YOBANY GARCÍA


Adán I

Mi cama huele a tus nervios, al miedo que vomitan los perros después de andar tres horas en la calle. Dos recuerdos después, me invento tu sombra con las boronas del polvo, con el cansancio de la luz anclo tus cabellos y me arrastro en el escalofrío del piso. Perforo el silencio dando giros sobre mí, sobre el espacio inconcluso de mis manos descansa mi angustia. La voz, tu voz, se automedica mis ojeras y la noche se multiplica en mis huesos y nadie la hace amanecer.

II
Ardes: tu voz inflama las venas del silencio. Algo de ti, que no conozco, se pone a inventar infartos a la mitad de mis ojos y nazco de mí mismo, de mi llanto descalcificado que se astilla la columna, de la fotocopia desnuda que soy en ti. Esta mirada recién nacida te cae como maldición, como cuando la noche les calienta el hocico a los perros o como cuando la mañana arrulla los fantasmas de la tierra. Así, con ese peso de lo indecible nos faltamos al silencio, al pasado, al dolor. Ardes: tu voz cuaja en mi garganta y de la nada aprendo otro lenguaje.

Temporal

Me nublo del ojo,
se van rasgando los atardeceres:
gota a gota cae el día .
Lluevo como Dios manda:
cuarenta días y cuarenta noches
hasta reventarme la respiración.
Me empaño despacio,
los rincones del vaho se expanden
y me siento en mí,
me canso de cargarme.
El hambre y el sueño y todo
anda en la flacura del ojo
en la fortuna del llanto
en el abismo.

Martiriología

Se me antoja morir de ciego.
¡No sé!, pero la vejez no me alcanza la atención.
Prefiero tomar dos o tres rasguños de tus manos
y servirme solo.

O hervir medio kilo de tus nervios,
en una pequeña olla, con una flama casi de rodillas
para ir llorando milimétricamente tu violencia.

Tengo ganas de ausentar los ojos.
¡Qué más da! Los ojos nacen a diario como los perros o los gatos,
como tu boca de indocumentados decibelios
o como tu mano que pesa sin censura.

Se me antoja clausurar toda luz todo golpe toda risa
y ponerme a sembrar mejillas
para que tus golpes tengan donde dormir.

Oraciones para el suicidio

Las madrugadas son para desamordazar el recuerdo
aflojarle el puño del hocico
y desmenuzar la tristeza.
A esa hora sin copia me infecto de silencio
se despintan las noches, se escurren por la ventana
y parece que alguien me obliga a llorar.
Pero nadie, ni la piedra que refrigera mesías
ni el hambre que se pone a inventar
agruras dentro de mí.
(Traigo el hambre descontinuada)
No hay bocas en medio del cemento
ni oídos colgados en las paredes.
A esa hora el sonido se encoge de hombros
y toda la oscuridad nace de mí.
En las pupilas se me revientan las estrellas
y su eco de luz apenas me alcanza

para terminar de morir.


Yobany García Medina (1988). Egresado de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, FES-Acatlán (UNAM). Miembro fundador del Seminario Permanente de Metaficción e Intertextualidad en la misma institución. Ganador del 1er. certamen de minificción: “Fantástica lascivia”. UNAM. DGACU. Mayo 2013; Ha publicado en diversas revistas independientes, entre ellas: Sancara, La Morralla, Moria y, recientemente, en la revista arbitrada Destiempos n. 43, 44 y 45.




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