Hazlo
nuevo, dijo Ezra Pound…
Estoy
cansado de estar muerto y ser, Juan Eduardo Cirlot…
Siempre
me he preguntado, a ¿dónde fugan esas negras esferas que aparecen cuando olvido
acontecimientos y personas? ¿A dónde fuga el tiempo cuando, separado de sus
goznes, nos arrastra hacia donde todo se redefine en su ruina?
Materna
me hizo pensar en el ángulo que se abre hasta ser casi imperceptible. Un ángulo
cuyo grado va más allá de la medición y se desvanece “en el giro probatorio de
los días” y se convierte en el “punctum” donde la memoria deviene en un sueño
ajeno.
Dice
Clement Rosset que un objeto es el doble de un objeto real imposible de
aprehender, de concebir (a falta de modelo), por lo que me pregunto, ¿en qué
punto se sitúa Ignacio para manifestar esa especie de ante palabra tan precisa en su construcción?
:
:
“Lírico e iluso, lo
reconozco, de refucilos
corte psicotrópico y suspenso, acaso: un
fondo, extraño, de signos personales que
háblenme y convocan (…)”
corte psicotrópico y suspenso, acaso: un
fondo, extraño, de signos personales que
háblenme y convocan (…)”

avanzar sin esperanza pero al mismo tiempo sin miedo, cosa que es y a la vez no es posible en este libro. Existe el temor de hundirme como la “aristotélica Ophelia”,
porque al leer Materna, recuerdo que todo es sorpresivo y a la vez conocido, como las caderas del amor se desvanecen al contacto de la amada y se transforman en el sino de la angustia.
Tubos
clínicos, suero, gotas de sangre, rojo fuego, fucsia, bronce y mármol negro.
Ophelia sobre el río de sábanas blancas, sobre el negro del cáncer, sobre lo irremediable de su materia. La madre detenida, voltea en sueños y tranquila deviene en Ignacio para avecindarse en un Stalingrado de magnolias; luego se desplaza a Kentucky, California, Tenesse o Manhattan como “inquina y duelo de fogonazo (…) en una lengua anglosajona no hablada”.
Ophelia sobre el río de sábanas blancas, sobre el negro del cáncer, sobre lo irremediable de su materia. La madre detenida, voltea en sueños y tranquila deviene en Ignacio para avecindarse en un Stalingrado de magnolias; luego se desplaza a Kentucky, California, Tenesse o Manhattan como “inquina y duelo de fogonazo (…) en una lengua anglosajona no hablada”.
Muchas
veces la oscuridad, el hermetismo, hace que el lector se quede un paso atrás o
adelante del sentido; en Materna no es así y a la vez lo es. Hay una
construcción donde
el lenguaje es amasado hasta que cada punto cambia de extremo; permutaciones meditadas, claras, precisas; no existe afán de sorprender ni de abusar del método, porque no hay método alguno: “urdimos algo que decir, cuando jamás pensamos qué y dijimos demasiado”; como Trakl George en Grodek, arrasado en nervios se desploma entre atardeceres, hastiado, feroz, afectado por las experiencias monótonas de otoño, aún sigue sostenido de la intermitencia , como lenta escritura deshojando espejismos de algún roble.
el lenguaje es amasado hasta que cada punto cambia de extremo; permutaciones meditadas, claras, precisas; no existe afán de sorprender ni de abusar del método, porque no hay método alguno: “urdimos algo que decir, cuando jamás pensamos qué y dijimos demasiado”; como Trakl George en Grodek, arrasado en nervios se desploma entre atardeceres, hastiado, feroz, afectado por las experiencias monótonas de otoño, aún sigue sostenido de la intermitencia , como lenta escritura deshojando espejismos de algún roble.
¿Será
preciso hablar de esperanza, cuando todo
por ser inconsecuente pasa y roza las fronteras de un Lower Manhattan, de un
cruel Abril donde Stearn Thomas, en los cuidados intensivos de Ophelia y Clara, disputa el significado o la
finalidad del alcance de su escritura? Hay algo o más bien nada, cuando uno se
hunde hasta las profundidades para emerger con los ojos inyectados de sangre a
descubrir que todo sigue igual, que la memoria no pesa en los acontecimientos y
al final no le queda de otra que rogar a Bennu, el egipcio, al antiguo Bennu
egipcio: “donde acaso fueres: seas en mí, sé en mí”.