Opción B
Treinta
y dos días después de que enterraran a Clarita en San Fernando, Luis se metió
un tiro.

No fue
por el amor. Fue por los jueves. Que ya no eran los mismos. Los jueves jugaban
al parchis, y quién perdía, fregaba los platos toda la semana. No fue porque no
hubiera nada en este mundo como ella, sino porque ella, era imposible. Y en
cambio existía. Fue porque ya eran novios en el cole. Porque habían visto
crecer a siete nietos. Porque se tocaba, y le faltaban partes en el cuerpo y,
le dolían todos los huesos de echarla de menos por la casa.
The Black
¿Te acuerdas del día que
mataste una sartén con una cucaracha?
¿De cómo utilizabas como
crema mi esperma en la cara?
¿De los castillos que
hicimos debajo del paraguas? En aquel aire.
¿Recuerdas la ventana? Yo
te esperaba allí. Con el pico abierto.
Mira mis manos. Vacías.
Sin besos que llevarme a la boca.
¿Con qué? ¿Tú sabes la de
huecos? ¿Que soy un agujero?
¿Qué duermo con zapatos?
¿Te acuerdas del concierto
de helado a dos cucharas?
¿De aquel truco de magia?
(la mordía en el cuello
y se le caían las bragas)
De tanto amor de antes de
la guerra.
De cuando el prado y las
cigarras y tú y yo, tan chicos,
tan bonitos.
Tan lejos de las bombas
que llovieron después
sobre todas las cosas que
amábamos.
Donde estaba la iglesia
han puesto un bar de putas.
La casa de tu madre está
de pie. Blanca. Al sol. Todavía.
Pero Genaro se murió.
Arrugó el labio y a Bastián,
se lo llevaron entre dos a
la pared del patio.
Tu coño de pan y naufragar
hasta partirme en dos como
un buque mercante en mitad del océano Pacífico.
¿Recuerdas que gritaba
como un cerdo?
¿Recuerdas cómo te
llamaba?
Colibrí mío. Ramito de
azucena. Guarra. Cométela. Así. Así. Hasta el fondo.
Este ya no es sitio para
nadie.
Sólo hay ruinas.
Humo.
De lo que un día fue donde
existimos.
Nivel azul, azul
marino
Soy un hombre mediocre.
Sueño cosas mediocres:
que la señora de la
limpieza se masturba en el cuarto de los trastos;
que mi padre muere ahogado
en un vagón de tren;
que vuelo, por supuesto.
Un clásico.
Aspiro a comer todos los
días. Caliente. Con pan.
O a que no entren en mi
casa una docena de soldados,
una noche cualquiera,
diciendo esto es la
guerra.
La guerra. Qué palabra tan
extraña.
Yo también tuve Sueños. En
mayúsculas.
Me faltaron neuronas. Tal
vez glóbulos blancos.
Pero no estuve ni cerca.
Soy un hombre mediocre que
dice tonterías
como qué buen día hace,
¿verdad?
¿La huella de mi paso por
el mundo?
Perdona: pero creo que te
has equivocado de ascensor.
Un hombre sin chistera ni
armadura ni caballo.
Un hombre honrado, eso sí.
Cuestión de gustos.
Pero tengo que vivir.
Con esto.
Aunque nunca salga cruz.
Y le he prometido a Clhoé,
que ascendería a Luna
llena un día de estos.
Me otorgarían la medalla
al amor propio.
Sería, Capitán.
De un barquito con redes
que saliera a pescar,
todos los días de mi vida.
“No cojas ese tren papá.
Caerá al río”.
A veces nos buscamos los
pies con los pies de noche debajo de las sábanas.
Y si cantan los grillos
y si el mundo se para
y si un tac de reloj
y si hay yogur en la
cuchara
y si llueve
y si llueve
y si llueve,
nos besamos.
Porque lo único que
importa,
a estas alturas del
Everest,
es no caer de rodillas.
Billy nació en
chanclas y pantalones cortos un día de verano de 1965 a la edad de cero años,
fruto de la casualidad o la imprudencia de sus padres en un portal oscuro de un
barrio obrero. Primogénito y único varón de entre cinco hembras hacendosas y
honradas, MacGregor fue criado a la benévola sombra de la recién parida
democracia española, entre rockabillys y punkys y Heavys y otras tribus de las
cuales mamaba por entre calles empedradas por donde las litronas de cerveza
rodaban cuesta abajo mientras las vecinas tiraban cubos de agua fría por las
ventanas con geranios. A los diecisieis ya era un desastre, y a los ansiados
18, un auténtico idiota totalmente convencido de que el mundo giraba a su alrededor.
Carne de cañon y mano de obra barata porque nunca estudió ni un poquito
siquiera, se ganó la vida como fue pudiendo en empresas de mierda sin
sindicatos y mal pagado, pese a su fervor porque todo quedara siempre
reluciente. Y así, como llega la lluvia llegaron las mujeres. De gota en gota.
De flor en flor. Siempre las mujeres. Hasta que fue tal el chaparrón, que en
ocasiones aún se levanta sudando por las noches soñando que a su entierro han
venido todas a echar tierra sobre su tumba, y una rosa roja. Pueden leerle en el blog HISTORIADERO:
http://historia-dero.blogspot.com.es/
Colaboración: Manolo Marcos
Colaboración: Manolo Marcos