Opinión | Columna: El lado oscuro de la pluma | Autora: Gaby Sambuccetti
Desde el momento en que un escritxr publica, todo
lo que sigue después está inclinado hacia “el afuera” que sobrevuela a los
escritorxs como un ave sarnosa que nunca se calma, generando constantes deseos
de satisfacer las demandas de ese entorno. Una lógica mercantilista, pero
personal y social. Y esa constante búsqueda de validación, irónicamente, vuelve
a los escritorxs cada vez más desconectadxs de los demás.
Desde mi visión, tanto publicar como recitar, son
tareas que nos ayudan a conectar con los demás. Parecerá obvio
y simple, pero estoy convencida de que esto cada día está más desdibujado.
Mucha gente se pierde en el mapa de los laureles, los premios literarios, las
menciones, las fotos y las publicaciones, entre otros.
Muchxs artistas dejan de ser auténticxs en esa
búsqueda de reconocimiento. Al dejar de ser auténticxs, deja de haber una
conexión real con el entorno. En esa falta de autenticidad, en esa desconexión,
el arte empieza a dar un vuelco hacia otro lugar. El arte empieza a ser un espejo
para verse más grande, más poderoso, más exitoso. En la búsqueda de ser
visto, muchos artistas terminan frustrados porque, paradójicamente, no son
vistos.
Si tienen éxito en su difusión y promoción,
entonces es el personaje que crearon para alcanzar las
demandas de un entorno quien se difunde. Ellos son vistxs, pero a la vez, no
son vistxs.
Es curioso ver como muchxs escritorxs hacen literalmente cualquier cosa por salir en entrevistas para aumentar su visibilidad y reconocimiento, pero después no encuentran nada para transmitir. Terminan por hacer resonar sus nombres, pero no sus palabras.
Y los editorxs, publicistxs, periodistxs, muchas
veces hacen uso y abuso de esa necesidad constante de mucha gente para tener
esa validación social. Incluso cuando los escritorxs se escapan de esas
lógicas, muchas veces no son vendidxs, publicadxs, tenidxs en cuenta, no
son dignxs.
Siempre me acuerdo las palabras de una editora a la
que aprecio mucho que me decía algo así como: no importa atraer lectores,
importa a quienes atraemos. Más importante que el número de
lectores es la fortaleza de la conexión que creamos con ellxs.
No importa cuántos títulos tenga un escritxr, las difíciles palabras que use, cuánto se haya esmerado para hacer las
metáforas más retorcidas y complejas, porque cuando uno se esmera demasiado por
demostrar algo, simplemente no lo logra. Se desconecta. Y tarde o temprano esa
desconexión se siente, ya sea en el artista o en los lectorxs.
Los escritorxs que nos importan son los que nos
dejaron algo; más allá de los premios que recibieron o cuán aclamados fueron.
Nos importan sus palabras, sus poemas, su belleza: así de pequeño y enorme es
su legado.
Cuando conectamos como lectores, algo en nosotrxs
se modifica. También se altera algo en los escritorxs; algo deja de estar vacío
y en una búsqueda constante de ser silenciado, llenado, tapado.
Los escritorxs somos lxs que leemos lo que pasa en el mundo y lo ponemos en palabras.
Los escritorxs somos lxs que leemos lo que pasa en el mundo y lo ponemos en palabras.
La verdadera paz en los escritorxs no viene cuando el espejo nos refleja al doble de nuestro tamaño, sino cuando conectamxs con los demás.