JUAN DE DIOS PORTO


Entras a una habitación tapizada con figuras de aves.
En el centro cuelga un cuadro, es la fotografía
de una ventana que da al mar.
Mientras esperas, tu mente pierde gravedad y se vuelve aérea.
Así sucede cuando la angustia invade.
Ensayas frente a la ola estática
la forma en que le contarás
sobre la última vez que viste una película con su hijo.
Hubo una escena que los impresionó mucho:
el protagonista le contaba una historia al cuerpo de su padre.
Tal vez eso querría tu primo antes de que apaguen las velas.

Tu tío abre la puerta y, con sus cuencas vacías contempla
a una corneja desprenderse del muro;
su ruido come lo que intentas decir.
Pronto las paredes se quedan vacías.
El enjambre de ojos y picos se aleja
por el cuadro que da al mar.

Azusa Kurosawa estudia el Monte Fuji.

En el año 864 el volcán entró en erupción.
Sobre la lava creció el bosque Aokigahara;
la gente prefiere llamarlo Jukai
que quiere decir mar de árboles.
Hoy nos adentraremos en él.   
En la entrada hay un auto aparcado desde hace meses.
“El suicidio era un acto propio de los Samuráis”
me explica mientras grabo el paisaje y sus pasos.

Hace treinta años que trabaja aquí. Su hijo menor
entró al bosque y no regresó a casa.  Azusa
guarda algunas pertenencias
de los cadáveres que nadie reclama.
“En el pasado las familias pobres abandonaban
a los ancianos en las montañas”.

Hacemos una pausa. Busco pequeñas piedras para llevarlas conmigo.
Han pasado varias horas y no he escuchado ningún pájaro.
Me siento junto a un árbol y abro el libro en una página cualquiera:
Esta mañana me despertó una voz
que regresaba desde mi infancia.
“Encontré algo.”
Enciendo la cámara, es un espejo, un paraguas y un mapa.
El mapa pertenece a otro lugar.

En este bosque hay innumerables senderos,
por lo que es fácil perderse.
En dirección al riachuelo alcanzo a ver una cinta amarilla
atada a un árbol.
Me explica que las personas, cuando no están muy seguras
de querer morir, las colocan para encontrar la salida.
“Si sigues la cinta, al final siempre encuentras algo”.
En la corteza está clavado un mensaje con ideogramas rojos:
“No me busques”.

Frente a la cámara cuenta que hace tres años
halló entre la hojarasca un manual de suicidio.
“Estaban todas las formas que pudiera imaginar”.
Había un capítulo dedicado a Jukai, y otro sobre el puente Overtoun.
El manual explicaba por qué
las personas y los perros elegían estos lugares
para matarse.

Llegamos a una casa de campaña, hay alguien adentro,
no alcanzo a mirar su rostro, tampoco Azusa.
La voz con la que le habla
es como la de un padre disculpándose con su hijo.
Me hace una seña y nos retiramos. En este momento un ave blanca
y otra negra se posan sobre la ramas de un ciprés.
“Cuando los encuentro colgados pienso que son como los títeres
que veía de niño”.
A estas alturas me confiesa guarda un álbum
con las fotos que llevan consigo.

Por las noches escribe para no dormir.
Cuando lo vence el cansancio sueña ser una anciana,
lleva en la mano filosas tijeras, vaga por el bosque
y se confunde con los demás viejos;
juntos miran cientos de ahorcados.
Su labor es cortar cada hilo.
Cuando está por regresar, el bosque cobra una tonalidad azul.
Al llegar a la carretera pasa una ráfaga de viento,
después (sucede así desde hace veinte años) escucha
la voz de su hijo entonar cantos tradicionales
que aprendió de Azusa.


Una placa fotográfica carcomida.
La emulsión de luz revela la imagen de tu miedo:
el hermano muerto, potro azul que cabalga
arrastrándote a lo largo del camino.

Las piedras rasgan la sombra amarilla de tu infancia.

El relincho es el comienzo de una película:
hay un puente, un túnel del que asoma el tren rojo.
Dentro aletean cientos de pájaros, dentro duerme
tu gemelo; en su sueño eres el caballo que arrastra
su cadáver.

La nieve no deja de caer, las nubes congeladas
se parten y derrumban.
La luna es un espejo, algo adentro arde.
Regresas a la casa sepultada
por el blanco silencio de la furia.
Regresas al miedo a los caballos.

El miedo al alazán que aplastó su llanto.


Z a p p i n g
                                                      
Antes de dormir haces un círculo
como el que realiza tu perro antes de echarse.
El sueño es una película muda.
En el estado M.O.R.
pasan escenas pornográficas.
                                                         
Programaste el televisor para las 4 a.m.
cuando crees que has despertado
miras en la pantalla la serie de pesadillas
que marcaron tu infancia.

Cambias de canal y el fantasma de un mimo te saluda.
Cambias de canal y la sombra de tu padre te sonríe.

Enciendes todas las luces
asomas tu cabeza por la ventana,
afuera el paisaje es blanco y negro.
Dobla la esquina el campaneo mudo de una bici.
Un hombre con bombín
se detiene frente a la casa,
deja su bastón junto al asiento,
voltea y aunque no ves bien su rostro
sabes que no eres tú vestido de Chaplin.

La pesadilla es:


a)           Una sinfonía tocada con cuchillos
b)           La sombra crispada de mi gato.
c)            Baile de arañas envolviendo el cadáver del sueño.
d)           El rifle con el que aniquilamos a nuestros muertos.
e)           La última verdad que nos queda.
f)             Una grabación que cada noche se repite (con monstruos distintos a veces).
g)           Otro:______________________________.



Para  I. V.


Mientras Richard dice que no
Brautigan sólo asiente.

El primero afirma que el mundo no le fue infiel.
El segundo carcajea.

Richard siempre le ha temido a las alturas,
por eso Brautigan coloca las balas frente a él.

Todo quedará reducido a una partida.
La fortuna le sonríe otra vez a Brautigan
y pone en jaque al rey.

Richard trae a cuenta el nombre de su padre.
El segundo le dispara.

Suena el teléfono por enésima vez.
Richard Brautigan muerto sobre la alfombra
no cree que sea nada importante.


Un mimo pasa junto a la ventana.
Salta de un carril a otro.
Caravanas de autos congelados
a la hora pico.
El vociferar abruma,
arriba el tercer nivel,
arriba, las turbinas acalladas por el tráfico.

El mimo es ligero como un fantasma.
Juega con sus manos,
sube por una escalera
que llega hasta el tercer piso.

A lo lejos una manifestación;
camina por la cuerda floja, equilibrista,
se detiene sobre ella.
Una sinfonía de sirenas se acerca en tropel.
Abajo la turba se congrega.
El mimo saca un fósforo y lo deja caer,
entonces todo se prende.


Tanato-qué.
Tanatopractor.
Un individuo se presentó ante mi padre,
le informó sobre el costo de vestir y arreglarme.
Es un gran negocio el de la muerte.

Cuando llegué a la cámara me comenzó a desnudar,
con los ojos entrecerrados lo vi mirarme
de manera po(co)ética.

Hace más de treinta años que nadie me cambia de ropa.
Es vergonzoso estar muerto.
Sacó el polvo para maquillarme,
quise protestar pues siempre tuve un color
más bien pálido;
quise buscar un espejo, moverme un poco,
gritar.
Siempre he odiado los trajes
y aún más las corbatas, hacen que te sientas
ahorcado.

A estas alturas pienso
que hubiera estado mejor
haberme tirado del Richmond
con un montón de piedras atadas.

Todos mis orificios los llena de algodón.
Por fin se quita los guantes de goma y se esfuma.
Este lugar es incómodo, ningún ruido se mueve.
Tanto silencio arrulla.

Mis ronquidos despiertan a otros muertos,
no jodan, les digo, y continuo durmiendo.

Hace mucho que no recordaba un sueño.
Cuando desperté lo vi todo claro:
voces que provenían de afuera
no dejaban de nombrarme.
Escuché llegar caravanas de coches,
a mis hermanos bajar de ellos.
Traían a Cheshire
( siendo niño lo olvidé al mudarnos de casa).

Ahí estaban todos. No faltaba nadie.
Mientras los vivos me despedían con flores
mi familia muerta me recibía con aplausos.

De pronto el gato saltó hasta mí y lo seguí por un extraño camino.


Juan de Dios Porto (León, Guanajuato, 1986). Premio de literatura “León 2012” (género Poesía) por el libro Encallado círculo. Participó en el mismo año, en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, CD. de México, así como en el Festival Internacional Cervantino .


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