EUGENIO LÓPEZ ARRIAZU

 
Mike Worrall


*
tenía el querer apachuchado
estanques en la sangre
mordazas en el corazón…
y llegaste como un idioma nuevo
vocales-cascadas: multicolores
danzas de miró
con signos blandos, con signos duros
cargada de consonantes sibilantes de viento
explosivas y africadas… shshshshshsh
te me prendiste a los húmeros
te me subiste a la palma: erizo
sediento de caricias
con un verso en cada púa
llegaste subrepticia
llegaste herida
y te me quedaste acurrucada
entre la piel y los huesos


*
quiero quererte siempre
mi chico de pelo corto
con tus porritos eternos
y tus pantalones flojos
quiero quererte siempre
mi chico de grandes tetas
chiquitito, masculino
mi niño de ojos rasgados
lloradores, azulinos,
de manos estrechas que le huyen
escurriéndose a las esposas, pero
no a mis sogas de bombachas rotas
mi chico doliente-desgarrado
mi chico que ama las damas
mi chiquito enamorado
borracho pródigo adicto
mi chico por el que vivo
quiero quererte siempre
con tus tacones altos
desflorado, pidiendo, mío.


Estatuas

Ocho mil guerreros de terracota
enterró Qin Shi Huang consigo.
Ocho mil guerreros, cada uno
único: generales, soldados, jóvenes y viejos.
Ocho mil guerreros que custodian
su sueño eterno.
Cuando yo me muera, no quiero guerreros:
quiero ocho mil estatuas
de vos: joven y vieja y amante y amiga,
ocho mil estatuas con todos tus besos.
Te quiero de ocho mil maneras,
todas distintas,
por siempre, por siempre en mis sueños.


El molino a Dulcinea       

tengo las piernas mo/lidas
las muelas gastadas
la garganta que chírria /ando
ventrudo de cangilones
y de la espalda me salen
aspas a contraviento…
tengo un hidalgo loco
clavado a fondo en las costillas


Los urutaúes

Venían de noche los pájaros
fantasmas al lecho
y hacían sus nidos ralos
dentro de mi pecho.
Eran las bandadas grises,
que aullaban, lloraban,
no había en las plumas matices,
ni en picos ni patas;
eran pardos, abultados
y se hincaban sepultados
en mi sangre oscura;
se movían como diablos
que ulularan en vocablos
negros, sin fisura.

Vienen los urutaúes
hambrientos, sedientos,
siempre los urutaúes
como un negro viento.
Son las aves de la nada
reviviendo espectros,
desovando en la garganta
fétidos y muertos.
Llora, llora, urutaú,
mis ojos no tienen luz.
Es la noche el manto
mortaja de un pozo frío;
con ojos ciegos te miro,
pájaro de espanto.

Vení ahuyentalos, mi amada
de los grandes ojos,
vení como en la balada,
ya, del Jabberwocko.
Vení con tu espantapájaros
de luz y caricias,
con mis sueños en tus manos,
tu piel y tu risa.
¡Ahí viene, triunfal, mi amada,
con su fulbrigante espada!
¡Pin-pun! ¡Un, dos, trúes!
Revoltijados, maltrechos,
pálidos huyen del pecho,
¡los urutaúes!


Epidemia

El mundo se contrajo
en un espasmo.
Querida Clara
las estadísticas no mienten:
millones mueren
en España / en Estambul
en Rusia China Londres Belice y Argentina.
El virus se filtra por
la piel
las membranas oculares
los tímpanos / viaja
por las corrientes marinas
las ráfagas ciclónicas
y los deshielos polares.
La semana pasada mató 1.000.000
de ovejas patagónicas
también encontraron peces muertos
río arriba en un afluente
del Amazonas
y entre las peñas del Himalaya ya no queda
ni un monje tibetano.
Leí que parece que
su ARN se reproduce a expensas
del cadmio de los robots.
¿Los mataremos? (El mío
me da pena).
Y el contagio es inmediato.
Le detectaron una enzima
que al contacto con el plasma
sanguíneo
produce arsénico.
De ahí la sensación de asfixia.

Aquí el que puede se ha encerrado
como allá
los súper están vacíos
el chino de al lado
no deja de llorar.

¿Por qué no estás conectada?

Tengo miedo.

El mundo es un edificio de apartamentos:
los japoneses del quinto no hablan con nadie
los nigerianos del segundo ni siquiera usan el ascensor
los yanquis se compraron todas las unidades del séptimo
hicieron un bunker
y tiran sus cadáveres por el balcón
al patio de los rusos.
Solo los uruguayos pasean
por los pasillos como si nada.
No le temen a la muerte.

Querida Clara:
tengo el virus.

La gente quema autos en las calles.
Prefiero morir afuera
luchar como Lin y Po.
Me voy con mi robot. Le puse Michi, ¿te dije?
aunque casi no tiene
partes orgánicas.

Te quiero. Siempre te quise.
Ojalá no estés… Si no vuelvo / si podés
escribí algo por favor
en mi biografía: algo
que quede para siempre en
el ciberespacio.
Facebook ya se ha vuelto un campo
de epitafios.


La Boca

Invierno.
Por la boca
del Riachuelo entran
marrones de río
las aguas polares.
En los canales se reflejan las ramas
desnudas de los árboles que no fueron
anegados por las aguas.
Un bote fileteado en azul y oro
grita:
“La única Venecia
en Sudamérica;
aquí abajo, bajo el bote,
yace Caminito”.
Un turista me saluda.
De brazos cruzados
apoyado
en la ventana desvaída,
lo veo flotar y después perderse
tragado por la bruma.
El policía antimotines
del puente de enfrente
clava
en el cañón los dedos
y en el gatillo
como una estatua.

Nada se parece al rosa brillante
del lago Retba
donde íbamos por sal
de chico con mis primos
en Senegal.

Eugenio López Arriazu. Ha publicado los poemarios La revuelta (2017), La reja (2017), Los urutaúes y otros poemas de amor (2018) y el ensayo Pushkin sátiro y realista, la influencia de la sátira en el realismo de Alexandr Pushkin (2014).

Colaboración: Luisa Isabel Villa Meriño

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