VÍCTOR GARRIDO

Valentín Mittler


EL SOMBRERO


Un sombrero
quería regalarme
la muchacha.

Un sombrero
nuevo,
a medida,
sólo para mí.

Un sombrero
quería regalarme
la muchacha,
para taparme la cabeza
y que nadie la viera.

Me cortaré la cabeza
y se la regalaré
a la muchacha,
con la condición
de que nunca la tape,
de que juegue
al volleyball con ella
y la haga llegar
tan alto
como pueda.

Y el sombrero lo usaré
para abanicarme.



LA EXPLOSIÓN DE UNA ESTRELLA DENTRO DE MI CRÁNEO

No nací.

Salí de un vórtice
abierto
una madrugada.

Así como brotan
las plantas de la tierra,
yo broté del vórtice,

y miré a la luna
y le ladré.

Luego el vórtice se cerró
y me quedé solo.

Nunca aprendí
a hablar,
sólo ladrar
y sentir
y bailar,
pero no cuando yo quiero:

sólo cuando vuelve
el vórtice,
cuando vuelve
a abrirse
el vórtice

como la explosión de una estrella dentro de mi cráneo.

Entonces vuelvo
a nacer,
a sentir,
a ladrar,
a bailar,

y a través del humo
que me sale
de la nariz, y de la boca, y del culo,

veo un sol pequeñito
muy lejano

mientras el vórtice se va cerrando
y mi cráneo queda relleno de polvo estelar.


EL HOMBRE QUE MEÓ EN LA REGADERA

Todo fue culpa mía.
Yo hice que un hombre
meara en una regadera.

Y luego me hice el tonto,
y aproveché que sabía volar;
y desde lo alto
regué al mundo
con la meada de aquel hombre.

Y a los románticos les regué
con meado,
y a los que se quedan quietos les regué
con meado,
y a los que compran mierda les regué
con meado,
y a los fascistas les regué
con meado,
y los que sufren les regué
con meado,
y a los de 1978 les regué
con meado,
y a los machistas les regué
con meado,
y a los que salen en la tele les regué
con meado,
y a las machistas les regué
con meado,
y a los romanos les regué
con meado,
y a los que jamás lloran les regué
con meado,
y a los que jamás ríen les regué
con meado,
y a los reyes sumerios,
y a los otros,
y a los niños,
y a los que lo saben todo
y a los que no saben nada
y a los que no se enamoran

y a los que no bailan les regué
con meado,

y a los que no vuelan les regué
con meado.

Y los que no bailan
ni vuelan
se ahogaron en meado.



YO TIRO COPAS DE VINO

Los gigantes bailan,
se divierten,
con una sonrisa
muerta
que nunca cambia.

Mientras la niña
se esfuerza
por llegar a su altura.

Usa una cuerda,
intenta subir,
una cuerda atada
a una nube.

Agarrada a la cuerda,
cerca ya de la sonrisa
de los gigantes,
nada sujeta a la niña,
sólo sus manos
y sus piernas.

Se cimbrea en la cuerda cansada.

Y cuando sus manos resbalan
y cuando sus piernas resbalan
y cuando sus manos sueltan la cuerda
y parece que va a caer,
agarra su moño,
y jala de su moño
y se mantiene en el aire
agarrada a su moño.

Jala de su moño,
se mantiene
en el aire;
se cimbrea
en el aire
agarrada
a su moño.

Y cuando su moño
ya no la sostiene,
y cuando su moño
se deshace en una cascada
que cubre sus ojos,
la niña camina por el suelo,
la niña camina por el suelo,
la niña camina por el suelo,
lejos de la sonrisa
de los gigantes.

Y dentro de una hora
la niña
volverá a trepar
por la cuerda;
la nube
está esperando;
la niña
volverá
con su moño
a trepar por la cuerda.

Los gigantes bailan,
se divierten,
con una sonrisa
muerta
que nunca cambia.

Y yo,
tiro copas de vino
por el suelo que pisa
la niña.



Víctor Garrido. Tiene 30 años, de los cuales ha pasado escribiendo casi la mitad. Nunca se lo había tomado en serio, ni había sentido interés por publicar nada, hasta que hace un año decidió volverse voluntariamente loco, y sintió curiosidad por ver cómo pueden los cerebros ajenos al suyo interpretar las cosas que escribe.

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