ARELY JIMÉNEZ

Oneiros y yo (Kam Redlawsk)




Este dolor de cabeza se abre como un río, 
es un río donde cae un monzón 
y un hombre saca con las manos 
las estrellas recortadas por la lluvia.
En este río cabe todo mi cuerpo
y todas mis entrañas, 
cabe mi madre con ojos dulcísimos
y mirada amarga, esto es
preocupación, 
caben también mis dos riñones
sedientos y niños.
Siento hasta el más ligero robo de luz.
Me voy quedando a oscuras:
hecha una vena furiosa de latidos
rojísimos mezclados con lo negro 
del dolor y la náusea.
Ladeo la cabeza para que la barca
del hombre naufrague.
Resulta peor traer un muerto encima, 
las ruinas de su barco oxidadas en mi vientre
y todas las estrellas opacas
abultadas en mis ojos
que de tanto y tanto, ya no lloran.
Entiendo que un dolor de cabeza
ya no es un dolor de cabeza,
que no basta nombrar dolor al dolor, 
que en el fondo soy un río: 
debajo de mi vestido de humanidad
sólo hay tiempo.


Creer en la vida, en dios,
en la dureza de las manos.
Creer hasta exprimir la verdad, 
repetirla como un mantra, dosificarla.
Creer hasta agotar el verbo
hasta usurpar todos los templos y santuarios, 
hasta sangrar todas las rodillas, 
y secar todos los ojos luego de haberlos tenido
fielmente cerrados, húmedos de esperanza.
Creer en la dignidad del aire, 
porque tal vez eso somos, 
algo invisible 
que sólo pasa y se va.
Creer que hay una sabiduría oculta, 
un fruto que cuelga del llanto 
y agradece su esencia de sal,
su néctar tibio no tan dulce. 
Creer también en las distancias,
lo mismo que  en el canto de un ave
atravesando su jaula.
Creer en la gramática del dolor 
para articular la sintaxis de la edad madura.
Creer, y aun así
preguntarse si en verdad vale la pena 
tensar los músculos, gastar la piel, el rictus,
lo blando del corazón,
cuando lo inevitable viene 
dulcemente
a adormecernos los puños.


Quizá la poesía no sea para hablar
de que estoy enferma
y me da miedo morir,
de mi necesidad de trascendentalismo.
Quizá no sea el lugar para dejar caer mi boca
imprimiendo mi sed
mi hambre, mi aliento metálico.
Tal vez sea la forma más eficaz
de contar chistes,
no estoy segura.
Estoy siendo demasiado directa con mi dolor,
tengo que oscurecer el poema
como piden en los talleres,
decirles algo, cualquier cosa. 
No debo ser mezquina y anticuada,
no debo aburrirlos con mi muerte anticipada
y mi resucitar forzado 
en un cuerpo que desconozco.
Quizá esto no es un poema, 
no estoy segura.


Y aún si me va a matar esto
¿Qué? Nadie se salva.
Y aunque lloro y me retuerzo
¿Qué? ¿A dónde ir? 
No puedo levantarme de mí misma
y abandonarme.
Dejar de lado el cuerpo anémico, 
su porvenir de tubos y morbilidad.
No puedo irme lejos de mí
como se han ido muchos otros
hiriéndome con su bondad,
con su amorosa indiferencia.
Bendita canción del bien, nunca te acabes,
que sigan aparentando los otros que les importo 
y me ofendan luego 
no con su misericordia:
nadie tiene su corazón en harapos, 
no, con su lástima, 
como al mendigo que le dan una moneda 
y eso no lo sacará de las calles;
con supan ácimo para mi pobre hambre;
con sus fórmulas de aliento para inflar mis pulmones, 
para obligarme a decir gracias.
Adelante, que vengan estos pastores
y traigan sus buenas intenciones 
vacías 
pero buenas al fin.
Aquí les recibo su leche pasada 
sus billetes de la lotería falsos, 
sus largas e infinitas promesas de ayuda. 
Lo guardo todo
y me desgañito en cólera y furia. 
Desde aquí amo toda su hipocresía, 
hermanos, y la transmuto en oro, en llamas,
en gozoso misterio. 
No quedaré aquí,
abiertas estarán puertas y ventanas, 
los girasoles, la luz y el aire,
entonces
respiraré con más fuerza,
profundamente.
Me gastaré los puños a gritos, a palabras.
Seré pira y fuego.
Arderé hasta las lágrimas,
hasta que mi garganta sea una granada 
caída del árbol de tan madura, 
de tan roja y herida
Si esto me mata, ¿qué? 
¿Qué harán mis dos manos sino cerrarse? 
¿Quedarse abiertas para abrazar 
la muerte como vieja promesa, 
como un bello ramo de imposibilidades? 
¿Qué hará mi boca o mi pecho? 
Todo callará,
pero ya habré conversado con el aire.


Poemas ganadores del Segundo lugar de "Caminos a la libertad" (2015)




Sobre la autora:

Arely Jiménez, Aguascalientes, 1992. Pasante de Letras Hispánicas de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Fue becaria del Curso de Verano para Jóvenes Escritores 2012 de la Fundación para las Letras Mexicanas en Xalapa, ese mismo año ganó el Premio Nacional de Poesía “Desiderio Macías Silva” con la obra titulada “La noche es otra sombra”. Ha participado en distintos encuentros y talleres como el XXI Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en el País de las Nubes (Oaxaca, 2013), Segundo Encuentro de Escritores Jóvenes Jesús Gardea (Chihuahua, 2014), así como en distintos Altalleres (San Luis Potosí, 2011; Aguascalientes, 2012; Guanajuato, 2013). En marzo 2015 fue becaria de los talleres “Los signos en rotación” dentro del festival cultural ISSSTE-INTERFAZ 2015, ese mismo año también ganó un segundo lugar en el Sexto Concurso Caminos de la Libertad para Jóvenes de la categoría “Poesía y narrativa”, y también fue merecedora del Premio Nacional Universitario de Narrativa “Elena Poniatowska”. Ha sido publicada en diversos medios impresos, así como digitales, tanto de su país como del extranjero. Ha tomado clases con escritores como Eduardo Antonio Parra, Rafael Toriz, Luis Felipe Lomelí y Javier Acosta. Actualmente, se desempeña en la corrección de estilo y la impartición de talleres de escritura terapéutica.


Colaboración: Sara Montaño Escobar

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