El Arte nunca es
un objeto acabado, sino un organismo en constante evolución. La literatura es
un campo de cultivo donde podemos ensayar una y otra forma de reproducir
nuestras ideas; no hay fórmulas hechas ni recetarios para crear novelas, poemas
u obras de cualquier otro género. Creo que lo mejor es experimentar con lo que
nos venga a la mente, incluso formas “en desuso”; a veces de esa
experimentación surgen asociaciones insospechadas.
Hace poco un chavo que compró un
libro mío de poesía me dijo que “era bueno que yo escribiera en verso libre”,
pues él había escuchado la recomendación de un gran escritor (no me dijo
nombre) de que recurrir a las formas métricas (como el soneto, la redondilla,
etc.) era aburrido y que, además no permite expresar libremente las
ideas. Lo refuté. Se requiere un elevado ejercicio de la inteligencia para
poder escribir, por ejemplo, un soneto, y conservar dentro de una métrica
exacta una idea completa, que además tenga ritmo y sentido musical, y, por si
fuera poco, se diga con metáforas. No cualquiera lo logra, la gran mayoría de
quienes lo intentan se quedan en la rima ociosa y forzada (y esto,
precisamente, le da mala fama a los poemas rimados). Hay quien puede decir que
le da flojera practicar estas formas, y eso me parece completamente válido (yo
misma defenderé su derecho a expresarse como mejor le venga), pero una cosa es
que le dé flojera (o que no considere necesario este ejercicio de manera
personal) y otra cosa es que demerite la obra cuando se vale de estos recursos.
Estoy convencida de que
ejercitarse en estas formas desarrolla la inteligencia, la disciplina mental y
el sentido musical, que después se verán reflejados en el verso libre o,
incluso, en la prosa. Claro, el poeta no está obligado a tener “sentido
musical”, podría preferir un estilo más llano, y eso también es válido
(especialmente en nuestros días, cuando las fronteras entre distintos géneros
literarios se han hecho tan dúctiles). En lo particular prefiero el verso
libre, pero, como parte de mi taller personal, ensayo con las formas clásicas,
lo que, lejos de aburrirme, me parece un gran divertimento.

Encuentro medianamente cierta
esta premisa; en efecto, creo que todos los autores a quienes leemos nos
transmiten sus propias lecturas, mas, también considero que hay cosas
sustanciales que sólo un autor en particular nos puede transmitir. Y los Clásicos,
por algo son “Clásicos”. Para mí, leer a Cortázar, aunque es una experiencia
muy rica, no sustituye la de leer a Dostoievski.
Ningún libro debe leerse por
“obligación” (salvo el diccionario), sino por necesidad propia; si alguien no
se siente tentado a leer La Iliada, no veo por qué tenga que hacerlo (a menos
que sea parte de su curso escolar, que, aquí, debo decir, mucho contribuyen la
escuela y las clases de literatura en la secundaria para echar a perder el
gusto por la lectura).
Claro que las formas cambian
(tanto por las épocas como por la región geográfica y cultural). La Iliada
tiene un capítulo completo para hacer un catálogo de las naves que combatirán,
entrelazado con la minuciosa genealogía de los Héroes; luego, en el transcurso
de los cantos, las escenas son interrumpidas para señalar acontecimientos del
pasado, hablar del linaje de tal o cual personaje, repetir fórmulas de
cortesía, etc. Si uno se pone a escribir así en estos días seguramente se
quedará sin lectores, sin embargo, considero que una lectura meditada de
La Iliada puede darle al escritor contemporáneo, conocimiento y una
mirada más amplia (profunda) de la que podría tener leyendo únicamente autores
de su época. Repito, no hay libros “indispensables”; así como no veo la obligación
de leer tal o cual libro, sólo porque es clásico o porque es la obra cumbre del
gran autor fulano, tampoco veo la obligación de leer cierto libro sólo porque
está de moda, porque “todos los escritores del momento lo han leído” o porque
es literatura de rompimiento.
Pienso que un amplio repertorio
de lecturas nos ayuda a ser mejores escritores (nótese el
énfasis en “ayuda”; no se trata de una fórmula matemática: entre más libros has
leído mejor poeta o novelista eres); la literatura nace de la literatura. Los
libros que uno elija para leer han de ser los que vayamos sintiendo necesarios,
los que nos cambien y nos hagan evolucionar. Es bueno tomar las recomendaciones
de los que tienen experiencia en este oficio; por ejemplo, si Murakami
recomienda cierta lectura, voy a tomarlo muy en cuenta pues confío plenamente
en su criterio, esto no significa que lo tome como poseedor de la “verdad
absoluta”.
Lo principal, insisto, es
formarse un criterio propio, independiente de la parafernalia
culturosa que nos rodea. Ser un escritor auténtico requiere convertirse
en uno mismo (algo así me dijo alguna vez, Gastón Alejandro Martínez,
en honor al viejo Nietzsche). Ah, y cuidado con esa otra seudofórmula: “entre
más publicaciones tienes, mejor escritor eres”. Voy de acuerdo en que la
publicación es parte de proceso creativo, el puente necesario para lograr esa
cristalización autor-lector (que se da en forma dinámica con la tecnología
actual, especialmente en el twitter), sin embargo, publicar depende
de muchas circunstancias y, como todo en esta sociedad, de las relaciones
públicas. Puede haber obras muy valiosa, aún inéditas. Por ello, cuando alguien
me dice que “el que no publica constantemente no es escritor”, le recuerdo a
Kafka.