HOMENAJE A DINA BELLRHAM

Dina Bellrham, escritora ecuatoriana.



Dina Bellrham, joven escritora del género poesía dejó este mundo la madrugada del 27 de octubre a los 27 años de edad.  Edelina Adriana Beltrán Ramos era su nombre real, pero encontró la manera  de reducirlo en Dina Bellrham, seudónimo con que firmó sus dos poemarios: Con plexo de culpa (2008) y La mujer de helio (2011).
La escritora pertenecía al Grupo literario Buseta de papel dirigido por el poeta Augusto Rodríguez. Bellrham era militante de la poesía y amante de Alejandra Pizarnik, ya que la leía como su fuera no sólo un manual, sino como si fuera parte de sí misma.
Nadie sabrá porque se fue tan prematuramente, lo cierto es que ella quiso hacerlo, ir más lejos. 

pero le paso (a Kafka) lo que a mí:
se separó
fue demasiado lejos en la soledad
 y supo -tuvo que saber-
 que de allí no se vuelve
se alejo -me alejé-
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte…
La sala de psicopatología de Alejandra Pizarnik


Dina fue más lejos, así lo hizo la misma Alejandra, Paul Celan, Alfonsina Storni, Sylvia Plath, entre otros y otras. Este mundo no era suficiente para hacer poesía. Aunque lo cierto es que Dina deja dos obras de una tremenda magnitud, ambas transcienden este universo para posicionarse en otro lugar. Sin embargo su escritura estaba en formación, ella se  iba formando en compañía de Siomara España y de otros poetas que le dieron parte de la luz que necesitaba.
Dina o Edelina: una sola  mujer  quien recreó este mundo para convertirlo en otro, en uno propio. Ella poseía carisma y era sociable. Apostaba con los ojos cerrados a los proyectos literarios, revistas, difusiones, etc. Estaba tan segura que la poesía debía de transmitirse. Su blog dinamitada fue la clara expresión de la difusión de la poesía y su amor por ella.

Por Romina Cazón




Cuando el aire se vuelve poesía
Prólogo de La mujer de helio

Va ligera, va pálida, va fina,
cual si una alada esencia poseyere….
Tan aérea, tan leve, tan divina,
se ignora si danzar o volar quiere;
y se torna su cuerpo una ala fina,
cual si el soplo de Dios,  la sostuviere.”

Al leer el título de este poemario,  las primeras ideas que circundan la memoria son los versos  de Medardo Ángel Silva cuando en Danse D´anitra va dibujando  entre palabras la presencia de un ser  impalpable, incorpóreo que va elevándose como se elevan los seres celestiales.
La relación de ideas surge por la misma levedad de Pavlova (a quien Silva dedica su poema) con relación a esta mujer volátil, esta Mujer de Helio que contemporáneamente va flotando entre el escenario de la cotidianidad de las palabras,  en un ritual semejante,  diferenciado en el decir desde el no ser,  porque el mundo se vuelve irrespirable y es solo por medio del “helio” que se eleva, y aborda con lengua alucinada nuevos códigos léxicos descifrables a ratos mediante la intromisión directa del narrador-poeta que es quien presta su voz a la verdadera autora de los textos, una mujer abismal y silenciosa que con imprecados vocablos esparce su palabra. 
Al abrir el pórtico de La Mujer de Helio,  inevitablemente encuentro  entre sombras la imágenes versales de Dávila Andrade,  sobre todo en los episodios culmines de su poesía,  cuando los “doctos” nombres de la literatura de su época se negaban a leerlo por considerarlo un canto a la nadería, por el pecado de su codificación, nunca comprendieron  que era ahí y solo ahí donde radicaba la “profunda delicia del secreto”
Esta oscura delicia se queda en la epiglotis no solo de la poeta,  sino del lector que puede casi degustar  el plato que se sirve en la mesa cotidiana:  “… insectos interdactilares … doce uvas frescas  e hipertróficas … mi taza de café  y la de té de mi madre ”

 El dialogo perenne entre el ser y no ser, la poeta omnisciente que es a la vez persona y personaje del poema, personaje hablante y expectante que se escurre y esconde tras una mujer imaginaria, una mujer creada para ser ella a través del cristal, es el inconsciente que a ratos suspira, se eleva y olvida que es ella misma, que se busca y no se encuentra por que se marchó con la otra, con la de la alas rotas, con la que se enfrenta y riñe jugando a ser la heroína de las historietas, la volátil y etérea Mujer de Helio “…me pasa por quitarme el chaleco anti-dagas… retorno al fantasma… como si no fuera la mujer que te crece en los omóplatos. Como si una migaja te bastara  como si no supieras que me evaporo sigilosa, que solo duele el inicio,  que escapo a suicidarme a mis tumbas que me saco los huesos, que muerdo mi lengua que purgo las arañas de mi vientre como si fuera de piedra. Me pasa por jugar a ser humana  ”
De manera impensada esa “otra ” mujer dentro de la esfera que la envuelve, logra disgregarse entre el discurso poético para  auto-negarse y mostrarse cada vez con diferente rostro, así se auto-profana e imposibilita la distinción de una y otra entre el poema.
Esa auto-negación nace desde la posibilidad de amar, el amor con todos sus desatinos se ha colocado entre sus hombros como una carga irremediable,  “ sí, seguro es el calentamiento global, la coca cola hervida, la eyaculación precoz del cielo … imposible que ahora de gusanos viva la aorta, imposible, es ridículo. Todo lo que siento es ridículo”
Todo aquello que toca su fibra interior debe ser expulsado porque la poeta no admite “extravagancias”, entonces todo lo que no se acepta debe saltar hacia algún subterfugio y es entonces que a manera de salvamento aparece la “otra” que lo vive todo “El novio tiene miedo, hay helio en el cuerpo de la mujer que lo acompaña … la mujer de helio siempre busca al niño en las noches… arranca la boca del novio y se la guarda …  la mujer de helio  se desnuda … apaga las luces, llora dos vasos … la mujer de helio engulle al novio cuando no existe”.


La búsqueda de  códigos
La búsqueda de códigos autónomos para articular un lenguaje propio es casi siempre el leit motive  de la poesía,  ora en la palabra, ora en la armonía, ora en el fondo mismo del poema, pero en el caso de Dina Bellrham, esos “códigos” se han evidenciado desde su primer poemario “Complexo de Culpa” donde a menudo el lector fue obligado a recurrir a un vademécum de términos relacionados con la medicina que nos ayudara a dilucidar las ideas que quedaban suspendidas por el normal desconocimiento. Dina Bellrham ha continuado introduciendo en su poesía nuevos y variados términos, pero esta vez de la mano de esa Mujer de Helio la misma recurrencia se nos presenta con un valor adicional, una conexión que ya no corta el ritmo del poema, sino que está dado de tal forma, que puede entenderse y disfrutarse aun sin conocer su significado.
La poesía de Dina Bellrham también cumple una suerte de ejercicio exteriorizador del subconsciente, y lo logra a través de la creación de un tercer                          narrador-poetizador; la primera es la persona creadora-poeta, “ella es buena, come y gasta lo indispensable” la segunda, la narradora omnisciente “yo le amoldo la sonrisa, le muevo los pies y camina de mis manos que articulan sus zapatos ”  y la tercera, es LA MUJER DE HELIO, “…soy la culpa de los hijos de  Eva porque la tristeza es grande entre los párpados, cuando hay tantas manos que me arrastran a la orilla mientras maldigo mis bolsillos con piedras… ”, ella, La mujer de helio, es la excusa perfecta, el artilugio exacto en esta trilogía para construir la mágica palabra, la poesía.
Entre lo sensual y barroco
No solo por su abundancia  de signos o la ornamentación de su poesía Dina Bellrham se escurre por los anagramas del barroco con su gran cantidad de significantes, así haciendo uso de la ingeniosa palabra, va elaborando  sigilosamente versos que no serán fácilmente identificados en su real dimensión  y más bien se  necesitará el regreso en varios pasajes. “mujer divorciemos los instantes del vaivén, que la mano puede más ….desde que nos arrancaron del árbol y mordieron la mitad de nuestros pasos. Dopemos a los payasos milenarios”.  Eros aviva el deseo de yacer entre otros cuerpos y a escases de estos, la autocomplacencia es el único recurso existente y la disculpa idónea se vuelca hacia el viejo paraíso terrenal.
   
La sensualidad nace desde el raciocinio de donde brota el erotismo, aquí conjugada en la poesía la creación juega con el erotismo y entre íntimos anagramas confiesa: “… mis senos quieren salir huyendo … hasta la boca … nosotras que hemos fermentado las rodillas en el césped … antes de hora, antes de morder tus bronquios y hacerme cúmulo en el éter. He vuelto a sacar las muñecas, ataviarlas de orgasmos”.
Los vocablos toman su propia vía, se sensualizan, y entre la autoreflexión de los sucesos evocan nostálgicamente y se lanzan  juntas a la cacería   “…aunque sigamos solas y con la sonrisa de armadores sabes que el recreo ha llegado, salgamos a buscar lobos en la bragueta de los bosques”.

La ironía
Otro de los signos cuantificables dentro de la poética de Dina Bellrham es también el uso del sarcasmo, no de manera abundante sino de manera mesurada,  la poeta teje finamente en el lienzo la desdicha de las “otras”, aquellas asfixiadas por  la contaminación mundana de la banalidades y ella (la poeta persona y personaje omnisciente) suspendida en su atmósfera de helio se burla socarronamente de su majestuosa condición  “Hay princesas en la alacena de la casa carente de espectros. He visto sus faldas cual campanas de iglesia retumbando pentagramas prolijos … mientras el agua inunda maceteros, las princesas salen a buscar dragones alopécicos” ellas también son las causantes de su helio, (su evasión) cuando en la perfección de sus almidonadas vestiduras se burlan de su redondez “cuando todas duermen, (incluso yo), salen a observar a la mujer de helio que posa desnuda frente a un lavabo … mientras sus pupilas se cuartean le crecen alas en los vocablos … odio verla, no me escucha cuando disparo plegarias…” la primera  persona-personaje sale en defensa de la mujer y al encontrarla sorda ante el atropello, en su bondad solo invoca plegarias en su lengua quimérica.

  
Mediante la ironía también increpa a aquellos que se quedaron enraizados por su incapacidad de elevarse junto a ella, a su helio puro, no fueron capaces de abrazarse a su más sublime ascenso, por eso no le hace trampas a la palabra ni justifica sus vocablos,  no toma distancia ni se evade con frías preposiciones, no, más bien su lengua visceral y aguda se explaya y grita: “mis senos no son tu madre resucitada del calendario… si te arranco los ojos no es por cultivar costumbres,  me faltan los lentes subterráneos”  por eso los culpa de su infinita ineptitud para entender su simple mundo sin atavíos o posturas  “…Me nombran sufrimiento como si mi lengua fuera el hielo en los vasos…porque nos gusta eso de cazar ascensores … nos prefieren mundanas, insómnicas, vivas”.

La mirada aguda de la poeta se torna voz de repudio hacia las convencionalidades
“… ella duerme en las cloacas, en las faldas de las putas en las damas de las casas aglomeradas de muebles”,  por eso se deja llevar mediante el uso de nuevos códigos expresivos o encubriéndose entre el velo de esa otra narradora,  La Mujer de Helio, que lo expulsa todo soplo a soplo, “Ella cura mis muñecas, adormece la anemia. Ella es fuerte. Ella apretará el gatillo en el desierto” y en ese laberíntico viaje la arrastra, sacude y manipula para luego lavarle las heridas, se salva, la salva de ella misma.
   
Siomara España M.
Junio del 2011

Poemas de La mujer de Helio
XXV (ausencia)

Mis versos eran una mesa quirúrgica. Repartía incisiones desde el manzano. Los bisturíes hacían sus barahúndas proletarias y pedían un día de guardar. Yo azotaba sus filos a mi vientre hasta quedar vacua, bífida.
Ella compartía sus escombros, su fuente de anélidos, su melancolía flotante.
Hace tanto que no mastico su sexo ni violamos muñecas. Ya no vendrá, he destruido su templo, los gritos son ramas fibrosas, marcas —putos jeroglíficos— sin esputo. Los tranvías Mujer, ¡los descarriados caminos relinchan polidipsicos! Solía construirte las palabras náuticas desde mis carriles. Cuando era tripas y tu voz recóndita me acercaba a los sismos. 

XVIII (resaca)

Fuimos la saliva entorpecida por las rocas. El hambre acumulada en el minuto del postre. Recolectamos los frutos que descansan ebrios y deformados bajo las paredes. No somos lo que pretendemos, ni la bacteria que devora las heridas. Tal vez pensabas en los suburbios mientras edificabas tu lengua en mi garganta. Somos el exilio y la cordura colgada de un árbol. Los trozos de niños aparecen después del navío. Abrimos la sobriedad de la ventana. Y seguimos buscando la rana en nuestros días. El exceso te vuelve príncipe, y a la mañana siguiente, hechos calma y culpa, tú acostumbrado a las islas remojas mi nombre en la cicuta. El sol te silencia y aprendes a desnombrarme.
Nosotras contrarias a tu memoria, amanecemos con el helio petrificado en los labios. Cansadas de ser el reloj de los llantos. Podridas de ser la miopía de los esqueletos. Mordidas por tu nostalgia etílica. Hechas migaja en tu bastón. Nos hemos convertido en la noche de tu hecatombe. Hemos sido el momento de la hambruna, un parpadeo.

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