BUEN VIAJE ARANA

Adiós al neónida

Gerardo Arana Villarreal 



Proyecto Saul Galo de G.A.

Hablar de Gerardo Arana Villarreal, es una labor compleja porque implica no sólo  inmiscuirse  en “La máquina de hacer pájaros”, “Neónidas”, “Bulgaria Mexicali”, también es necesario conocer a  Bolaño, Elizondo, Novo, entre otros autores, pero mucho más necesario es conocer su trabajo visual y por supuesto a él mismo, porque formaba parte de todo. Como si el gran rompecabezas se armara. Lamentablemente, carezco de conocimientos. Mi acercamiento fue tan breve, tan corto que llegué a conocer sólo  su trabajo literario. Sin embargo, nombrar  a Gerardo, neónida, maquinista de pájaros, contorsionista, maestro,  o  cualquiera de los tantos  adjetivos que le hayan dado, significa decir un hombre culto, intelectual, trascendente. Nunca he podido dejar de verlo así: Arana, siempre fue más lejos de lo que nosotros podíamos llegar. 
Esta sección registra textos, imágenes, videos y audios de autores locales, como parte de una despedida que muchos quisimos hacerle.  ¡Hasta luego Gerardo! RC







Hatha Yoga

Yehuda, uno de los hermanos malandros del bíblico José, recibió la maldición por boca del mismísimo Yavhé, quien le habló en sueños: Te prometo que perderás a tu mujer y enterrarás a tus hijos, bramó el Uno. Este mal hijo que había causado dolor al padre Jacob al planear la venta de José y al mentirle haciendo que identificara sus objetos para demostrar que lo habían devorado las fieras del desierto. Yehuda es el confabulador en esta historia. Es también el padre de Onán. Es también el ejemplo de uno de los mayores dolores que la Biblia expone en el mundo antiguo: sobrevivir a las generaciones que nos siguen: enterrar a nuestros hijos.
Los abuelos y bisabuelos generacionales no se enteran de mucho. Como artistas, como escritores, su obra está en el crepúsculo y han sido fieles a una poética de por lo menos 30 años, en el mejor de los casos. Es entre la generación que roza los 40 y entre los jóvenes menores de 30 donde el  choque se da justamente. Han sido nuestros alumnos de taller, como amorosos padres les hemos enseñado algunos hábitos de higiene, algunos vicios neuróticos del escribir, hemos dicho no eso no, o con entusiasmo wuau, me das una copia; como pares,  compartimos espacios de promoción y editoriales., algunas noches de histeria alcohólica, algunas fiebres emotivas. Las batallas por el financiamiento y por el reconocimiento se dan en esos años. Además, las plataformas de trabajo, los recursos estéticos y hasta las prácticas escriturales son campo común en este intersticio. Al menos lo son ahora. Pero creo que lo han sido desde antes: al momento de emerger en la ciudad a finales de los 90, mi generación, nacidos en los 70, no buscó reeducar o confrontar a los que nacieron en los 50, ni a los mayores. Nuestra batalla por oposición fue con la generación nacida en los 60. Así las cosas, nosotros, ese bulto amorfo de escritores nacidos entre 1970 y 1989 somos los que mayormente resentimos la pérdida de Gerardo Arana.
Ya porque fuimos amigos personales, ya porque fuimos interlocutores necesarios, ya porque fuimos blanco de sus dardos, de cualquier modo, nuestra práctica estaba comprometida en el horizonte de referencias que Gerardo tenía. Era con nosotros con quieres podía dialogar. A quienes podía defenestrar cuando así lo necesitara y a quienes podía intervenir para reciclar textos, anécdotas o conspiraciones. 
Ahora sé que la maldición para Yehuda no era poca cosa: es lamentable sentir que nuestra práctica empieza a tomar forma, recibir el entusiasmo y el diálogo (no siempre favorable) de una generación siguiente y perder ese referente de tajo.  Gerardo tenía entre otras cosas un proyecto editorial, había conseguido libros de dos poetas geniales de mi generación: Sergio Ernesto Ríos y Efraín Velasco. Cuando Velasco me contó del proyecto me quise sumar y Gerardo me pidió material. Pasaron los meses y nada pasaba. Un día Sergio me reclamó la falta de concreción. Lo mandé al diablo, porque eso hago mucho con Sergio, mandarlo al diablo. En marzo, en Monterrey comenté con Efraín el disgusto y la incomprensión legendaria de Sergio. Nunca entendió que el proyecto era un chispazo de Gerardo y que la energía para terminarlo dependía de otras personas. Pues bien, Efraín quería sumarse (en broma) al disgusto y que yo apareciera como un mediador desafortunado para obligarlo a terminar los libros. Nos reímos mucho de la broma que ahora suena siniestra. Bebimos en su honor y platicamos de lo interesante que sería una colección así como la planeó Gerardo (había incluido ya a Minerva Reynosa y a Ismael Velázquez). Cuando me despedí de Efra me recordó que esperara a que le dijera algo a Gerardo para echar andar la broma. Yo esperé un par de semanas  y luego entendí que como siempre nos vencía lo cotidiano para llevar a cabo nuestras acciones conceptuales.
Creo sinceramente que esta generación nacida en los 80 tiene un gran handicap a favor. Hijos plenos de la informática han dejado de lado el rigor por la fabulación y por el Right now. Más wiki y menos Berenstain. Eso da una frescura y una inmediatez a su trabajo que aleja de lo que se consagró en el siglo XX como literatura. Y da un perfecto perfil de este inicio de siglo. Cuando pedimos que el texto no suene como literatura, es que pedimos que  el texto se aleje de la solemne y gastada representación metafórica de la realidad, donde además se utiliza un lenguaje en particular para escribir. Pues bueno, estos jóvenes no tienen ese problema. Su problema es otro, tallo de la misma raíz. Esta falta de rigor los lleva a la necesaria invención. Es simple, ante la caída de los grandes relatos una de las salidas más comunes y más populares fue el New Age. Se murieron los dioses, pero dejaron sus pomadas e inciensos, discos de meditación en hindi/huichol y collares sanadores. Utopías nómadas, todo el Tártaro pero en Cómic. Algo así pero con letras. Creo yo que ahí está la doble tensión entre la que tienen (tenemos) que resolver el texto, entre conservar un lenguaje y un modelo de mundo que no sea representacional (o que no sea sólo representacional en el sentido metafórico) y conservar algo de rigor discursivo de la vieja era. No digo que sea fácil, no digo que sea el común de sus esfuerzos. Digo que estos dos polos son los que deben (en ese impasse contradictorio) tener como hipótesis de trabajo. Algunos de los mayores poetas latinoamericanos están caminando esa senda: Zurita, Echevarren, Montalbetti, Gambarotta. Y algunos de los más jóvenes, como José Manuel Barrios y Yoga, o Héctor Hernández Montecinos y La divina revelación, abren esa ventana de un “New Age riguroso”. A Gerardo le hubiera gustado ese oxímoron. Se parecía tanto a sus textos.

Luis Alberto Arellano

Buen viaje maquinista de pájaros



Los artistas locales  homenajearon a  Gerardo Arana Villarreal en la Galería Libertad, el pasado viernes 15 de junio. El  evento dejó entrever lo recurrente, lo perspicaz y  lo talentoso  que era el joven queretano, quien en el mes de abril se marchó a la edad de 25 años.  Quizás su pronta partida es un signo clave de continuidad, de un estarse aquí sin estarlo.
Eduardo  Torres, Antonio Tamez, Horacio Lozano Warpola, Carolina Morales Fierro, Emma Arana,  Gabriel Vega Real, Elisa Herrera Altamirano, Natalia Stengel, José Velasco,  Francisco de Paula, Eloy Caloca Lafont, Kiril kravchenco, entre otros y otras,  dieron lugar a un digno y respetuoso adiós a un artista y amigo, con un ambiente  lleno de frescura, familia y  público, con distintos matices, cartas, anécdotas, poemas, fragmentos y notas. Seguramente  son sólo una porción, sólo la primera parte de muchas otras.
Esta primera parte del homenaje estuvo moderada por Bernardo Sarvide y Oliver Herring. Ambos intervinieron remembrando a Gerardo Arana. El homenaje concluyó con una musicalización hecha por Eduardo Arana. (RC)






Breve Inventario sobre la elaboración de un texto posible acerca de la ocurrencia de Gerardo de convertirse en humo acre.

Uno.- En parte, me despido de mí misma y me pido tramitar tu desaparición escribiendo un texto acerca de tu peripecia, aunque de un tiempo para acá se ha convertido en un suplicio saber que es necesario juntar palabras y momentos, reunir imágenes, decodificar, traducir, encontrar pistas y dibujos para llevar a cabo el acto de escribir. Armar un texto para leerse en público no ha sido cualquier cosa, sobre todo porque la lectura que hago de él en privado se torna insuficiente, incompleta, incapaz de asir tu vaho. Es sólo mi cuerpo quien sabe que las moronas perdidas, que la piel salina después del llanto son el resto de ti, como el abrazo último.
Dos.- Gerardo, has venido como una gran ola llena de espuma, revuelta. Has azotado con enorme fuerza la orilla. Te levantas como un monstruo, nos revuelcas a todos. Así arrojas la primera piedra.
Tres.- Aunque no me escuches, me escuchas flaco. Morirse nos condena a ser toda la existencia al mismo tiempo. Para mí has sido una noche fría, un sapo, un grillo verde fosforescente, otro grillo gris pasando varias veces. Has sido una estrella que palpitante cambia de color, has sido silencio entre montañas gigantes, oración, temple, sosiego. Has sido mucho silencio. En resumen: un hondo surco por donde se conducen esas aguas turbulentas.
Cuatro.- Tengo una certeza: yo tampoco se por dónde comenzar. He recorrido cada lugar donde estuvimos y he dibujado lo que no quiero que se me olvide.
También te construí un cuerpo de palabras, si alguna vez te extraño tanto que necesite verte, enlistadas logran darle silueta a alguna sombra: barba rasposa, ojos luz, mano cartógrafo, tránsito, estrella fugaz, silencio, túnel, tren, circo. Insectos verdes, gerardoarana, radio raíz, habitante de pájaro carpintero, amigo, mensajes ocultos, Bolaño, todos los poetas juntos. Dejé la palabra abierta para consultar tu cara de vez en cuando. Frac, moño negro, un muchachito elegante.

Cinco.- Tengo un presentimiento: las fuentes de la ciudad se conectan entre ellas a través de túneles subterráneos. Hay ejemplares inéditos de especies marinas. Tú las has visto, has navegado las tuberías, conoces la tierra mojada, los cimientos de la ciudad. Ahí he decidido acampar mientras te escribo lo suficiente, es un refugio, un hogar, un lugar refrescante. Si trazara en un mapa cada una de las fuentes con un punto y las uniera con líneas rectas entre sí  aparecería una figura reveladora: un astro, un desierto, una mina, una ciudad cuadriculada. Ese es tu legado: la magia, las pistas, los sentidos que tienen un punto de fuga y que nos transportan a otros mundos, a otros larvarios, a otras máquinas de inventos.


De este modo, todo hace sentido: una cabecera amarrada al balcón, unos pantalones entubados, un amanecer en arcoíris doble, un volcán milenario exhalando fumarolas.

Qué bella la forma, Flaco, que elegiste de insistir.

Hasta Siempre.
Elisa Herrera Altamirano



El hacedor de la música


Entre las copas de los árboles, que ascendían de una estructura circular a otra, semirectangular, se podía oír el correr del aire, del aire que, envidiando el ulular de los búhos, intentaba imitarlo.
La melodía de los búhos airosos se filtraba entre una multiplicidad infinita de verdes claros, oscuros, opacos, apagados, vegetales, con pretensiones artificiales. Llegaba hasta un tejado naranja de una pequeña cabaña de bosque.
Las tejas se acomodaban bajo el capricho de la temporada de lluvias, una sobre otra, formaban figuras que los humanos no podrían descifrar. El acomodo de las tejas desaparecía para que apareciera una terraza, un espacio diseñado para observar el principio de los árboles cuyas copas eran culpables de crear espacios sombríos en los que tiritaban las flores secas del otoño permanente.
Sentados, en la terraza, un hombre viejo y un niño. El viejo, con una barba cargada de tonalidades blancas y grises que indicaban lo mucho que ya sabía. El niño, con una sonrisa que resaltaba las pequeñas pecas de su nariz y sus mejillas, pecas de risas infantiles. El viejo leía y tomaba notas en una pequeña libreta, el niño jugaba, jugaba hasta que escuchó el sonido de las multitudes, el piar inmenso de miles de pájaros que descansaban sobre las ramas; entonces el niño empezó a buscar a quienes creaban los sonidos, a identificar la multiplicidad de aves, a analizar el escándalo musical.
El niño, sin levantarse, permaneciendo en el suelo y sin dejar de mirar hacia el bosque, tiró de la manga del suéter agotado de recuerdos. El viejo volteó a mirarlo:
––Abuelo, ¿no has notado que ahora hay más pájaros? ¿De dónde vienen todos ellos?
Él sonrió con la melancolía de quien está en edad de poder contar historias. Se levantó sin hablar. Caminó hacia adentro para regresar con una caja repleta de pasteles y acuarelas infinitas, pigmentos que transformó en trazos sobre la pared, trazos que se convertirían en una historia, una historia que los ojos del niño iban armando mientras seguían el dibujo.
 
El chico parecía salido de una película de Wes Anderson: al caminar, pintaba el viento de amarillo como si cada paso que diera fuera un filtro amarillo. En su mirada parecía danzar una tristeza sutil, una de aquellas que desaparece al bailar. Era más una nostalgia por eventos pasados que le hubiera gustado vivir. Su vestimenta y movilidad denunciaban su pertenencia a las grandes ciudades de edificios altos y pocas luces para que la gente en ellas siguiera viva y, al mismo tiempo, mostraba un algo indefinible que volvía evidente la presencia del western clásico.
El chico cargaba un conejo blanco de ojos rosas, a quien, para reconocerlo, le había amarrado al cuello un pequeño moño azul marino con lunares blancos. Al conejo lo había obtenido una noche, en el viejo departamento de un amigo suyo. Se habían refugiado de la noche sin luna. Colocaron velas por todo el lugar y se dedicaron a bailar con Pulp, a reír con Belle and sebastian y a pensar analogías al sonido de Cocorosie. Entre los invitados, estaban un joven que cada cinco minutos tenía que descansar, expulsaba un conejo y regresaba a bailar. Esa noche cada uno obtuvo una mascota.
Frecuentaba las calles repletas de estatuas grises y solemnes a las que les regalaba flores, les dibujaba una sonrisas, les colocaba golosinas en las manos, y éstas parecían cambiar sus facciones inertes para agradecerle los cambios que generaba sobre su perpetua existencia inmóvil.
Finalmente, se sentaba en lugares o que pocos conocían o que pocos utilizarían como asiento: un columpio sin cuerdas, un viejo refrigerador abandonado, el yelmo de un caballero caído, las hojas de un viejo libro descuadernado, los cojines que una duquesa desterrada y caprichosa lanzaba por la ventana. Y era en esos momentos cuando comenzaba a escribir.
Cada línea que cerraba, cada verso que construía, salían del papel: pájaros: gorriones, canarios, loros, tucanes, flamencos, orioles y pingüinos. Cada especie correspondía a la isotopía presentada entre líneas. Las aves giraban a su alrededor y cuando terminaba el texto los sostenían unos segundos en el aire para después dejarlo caer suavemente. Piaban dos o tres veces y luego salían a volar. Claro está que en el caso de los pingüinos, estos siempre se dirigían a eventos de gala, donde se encargaban de montar musicales polares.
Por las noches, las ventanas de su habitación y los muros cubiertos por enredaderas parecían desaparecer bajo el vuelo y el dormitar de todos los pájaros que había creado, quienes disfrutaban anunciarle la aparición del sol y llenar su cama de nubes que rápidamente se convertían en humedad.

Hubo una noche en la que no pudo dormir, escuchaba los autos y sus motores asfixiados, las fiestas de la noche degradada, el paso de los camiones sobre las alcantarillas, el sonido de las sirenas y entonces se levantó para entender que sucedía. En su ventana no había un solo pájaro. El cielo estaba desierto de aves y su piar apagado. Regresó a su cama e intentó dormir. Giraba sobre su cama, conciliaba sueños que acababan antes de que pudiera dormir.
            Cuando amaneció el sol seco lo expulsó de la cama. Adormilado, vagabundeó por la ciudad. Al sentarse no concebía historia alguna. Sus ojeras se expandían de manera que lo hacían verse índigo. Así que decidió regresarse a su casa.
            En el camino escuchó millares de cantos de pájaros, sonaban a reclamos y a piares metálicos. Mientras caminaba, como libros infantil desplegable aparecían tiendas de aves enjauladas, galerías de aves enclaustradas, veterinarias con periquitos desesperados. Los vio en la calle que llevaba a su casa, al doblar la esquina, en la azotea de apartamentos en los que solía refugiarse, en el parque, en la biblioteca, en los museos y, finalmente, en una juguetería. Al verlos ahí el chico gritó y lloró y llorando corrió y corriendo buscó refugiarse y se refugió en un lugar desconocido llenó de árboles.

La última imagen es la de este chico brincando entre los árboles, sentado y creando pájaros que no necesariamente tienen plumas, crea pájaros de madera y rocas, pájaros de papel y poesía. Se esconde. Muchos lo buscan. Con curiosidad, esperan encontrar al chico a quien, según un loro que pasó un día por la ciudad, le ha crecido un dócil nenúfar en el pecho.
Natalia Stengel































Obituario

(que puede ser con ‘v’, Ovituario, por aquello de los pájaros)


Falta un cuarto para la hora
y la cabeza sigue enmarañada en mi memoria,
tu cabeza.

En esta esfera, tú y yo sabemos que el tiempo no importa
y aún así,
sosteniendo al patos y al ethos entre izquierda y derecha
en medio de la cabeza enmarañada,
tu sonrisa ahora épica por el momento de tu muerte.

Ja, ja, ja,
la muerte es un chiste para mí.

¿Hay quien se pregunta si yaces ahora en el limbo
o en el infierno,
o en el radiante rostro de Dios?

Yaces en realidad en tu último pensamiento.

Pero habría que recordar a esas señoras,
que tú no eras, ni católico, ni budista, ni judío
eras Gerardo Aranista, y dentro de ello Saul Galista,
y a veces hasta Salvador Novo o Elizondo.

Me da profunda risa tu muerte,
lo mismo que enojo,
lo mismo que pena,
pero de ninguna manera me es indiferente.

Tres tistes tigres tragaban trigo en un trigal,
algún día tú y yo discutimos,
oh posmodernidad,
que en esta frase, podíamos comenzar
y
que la lingüística, era ciencia indispensable.

Esa lengua en ti, Gerardo,
corría, como corren hacia el abismo,
las muerte, las nubes y la sombra,
en tu navío de vasos de Wodka
tapizado con las hojas de los libros de Bolaño,
cuando en realidad más te veo,
amigo hermano de Bokovsky,
de Kerowak, de Mandela, del Papa,
de un ratón,
de un saco lleno de atrevimiento,
que derramaste a tu paso como sal, como espuma y como arena,
Arana,
mas sólo los que mirábamos a tu corazón
podíamos atestiguar tu derramamiento.

Hoy cuerpo de ceniza y de luz,
te conduces,
pues has murto en la luna creciente en el creciente sol.

No es necesaria tu obra sino como recordatorio fatuo,
pues tu obra y tú mismo,
no hay diferencia,
encontraste la voz y te tomaste de ella,
como el alcohólico se toma de la botella,
MIRROR MAN  de Ismael Velázquez Juárez
y te bebiste tu voz,
y te bebiste tu verdad,
y aprendiste a seguir una entonación.

Claro está, justo antes de la locura,
te disparas como un cohete,
y nos dejas un cuerpo silente
y tu voz concomitante,
depositada en cada uno de nosotros,
(aquí está surtiendo su efervescencia),
flor de plata, Gerardo,
flaco,
devoto de la pátina,
y de los vislumbres que entre la claridad y la noche,
se sientan a contemplar el valle de una ciudad,
esta ciudad de tus memorias,
los amigos de tus memorias,
las que sigue paseando el viento,
grande haces este momento,
para mí es tan grande el regalo de tu vida
como el regalo de tu muerte,
que me une en amor,
con todos aquellos que te amaron,
pues los amigos de mi amigo, son mis amigos
siempre han sido y serán, como tú, mis amigos,
aún así, tu muerte es imperdonable
y me caga la puta madre,
pues mucho te encargué que no te murieras,
pero aun así, gracioso imitador de Cupido,
saltas hacia tu muerte
como el bailarín que siempre fuiste,
pues nunca dejaste de bailar, ni de pie ni sentado,
pues tu sonrisa horizontal lo mismo que tus ojos,
están empeñados en la vida de quienes te conocimos.

Ahora debo correr,
pues tú siempre corriste,
y es bueno, seguir tu ejemplo valiente,
ya hemos dormido muchos años,
es hora de despertar.

Francisco de Paula Nieto


  by


Ficha Breve

Gerardo Arana (Querétaro, 1987- 2012). Escritor y Lic. en Lenguas Modernas por la Universidad Autónoma de Querétaro, UAQ. Participó en distintos talleres como asistente y coordinador. Ha publicado los cuadernillos de cuentos La Máquina de Hacer Pájaros (Herring Publishers – UAQ, 2008), Neónidas (Herring Publishers, 2009) y El Whisky del Barbero Espadachín (Urano, 2010). Ha recibido distintos premios a nivel local y nacional y ha sido becario del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes en la categoría Jóvenes Creadores en 2009, y de la Fundación Mexicana de las Letras para el Curso de Creación Literaria para Jóvenes en 2009. Impartía  clases de español e historia a jóvenes de secundaria y estuvo a cargo de la dirección editorial de Herring Publishers México.




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