no quería ir a comer y beber? Pero las escritoras fuimos abordadas por grupos
de jóvenes, muchachos y muchachas, que querían platicar, saber más, tomarse la
foto.
Finalmente
terminamos y abordamos la van para irnos a un exquisito hotel-restaurant en
donde prosiguió la plática. Acto seguido nos fuimos a la Librería Rulfo, donde
el Armanduendín Zamora nos mostró su cada vez más ampliada librería, con un
acervo que ya lo quisieran muchas librerías de la ciudad de Querétaro. Ahí
platicamos, tomamos café y nos fotografiamos en la mampara donde diversos
personajes de caricatura esperaban caras humanas para tener vida. Un bigotón se
rió con Gaby, Carla quiso ser muñeca queretana, Berna también quiso ser muñeca,
yo me hice niño con cámara que baja de un globo aerostático y, además, encarné
a una curvilínea mujer en bikini rojo.
El
regreso tuvo lluvia, mucha plática y al final, una cuenta de más de cien pesos
por las nueve horas de estacionamiento privado. Pensé que el gasto de cien
pesos no podría arruinarme un día emocionante, fructífero y aleccionador.
¡Quién, que se dedique a escribir, daría cien pesos por ser escuchado y
conocido en un auditorio lleno de jóvenes receptivos!
El
jueves estuvo más pesado, la cita fue a las 7:30am y yo, para no seguir
gastando en espacio automovilístico, me fui en taxi al IQCA. Ahora fue Margarita Ladrón con nosotras, dejó a su
bebé encargado. Era otra van, se llenó más, con Berna y ¿Rafa? de pilotos. La
tirada estuvo larga, casi cuatro horas de camino curveado, de subir subir subir
y luego bajar abruptamente. Estuve con náuseas todo el camino, cosa que nunca
me había pasado en mis viajes a la sierra, ¿sería porque no iba manejando e iba
sentada en un asiento trasero?
Conocí a Carmen Rioja, a Cristina Ruys, mejor
a Margarita, platicamos en grupo y en dúo y en trío… Empezamos a bromear
diciendo que de la sierra queretana no queríamos regresar, que avisaríamos a
nuestros familiares que a la van se la había roto una pieza y que no
encontrábamos repuesto… que se había deslavado un cerro impidiendo la
circulación de todo vehículo de ida y vuelta a la sierra, incluyendo camiones.
El
guión de la novela colectiva fue agarrando forma. No regresábamos porque la
pieza la habían pedido en otro país, y cuando la mandaron, la robaron en la
aduana. Y nuestros familiares, después de semanas de ausencia, se organizaban
para pedir nuestra aparición, pues éramos las desaparecidas en la sierra.
¡Vivas se fueron, vivas las queremos!, dirían en sus manifestaciones.
Dimos
vuelo a nuestras ansias de escapar de los deberes, de los familiares
dependientes (sólo Margarita indicó que regresaría a Querétaro para llevarse
con ella a su bebé), de los quehaceres domésticos y laborales que seguramente
los hacemos o los organizamos, nomás porque eso nos tocó hacer como mujeres.
Y
mientras nos esperaban nuestros cercanos compungidos, andaríamos en la huasteca
potosina, las playas de Tampico, quizá bajaríamos por Veracruz, viajando
siempre, juntas y leyendo, juntas y escribiendo, juntas y platicando y
riéndonos.
Esas
horas de escape colectivo avivaron a tal grado mi imaginación que cuando
llegamos a la flamante biblioteca de Jalpan me costó asentarme en la realidad
de que sería solo un día de viaje, que no hacía tanto calor como esperaba y que
había autoridades a las que debíamos saludar obsequiosamente y con deferencia. Pero
en ese momento éramos libres, siendo lo que más nos gustaba ser: escritoras; no
parejas de, hijas de, esposas de, madres de, señoras de la casa o empleadas de…
Llegamos
a las meras doce. El público era disímbolo. Había dos señoritas muy arregladas,
señores muy formales , jovencitas adolescentes, señoras que parecían madres de familia
que resultaron ser maestras de español y literatura. Ahí mismo nos dijeron que nuestra lectura se
enmarcaba en los festejos de una semana por la fundación de Jalpan de Serra.
Con razón vimos en la plaza principal una mampara que incluía el logotipo de
Lumbre de Hojas junto con el Coro de Querétaro y el “actor y cantante” Christian
Castro, además de una Banda famosilla.
Teníamos un templete muy bonito para leer. Se nos integró una escritora de Jalpan, de la que no recuerdo su nombre (perdón, pero no está en la lista). Había un gran abanico eléctrico que, en deferencia a nuestra poca tolerancia al calor (pues Jalpan es más cálido que Querétaro) luego luego nos lo prendieron, aunque en realidad el clima al interior del edificio era muy agradable.
Teníamos un templete muy bonito para leer. Se nos integró una escritora de Jalpan, de la que no recuerdo su nombre (perdón, pero no está en la lista). Había un gran abanico eléctrico que, en deferencia a nuestra poca tolerancia al calor (pues Jalpan es más cálido que Querétaro) luego luego nos lo prendieron, aunque en realidad el clima al interior del edificio era muy agradable.

Dimos
sonido a nuestros sentimientos, a nuestro ingenio, a las historias que
imaginamos y a los mundos que habitamos frente a una hoja de papel. Lectura
viva, con el tono de quien la crea, nada parecía más importante que decir
nuestra verdad, ser escuchadas y respetadas, ser comprendidas y sentidas.
Margarita con su cuento de Rod Stewart que tanto gustó; Carmen Rioja con un
poema prendido y doliente por la situación nacional; Silvia Lira con otro
cuento de amor imaginado y no tenido; Carla Cristina con sus textos
gastronómicos tan antojables; Cristina
Ruys con un relato ubicado en un pueblo selvático con un viejo artesano como protagonista y la escritora
jalpense con un cuento también muy bien logrado. Yo declamé a mi modo unos
poemas de mi “Enamorarme de mí”.
Entre
participación y participación, Marta Favila daba voz a otros escritores que
hablaban del alma de las bibliotecas, de la poesía como conocimiento emocional
y de lo importante que es darle vida a los edificios dedicados a la cultura.
Finalizamos
con los agradecimientos y con las participaciones del público… Que no fueron
pocas, pues casi nadie se quedó sin hablar, conmoviéndonos a todas. Hablaron de
los relatos, de las emociones que surgieron, algunas adolescentes de sus
inquietudes por ser escritoras…
Valía
la pena el esfuerzo de ir, de organizar, de manejar hasta allá, de “perdernos”
de nuestras familias, de las náuseas por el viaje. El gusto de leer era el
pastel, la cereza fueron los comentarios, la emoción externada por nuestros
atentos escuchas.
Y
luego las filas para las firmas de los libros que se regalaron. En mi caso,
platicar con ellos acerca de mis libros, de qué están hechos mis libros… y
vendí dos a muchachitas que hablaron a sus mamás que vinieron a dejarles el
dinero desde la plaza donde las estaban esperando. Ahí, a un lado de los
separadores con textos de las escritoras que participamos en el encuentro, les
dediqué con mucho cariño mis libros de relatos y novelas.
Comimos
con la animosa presencia de Hugo Márquez, enciclopedia andante de la cultura
jalpense y actualmente encargado de la cultura en el ayuntamiento. No había
tema del que no supiera y diera cátedra: la historia, misiones, música, cultura
originaria, personajes, cursos… creo que si le hubiera preguntado una lista de
los libros existentes en la biblioteca, me los hubiera dicho. Huelga decir que
agendé una presentación de mi próximo libro con él en su municipio, espero que
sí se realice.
En
la comida se agotaron los picheles de limonada rápidamente. La cecina con
enchiladas nos supo a gloria, y la nieve de vainilla también.
Pero
nos faltaba el regreso. Carmen me obsequió un dramamine, me advirtió de nomás
tomar la mitad pero yo ya me la había echado toda. Entre sueños, bamboleos y saltos
en la van, recuerdo que varias siguieron
platicando un rato: Carla, Marta,
Margarita y Carmen, que, al parecer,
tienen más capacidad en ese sentido. La última hora fue silencio.
Toda
pacheca bajé de la van, me despertaron y con mucho trabajo saqué mi mochila y
la bolsa de libros. El mismo portero que no me dejó entrar al estacionamiento
el martes, no me quería dejar salir directo a la Zaragoza, tan adormilada que
estaba como para salir por la otra calle. Berna y Rafa intercedieron por mí y
llegué directo a la parada de camiones. Hice todo mi esfuerzo por subirme a la
nueve que, en un colorido atardecer, veloz me dejó a cinco cuadras de mi casa.
Llegué arrastrando mis mochilas, sintiendo que toda la droga del mundo no me
haría olvidar el bellísimo día que acababa de vivir.
Anna Georgina St.Clair