Antítesis
del miedo.
Este instante hereditario:
Me llaman desde mi sangre,
Y soy una estampida de lobos,
Que asesinan sus memorias.
La muerte es esta pluma,
Y yo levito sobre ella.
Ya no soy un pájaro,
Soy aquel gusano que invade,
El rigor mortis de su miedo.
El síndrome de Cotard
Se extiende:
Me duele aquello que no
existe,
Dentro de mí.
Esa fuga de un ángel
Que antes existía dentro de
este vacío.
No existo...
Soy un órgano contemplando,
El Big bang de su
exterminio.
Entonces, me devoro.
Me elimino.
Este instante caníbal:
Me alimento,
De mi humanidad intangible.
Exploro a la mujer que
habita
En esta lágrima
Que solo me la regala
-Un orgasmo fingido-
En este pequeño instante
De muerte:
Levito victoriosa sobre mi cadáver.
El
insecto.
Coexisto en el engranaje de las
cosas absurdas.
Mitigo mi pena con una miga
de pan,
Que hace días vomité, por
temor a intoxicarme.
Pero mis miedos calcan sus
manos,
Las piezas anacrónicas de mi
fracaso.
/También soy un objeto que
no utilizo/
La vida es una sombra mirándome
oculta,
En el techo de una casa que
diviso a lo lejos.
Me abrazo para no morir de
hipotermia
De motivos.
Me beso la mano que nadie
siente en sus piernas.
Acaricio mi fémur que es una
prolongación
De un animal extinto.
Algún día hablaré con mi
padre,
Y le escucharé contarme de
sus amores prohibidos.
Mi boca es un entierro al
que nadie asiste,
mi poema es una joroba que
pesa en mi espalda.
Mi temor a la gente es que
quizás
Si me descuido,
Puedo llegar a quererlas.
Entonces,
todas mis creencias,
Serán solo una
escoriación,
Sobre mi piel.
Una
película surrealista
También escribo poesía -para
ser alguien-
Ese alguien se trastorna
cuando la metáfora,
Es la última Matrioska de aquello innombrable.
Borro el poema que nadie
leerá,
Pero contiene todas las
causas,
Para hacerme daño.
El poema es este absurdo
repasarse
/Y ampararse/
En la lobotomía forzada de la tristeza.
La poesía es ese perro
andaluz,
que extraigo de mi axila
y toma de mi mano,
como un prodigioso asesino.
Imprimo mi poema
Y siento que algo dentro de
mí,
No dormirá nunca más
Ninguna noche.
Primavera.
La
huida
He cruzado la última
frontera:
Prestidigito el silencio,
Y el arlequín del fracaso,
Predice su último acto.
Soy una moneda,
Que aún no alcanza el suelo:
Mi suerte camina de mi mano.
Del otro lado del espejo
Camino
como fugitivo en la cárcel de mis memorias.
Amo
todo lo que me hace daño,
porque es lo único que me pertenece.
La
enfermedad del amor es un hongo incurable.
Es
un organismo que alimento dentro de mí,
por
temor a que me devore.
Pese
a todo, amo estar viva.
Amo
la geometría de un trozo de pan,
que comparto a mi
amor propio.
Ya no me reconozco sin el
holocausto del lenguaje.
Mi vida es una metáfora que
se expande,
como acupuntura en mis heridas.
Sin embargo,
Mañana olvidaré todo esto.
Seré aquella profeta de
tiempos pasados.
Y dibujaré de nuevo, agujeros
negros sobre mi tristeza.
Para huir, para huir.
Dentro de mí,
Siempre habrá un dedo
apuntando mi pecho,
/Pero mi pecho es un
camaleón que aprendió
El horrible vicio de
esconderse, cuando más lo necesito./
Breve oración en tiempos de ausencia
Mi cuerpo
tiembla.
(Mi mente es
un gusano que devora la noche.)
Mañana alguien
me encontrará en posición de yoga,
Calcada como
astro en una pared negra.
Rezo porque el
fin sea una vereda roja y no
La campanilla
que suena detrás de esta puerta gris.
Rezo porque el
Dios en que creo sepa que pienso en él,
Sobre todo
cuando en mis brazos, una muralla azul,
Me deja ver mi
camino.
Mi mente es un
gusano y alguien detrás de mí,
Muerde una
manzana y desfallece.
Yo estoy
dentro.
Sigo rezando
para que la tierra que me
habita,
Sepa el camino
de regreso.
El desvelo
Se arrulla mi deseo en tus manos de pájaro
y tus piernas son dos incógnitas,
de mis hombros, a la medianoche.
La culpa de soñarte,
me remuerde en esta realidad,
de no tenerte.
Y pensarte,
como si fueras una noticia de economía,
una crónica reservada a mi muerte
y pensarte…
Y tenerte en mis sueños
siempre intacta,
con tu cara de maniquí
sin desvelos
sin que los días te pesen
y te pasen.
Mientras, yo envejezco
y mi último latido
y ese reloj de madera
envejecido
y todo al unísono
clic...
seas tú fugada de mí.
Sara Montaño Escobar (Loja, Ecuador, 1989).
Licenciada en Psicología General. Textos publicados en Revista Fuego y Amazon.
Escribo porque la poesía es la única forma de reconocerse, en las pequeñas
mentiras cotidianas.