"Buenos días, las hojas
en blanco te esperan aquí."
Beatriz
Pérez no precisa definiciones o
preámbulos o aclaraciones porque su voz es definitoria en sí misma, sin alardes
semánticos, sin estructuras de ingeniería poética, sin más puente que el que se
establece entre los versos y el lector.
“Sigue olvidando,
puede que amanezca la luna
desde el suelo de una noche transpirada”.
Y la
magia impregna, como lo hace siempre con la buena poesía, todo átomo, toda
capacidad sensorial y toda atención. Su voz poética rapta los ojos del lector,
es un hecho.
“A
veces, te despedías de todo para siempre”, dice la poeta en “La gravedad”, y la
gravedad se hace más grave si cabe, se agranda el vacío y la página, de
repente, es inmensa. Así de llano es el camino de Beatriz, así de palpitante,
con la rotundidad de las palabras justas para decirlo todo sin aspavientos.
Nebulosas,
universo, planetas, son continentes que subrayan los versos de Beatriz Pérez,
como si la palabra pudiera reinventarse en los silencios, en los espacios sin
tiempo, y tras la experiencia de la lectura de De perfiles, vértices, planetas, cuerpos, árboles y escenarios puedo asegurar que sí se puede.
Por supuesto hay códigos personales de la autora en los
poemas. En Numb, la espera sostenida por ejemplo, toda una ciudad interior
repleta de espacios flotantes que se interrelacionan, suben, bajan, se hablan y
susurran, conforman una suerte de fluidos que nos visten, o mejor dicho nos
desvisten, permitiendo al lector hacer de ellos sus paisajes particulares,
emprender con ellos nuevos viajes o pintar escenarios diversos. Esa es,
justamente, la virtud necesaria para que un poema abandone a su progenitor y
trascienda, crezca y se convierta en un adulto universal, es decir en poesía.
Marian Raméntol