ALONDRA BERBER


Relato

Edith Piaf emerge entre los muebles de la sala.

El sillón tiembla
frente a mis pupilas que sonríen
y mi padre dice que eso es música.

La vie en rose.

El pan blanco mordido.
El olor del bote de plástico con crayolas.
La máquina de escribir.

Mi madre teje arcoíris
entre los leones marinos
que vuelan en la ventana
y el payasito de cuerda que guarda
todas las risas y primeras palabras
con los labios cerrados
y los ojos curvos encogidos.


Relato

Un día
Tita se cayó
y no quiso caminar nunca más.

Ambulancia.

Gardel.

Las sirenas suspiraron
en la primera nostalgia de la casa.

El gusano-tristeza
se retorcía en nuestros estómagos.

El ánima de lo posible
entre la puerta de madera,
el jardín y la silla de ruedas
que fue vaciando la sala
hasta partir de Acapulco.

Maletas.

El abrazo hondo en el aeropuerto.

El sureste que significó no ver a mis abuelos
por mucho tiempo
ni escuchar al grillo que cantaba
con un sombrero.

Sus rostros transparentes
en los rollos de la cámara.

Mi Tito miraba entre los retratos y óleos
una cama cargada de silencios.


Relato

Acuario.

Una aleta flota solitaria en el mar.
Deviene. Ilumina.
Parpadea como un foco-milagro.

Juego a las escondidas
con los hijos
de los amigos
de mi padre.

Nadie se oculta tras el telón de los tiburones.
Nadie voltea a ver la etérea
plataforma en el mar.

El buzo se convulsiona –me digo–,
el buzo sigue ahí tambaleando
porque existe la epilepsia y es nocturna
y discreta
y él mueve las sillas y silencia,
mueve las sillas y silencia
la propia tristeza de persona-adiós
y yo me pregunto qué se siente morir sin ganas,
qué es nadar por la noche
y sentir la sacudida en todo el cuerpo,
qué se siente morir sin ganas,
qué se siente morir sin ganas.

Flotar.

Sólo flotar entre los peces amarillos,
la espuma que duerme todos los cantos
y las narices marchitas.

Relato

Padre inventa malicias ajenas,
me protege de ellas
invisibles.

Madre tiene miedo entre las ocho de la mañana
y la una de la tarde,
entre las ocho de la mañana
y la una de la tarde.

¿Por qué entre las ocho de la mañana
y la una de la tarde?

Don César invariablemente
llega temprano por si acaso,
carga mi mochila todos los días
de la misma manera por si acaso,
me da la bienvenida al carro sonriendo
y me dice por mi nombre
pero en chiquito.

Por si acaso,
sólo existe la soledad en el cuarto de muñecas.

Relato

Papá era de los hombres que gustaban
de lanzar balazos al cielo
como si entre las nubes se escondieran
quienes un día me desearían.

A él le hubiese gustado conocer a Maximiliano,
abrir la reja, hacer una carne asada
o ver el terror en mis ojos.

No soportó la sangre en mi falda.

Nunca supe si temer más a la fusca,
a la desobediencia o a enamorarme.

Él sonreía con el aroma de la pólvora,
disparaba a los asaltantes y a las casas abandonadas.

A quién no hubiese desollado
para que yo creyera hasta el féretro
que el mundo era rosa.


Relato

Por la madrugada desperté como si algo
buceara en mí, una especie de recuerdo-pez,
de ruido-burbuja.

Padre lavaba sus manos frente al espejo.

Me abrazó.

Dijo que todo estaría bien,
que todo
estaría
bien
y yo repetí sus palabras y sus gestos
como un acto de salvación exacta,
como un acto de salvación.

Sólo lo devolvía a casa el hábito
de ponerme una almohada cuando comía mucho
y dormía con la postura descompuesta.

Así era él:
obsesivo con las congestiones.

Y yo obsesiva, obsesiva, obsesiva,
repitiendo los patrones, las conductas,
esperando enfermar para mirarlo.

Esperando.

Esperando.

Siempre esperando.

Relato

Madre es un par de brazos amorosos,
constantes,
protectores,
una voz que susurra que antes del nacimiento
soñó el rostro descendiente.

La cascada-cordón,
el aliento de rama nocturna,
el dedo dibujando la lluvia del vientre.

El ave detenida como una burbuja
en medio de la ventana.

Un feto llora dentro y escuchan todos.

Dicen que a eso
se le nombra suerte.


Relato

Madre me lleva de la mano
por los senderos sombríos del puerto
y los lugares calcinados
en que estuvimos con papá.

El abrazo continuo.

El abrazo de cóncavo y convexo
de la madre que se mira destrozada
en el reflejo puntiagudo
de los ojos de la hija.

El abrazo de ramas enredadas.

Extiende mis vacíos de luna recién pintada.
Las zapatillas rosas
e imaginarias
que apenas danzan
bajo los párpados corroídos.

Ballet.
Aparición del lobo.

Una mujer corre del escenario
con el tutú puesto

y las plumas amarillas.





Alondra Berber (México, 1987)  Autora de los libros El péndulo de cal (2013) y El incendio de las mariposas (2015). Ha sido becaria del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Secretaría de Cultura del Estado de Guerrero a través del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero en 2012 y 2014. Textos suyos aparecen en Cronopio (Missouri), 99 grados y el Periódico de Poesía de la UNAM, entre otros. En 2016 realiza en colectivo con el pintor Luis Vargas Santa Cruz el proyecto artístico Ruta Vorágine [Exploración visual-literaria del concepto de trauma en la infancia]  en Bélgica, Francia, España, [y Cataluña], donde presenta obra y conversatorios en librerías y galerías de arte. De manera paralela a su trabajo artístico, coordina una residencia de arte contemporáneo y es directora editorial de Flotante Mag.

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