EL
SEÑOR DE LA GUERRA
I
Sabías
que las dejaría
allá
lejos, en nuestra isla,
bautizadas
con los nombres más curiosos:
Cosmos,
Energía, Progreso,
Investigación
y Desarrollo.
Sabías
que las dejaría
allá
lejos abandonadas, esclavizadas,
sudando,
estorbándoles el cuerpo,
adorando
a mi gemelo, el de la máscara de cuero,
el
de los mil azotes, el de la sensibilidad de fogata.
Sabías
que no era por ellas
ni
por el método de marcar a fuego
las
manos a las nalgas como pinturas rupestres,
sino
por ese manantial en el que descansaba en paz
y
despertaba al alba y me levantaba listo para la guerra.
Sabías
que no eran ni son las Luces ni la Moneda,
sino
la Voluntad, desbordada, de Conquistarlo todo,
con
gloria, de querer con fuerza infinita,
menos
trabajo y más consuelo, como lo prometían.
Sabías
de mi cansancio de años:
demasiado
agotado para escuchar
demasiado
necesitado de una mamada.
Todo
por ti, todo por el Imperio.
II
Tantos
nombres, tantas máscaras,
los
mismos gestos, las mismas prácticas:
el
Conquistador
el
Libertador
el
Salvador.
Esa
Voz que vuelve y vuelve,
unos
ojos detrás de otros ojos
en
una habitación a oscuras
vigilando,
posándose, derritiéndose como un iceberg
al
ver los cuerpos de marfil negro
que
vienen al río a lavarse en caravanas
y
descomponerse
en
tantos nombres, tantas máscaras,
en
los mismos gestos, las mismas prácticas.
Y
esa Voz se levanta y anda y anda,
una
y otra vez,
como
Un falo guiando al pueblo,
un
arpón de amor señalando una dirección,
un
camino:
“Ahí
levantaremos nuestra casa,
ahí
erigiremos este tótem donde alguna vez hubo una mujer
capaz
de acostarse con todos los animales del Paraíso”.
Y
un ejército de mujeres corre a ver el sueño de Simón Bolivar
hecho
realidad:
-Dorado,
que quemas dorado, aquí te secas y mueres dorado.
-Esta
marca, Amor, este número, es por una buena causa. Para salvar a mi hijo.
-¿Qué
deseas de esta lengua que me has enseñado? ¿Qué quieres por una moneda?
Y
esa Voz que vuelve y vuelve,
unos
ojos detrás de otros ojos,
mirando
desde la tierra
una
pantalla allá en el cielo
vigilando,
posándose,
derritiéndose
como un iceberg
al
ver un espectador gruñir, correrse
sobre
tantos nombres, tantas máscaras,
sobre
los mismos gestos, las mismas prácticas.
III
La
máscara es un campo de batalla
que
libra y borra todas las fronteras
y
las trincheras no son más que suturas
de
alguna herida recibida hace tiempo,
donde
recibimos las cartas de alguna
de
nuestras madres y con sorpresa
abrimos
el paquete y nos sonreímos
al
ver que junto a las fotos que envían
de
todas esas bellas máscaras a la mesa,
en
familia, nos han agregado un poco
de
buen tabaco que liamos con las mismas
hojas
que nos han llegado desde el Imperio
y
las fumamos, inhalamos y exhalamos
y
nos preguntamos sin preguntarnos,
¿cómo
pueden salir de esas máscaras
las
palabras de Dios si comen de la carne
de
otra de las tantas máscaras de Dios?
Y
luego, por alguna razón, recordamos
la
historia que leímos cuando eramos niños
sobre
un tigre, tan abominable y hermoso
como
una máscara que les preguntaba
a
sus comensales en una Última Cena,
“¿quién
entre todos ustedes se atrevería
a
quitarme el collar?”. Y nos contestamos,
con
esa respuesta a la que nunca llegamos
sino
por trampa, adelantando las páginas,
“La
puede quitar quien se la ha puesto”.
IV
Orando,
golpeando el miembro contra los muros,
vuelvo
a pensar en esa máscara de cuero,
en
ese nombre prestado
pintoresco
como un gran boulevard,
con
la que lograba entrar a la gran fiesta entre amigos,
donde
me apabullaban con preguntas de todo tipo:
-Estuviste
perdido tanto tiempo.
-Cuéntanos,
¿cómo es la Tierra?
-¿Cómo
lograste salir de casa?
Y
yo sólo lanzaba cerillos desde la hamaca
a
la alberca, donde veía salir a Greco, renovado,
con
la espalda negra, chamuscada por el sol.
-Todo
está bien -les hubiera contestado
mientras
los miraba desde la sombra de las palmeras,
con
otros ojos detrás de estos ojos, inmutable,
acechando
como una bestia, vigilando que las piezas
permanecieran
cada una en su lugar,
“Tantos
secretos, amigos. Pero hoy no. Hoy no”.
David Araujo (León, 1987), poeta y
artista visual. Es autor de los libros de poesía Poemas para leer en el Imperio
(2015), Prótesis americanas (2015), El señor de la guerra (2015), Campos de
concentración de bolsillo (2014), Mi lucha (2013), Estudio sobre los girasoles
de hierro (2013). Ha publicado tanto su obra poética como gráfica en diversas
revistas y fanzines nacionales e internacionales. Actualmente inicia la
dirección de la editorial SSF Press (Spiritual Sensuality Foundation Press)
junto al poeta y artista mexicano J. Mauricio Orozco.