Opinión | Columna: El lado oscuro de la pluma | Autora: Gaby Sambuccetti
¿Qué me dirías si te digo que dependiendo de tu edad, sexo, condición
económica y país de nacimiento depende tu talento, tu futuro y tu prestigio? Seguramente esto traería muchas respuestas negativas, una cola de
comentarios afirmando y reafirmando lo opuesto, citando casos en los que esta
ley no aplica. Pero cuando le echamos un vistazo a las estadísticas, esto parece
cobrar más peso.
Por ejemplo, cuando uno toma la lista de lxs ganadores del premio
nobel de literatura desde 1901 hasta 2017, se encuentra con estos resultados:
100 hombres ganadores frente a 14 mujeres (y no estoy haciendo mención a lo que
pasó en el 2018 cuando la entrega de premios fue suspendida debido a los escándalos
y denuncias por acosos y abusos sexuales de la Academia Sueca). Parafraseando a
Virginia Wolf, durante mucho tiempo “anónimo” fueron mujeres.
De todas formas, las estadísticas no sólo tienen relación con las
cuestiones de género, también de edad, condición económica, entre otros.
Piensen en la cantidad de escritores reconocidos que son blancos frente
a los escritores de color ¿Cuántos escritores de color ganaron el premio nobel
de literatura? La lista se reduce a alrededor de 2 escritores.
¿Cuántos escritores que no son hombres, blancos, ricos, céntricos hay
en las grandes editoriales? Las preguntas pueden ser muchas, pero todas las
respuestas van hacia el mismo lugar: al talento hay que ayudarlo con
determinadas características que el sistema económico y cultural premia y
fomenta.
Así como la inspiración es un mito, bastante funcional a estas
estadísticas por cierto, muchxs de los grandes
genios literarios también son productos funcionales a un sistema.
Porque para ser unx genix literario hay que estar validado por algunxs
jueces: los medios de comunicación, la academia, las editoriales, entre otros.
Ningún escritorx actual es reconocido si no tiene el aval de los
medios. Y aunque existen las redes sociales, no existe aún mayor legitimación
que la de los medios de comunicación. Pero se sabe que los medios tienen sus
propios intereses, que avalan determinadas obras, que el amiguismo es moneda
corriente, que construyen y destruyen, y la lista puede seguir.
Cuando tengo un libro nuevo en mis manos trato de que no me invada la
información contextual a un punto de nublarme el juicio, pero esto cada día es
más difícil. Una vez que uno abre los ojos a la literatura como un negocio, no
se puede volver atrás.
Abrir los ojos también puede ser liberador: pensar que no importa
cuántas posibilidades tengamos en este sistema opresor porque lo que importa es
el mero acto creador.
Muchas de las figuras de los grandes referentes literarios, de los “ídolos”,
funcionan como cualquier otro monopolio: invisibilizando, debilitando o
desapareciendo a la competencia. Concentrando. Para ser el mejor alguien tiene
que ser peor. Y muchxs ídolos son cool arriba del escenario, pero muchas veces abajo
del escenario dejan mucho que desear. Y no sólo los ídolos que están al frente
y dan la cara, también los grandes editores, directores y muchos otrxs
referentes culturales que operan desde las sombras.