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Norvz Austria |
SELVA
I
No ponía palabras al dolor.
Vivía en la irrealidad, en los jardines
donde crecían árboles de júpiter.
Era bajo las parras
pura escisión, letargo de los nombres,
brecha en la inconsistencia del panal.
Cantaba a media voz
sin asomarme al cráter.
Vislumbraba el sulfuro y el mineral ardiente.
Aún no habías llegado y la locura
era papiroflexia,
un barco de papel que caía despacio
a una jofaina llena de agua helada.
XI
Bajo el ventilador desvencijado,
en cada imperativo
había incertidumbre,
máscaras esculpidas
entre el fulgor y la aniquilación.
Al nombrar, sin premura,
caléndula, deriva,
luz de granja en silencio,
primer té negro al alba,
labios abstemios demandaban himnos.
XIII
La vida sedentaria
es un círculo lleno de alacranes.
Conocí a una mujer en Rishikesh
que buscaba el consejo de un asceta.
Tendió la ropa en azoteas lúgubres
y escapó de sí misma, de la selva
en un expreso lento.
Le despertó el frescor de los magnolios
en las gargantas donde nace el Ganges.
Ató cada renuncia a un hilo rojo.
Mapas
Consultaba los mapas
con un bosque lluvioso en la retina
y dejaba su huella
en las contraventanas.
Si fallaban las brújulas,
si en un ardor de cal le cegaba la luz,
ella asumía el riesgo de quedarse atrapada
en una ciudad ajena.
Despedida
Te vas para habitar un país trágico,
donde silban las balas
y hay peleas de gallos clandestinas.
No miras hacia atrás
porque es media mañana
y alguien moldea máscaras tribales.
Si acaso te demoras,
es en el territorio del granate
o en la ebriedad que da pronunciar Trípoli,
ser algo olvidadiza
y retratarte entre las hierbas altas.
De Épica de raíles, Devenir, Madrid, 2016
Antipaxos
No recuerdo
la forma de la isla,
sólo el sabor del vino de Antipaxos,
sólo tus hombros tensos
en ese paraíso diminuto.
La casa escindida
La casa y su escisión.
La casa en las alturas
con el aura de un pájaro inseguro
o restos de equipaje
en las buhardillas.
La casa del castrado.
No quise un cabecero de difunto
para mi sueño escaso.
No laqué estanterías
que contuvieran libros de aforismos.
No quise que en las grietas
cayeran excrementos de paloma.
El marino mercante
dejó ordenados los colores
en su última paleta.
Las noches eran nuestras
pero la enfermedad imaginaria
invadía las pérgolas,
era ansiedad y trigo sarraceno,
era esófago herido
diluyéndose en grises.
Desplazamos tabiques,
nada quedó diáfano.
De Dibujar una isla, Reino de Cordelia, Madrid, 2017
© Verónica Aranda

Colaboración: Luisa Isabel Villa Meriño