SARA MONTAÑO ESCOBAR





Antítesis del miedo.


Este instante hereditario:
Me llaman desde mi sangre,
Y soy una estampida de lobos,
Que asesinan sus memorias.
La muerte es esta pluma,
Y yo levito sobre ella.
Ya no soy un pájaro,
Soy aquel gusano que invade,
El rigor mortis de su miedo.
El síndrome de Cotard
Se extiende:
Me duele aquello que no existe,
Dentro de mí.
Esa fuga de un ángel
Que antes existía dentro de este vacío.
No existo...
Soy un órgano contemplando,
El Big bang de su exterminio.
Entonces, me devoro.
Me elimino.
Este instante caníbal:
Me alimento,
De mi humanidad intangible.
Exploro a la mujer que habita
En esta lágrima
Que solo me la regala
-Un orgasmo fingido-
En este pequeño instante
De muerte:
 Levito victoriosa sobre mi cadáver.

El insecto.
Coexisto en el engranaje de las cosas absurdas.
Mitigo mi pena con una miga de pan,
Que hace días vomité, por temor a intoxicarme.
Hipocondría.
Pero mis miedos calcan sus manos,
Las piezas anacrónicas de mi fracaso.
/También soy un objeto que no utilizo/
La vida es una sombra mirándome oculta,
En el techo de una casa que diviso a lo lejos.
Me abrazo para no morir de hipotermia
                                                               De motivos.
Me beso la mano que nadie siente en sus piernas.
Acaricio mi fémur que es una prolongación
                                              De un animal extinto.
Algún día hablaré con mi padre,
Y le escucharé contarme de sus amores prohibidos.
Mi boca es un entierro al que nadie asiste,
mi poema es una joroba que pesa en mi espalda.
Mi temor a la gente es que quizás
Si me descuido,
Puedo llegar a quererlas.
Entonces,
                   todas mis creencias,
                                 Serán solo una escoriación,
Sobre mi piel.





Una película surrealista
También escribo poesía -para ser alguien-
Ese alguien se trastorna cuando la metáfora,
Es  la última Matrioska de aquello innombrable.
Borro el poema que nadie leerá,
Pero contiene todas las causas,
Para hacerme daño.
Afuera de mi casa, hay un triste monigote
Que debe arder todos los días del año.
El poema es este absurdo repasarse
/Y ampararse/
 En la lobotomía forzada de la tristeza.
La poesía es ese perro andaluz,
que extraigo de mi axila
y toma de mi mano,
como un prodigioso asesino.
Imprimo mi poema
Y siento que algo dentro de mí,
No dormirá nunca más
                         Ninguna noche.
                            Primavera.


La huida
He cruzado la última frontera:
Prestidigito el silencio,
Y el arlequín del fracaso,
Predice su último acto.
Soy una moneda,
Que aún no alcanza el suelo:
Mi suerte camina de mi mano.

Del otro lado del espejo
Camino como fugitivo en la cárcel de mis memorias.
Amo todo lo que me hace daño,
                                                           porque es lo único que me pertenece.
La enfermedad del amor es un hongo incurable.
Es un organismo que alimento dentro de mí,
por temor a que me devore.
Pese a todo, amo estar viva.
Amo la geometría de un trozo de pan,
                           que comparto a mi amor propio.
Ya no me reconozco sin el holocausto del lenguaje.
Mi vida es una metáfora que se expande,
 como acupuntura en mis heridas.
Sin embargo,
Mañana olvidaré todo esto.
Seré aquella profeta de tiempos pasados.
Y dibujaré de nuevo, agujeros negros sobre mi tristeza.
Para huir, para huir.
Dentro de mí,
Siempre habrá un dedo apuntando mi pecho,
/Pero mi pecho es un camaleón que aprendió
El horrible vicio de esconderse, cuando más lo necesito./

Breve oración en tiempos de ausencia
Mi cuerpo tiembla.
(Mi mente es un gusano que devora la noche.)
Mañana alguien me encontrará en posición de yoga,
Calcada como astro en una pared negra.
Rezo porque el fin sea una vereda roja y no
La campanilla que suena detrás de esta puerta gris.
Rezo porque el Dios en que creo sepa que pienso en él,
Sobre todo cuando en mis brazos, una muralla azul,
Me deja ver mi camino.
Mi mente es un gusano y alguien detrás de mí,
Muerde una manzana y desfallece.
Yo estoy dentro.
Sigo rezando
                     para que la tierra que me habita,
Sepa el camino de regreso.

El desvelo
Se arrulla mi deseo en tus manos de pájaro
y tus piernas son dos incógnitas,
de mis hombros, a la medianoche.

La culpa de soñarte,
me remuerde en esta realidad,
de no tenerte.

Y pensarte,
como si fueras una noticia de economía,
una crónica reservada a mi muerte
y pensarte…

Y tenerte en mis sueños
siempre intacta,
con tu cara de maniquí
sin desvelos
sin que los días te pesen
y te pasen.

Mientras, yo envejezco
y mi último latido
y ese reloj de madera
envejecido
y todo al unísono
clic...
seas tú fugada de mí.


Sara  Montaño Escobar (Loja, Ecuador, 1989). Licenciada en Psicología General. Textos publicados en Revista Fuego y Amazon. Escribo porque la poesía es la única forma de reconocerse, en las pequeñas mentiras cotidianas. 

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