LUIS ALBERTO G. SÁNCHEZ

CIUDAD DE ESPECTROS
[Fragmento]


¿Quién dijo que no éramos de aquí? ¿Quién suprime nuestros pasos lejos de este universo donde las piedras son el edificio de la memoria?
¿Es aquella lápida monumental donde arrojamos el tiempo, donde nos sepultamos con los escombros de su falaz arquitectura buscando los recintos de un cielo que nos fue negado?

Yo hoy te nombro Ciudad de espectros: piedra donde abandono mis huesos.


GIRASOL DE ESTRELLAS

Para nacer es preciso amarrarnos al vértigo y la forma. La enconada lucha relucirá y nosotros seremos quienes continúen la revelación transformadora de especies: somos protones lanzados en la luminosidad de la noche, escorias y tiempo, capricho y huella que debemos destruir. Pues para nacer tenemos que morir desde la soledad y el recuerdo, desde la partitura yaciendo en la orfandad inversa a la naturaleza. Es necesario replegar las alas y que uno de nosotros toque la inmanencia de un tiempo subyugado.

La paralela línea     del océano
habrá de remontar los corazones            y el gastado amor    que tuvimos
a mal engullir.

Y ya solos a la exposición u ocultismo, la promesa del tranvía desencaja la muerte que no habrá de asirnos la vida. Ya cuesta dividirnos como los tendones, como los cabellos y la hoja y la memoria, solamente, para mirarnos por el retrovisor de un cristal profundo: imperecedero riel que asigna por el mundo nuestro nombre.

Desmenuzar es volver a nuestro cuerpo. Morir ya no significa terminar con todo: revertimos la imagen y la sal; por daño o sentencia miramos el oxígeno que el hidrógeno ahonda en una respiración exacerbada:

así morir
es dirigirnos a la muertevida
nacer
es reconstruirnos bajo la luz del sol.


*


Arriba aún descansa la memoria
y yo vuelvo a los rompecabezas del día falciforme.

Toda la dura imagen de la tierra tiende a devorarnos
como aquellos vástagos que quisieron comerse la idea del mañana.
Ellos se aferran a la vida como una a mordaza
y nosotros solo esperamos la resurrección de nuestros ojos.
No saben que despiertos vencemos a los fantasmas de la muerte
a los insipientes fantasmas de la muerte
a los aglomerados fantasmas de la muerte.


ARQUITECTURA ORGÁNICA
[Fragmento]

I
Hablo con la verdad que mis ventas ostentan
llevo la palabra en las líneas perdurables de lo impío.

Me presento y comulgo con el búlgaro
prensado en viscosidad del alma
salitre enmohecido en la movediza piel del pasado.

Y aquí estoy
destruido en la querella sin nombre
arraigado en el estrato
que tiene por destino su caída.


NOSTALGIA DE LA CIUDAD

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver – sepultado…”
Cavafis

Me dirijo hacia el punto más cercano de la ciudad.
Sintiéndome ligero dejo que el viento sea quien me lleve a donde le plazca
que él sea mi mentor durante este camino hacia alguna parte.

Dejo todo en casa
y salgo de ella sólo con mis vestimentas
con el alma enteramente desnuda esperando encontrar algo en el camino.
Abro mis ojos a todas las posibilidades
y no me acuno al devenir de un destino por demás equívoco;
ya no me desalienta un futuro: temo el presente.
Un presente imperfecto que no me ha servido para nada
un ahora que no pudo transformarse en la historia de mis manos
un aquí simplista, monótono, etéreo sin nada más que fondo
negro, inconcebible y falto de realismo.

Mis ojos, también, son las puertas [¿hacia dónde?]
si los abro
frente a mí se dibuja una ciudad que lentamente es destruida.
En cada parpadeo el todo y sus partes se desparraman en quién sabe qué cosas
pero sufren y al igual que yo
somos testigos, videntes de un presente no cabiendo por ningún lado.
Pero me siento feliz caminando a través de la ciudad.
Observo a toda aquella gente delineando su trayecto
tal vez a casa, al trabajo o hacia alguna calle
donde esperan encontrarse con ese algo aguardándolos impacientemente.
Padres de familia,
empleados de planta, empresarios autónomos,
estudiantes, mendigos o suicidas
los veo y los siento parte de mí:
yo padre de familia [sin familia]
yo empleado atado a un escritorio de una empresa privada o publica
yo empresario o estudiante imberbe
yo suicida aborigen, cuyos destinos son ir al mismo trayecto de los sueños
porque sus sueños son dirigidos a mí.

Ciudad de mi infancia: yo no soy un melindroso dulce y afectuoso;
soy quien pisó tu suelo y que por fuerza mayor tuvo que dejarte.
Yo el graduado, el hermano, el hijo honroso, el nieto
volviendo cada temporada a casa
el amigo estimado y el amante ingenuo.
Vengo hacia ti como si de pronto sintiera una atracción extraña:
cada átomo de mi sangre es invocado, porque de ti
fui formado de tierra, de aire, de sentimentalismos carnales.
Aquí vi nacer a mis hermanos y, tal vez, vea morir a mis padres.
Conocí a tantos amigos
amé, maldije
dediqué mis primeros poemas [y los maldije].
No fuiste basta para que yo pudiera atarme como ellos.
Puse mi esperanza en otras latitudes y viré mi futuro hacia un mar
que habría de mostrarme tu mismo cielo real, inalcanzable y triste.

Aun así dejé la casa lanzándome como un pez contra el precipicio.
Despotriqué aquella suerte que no habría de obtener
ni en tus brazos ni en los brazos de nadie.
Yo sería el transeúnte yendo de aquí a allá no planeando su futuro:
esperando, esperando y esperando
a que la moneda pudiera mostrarme un distinto rostro.
Añoré ser para mí una ruleta para golpear de suerte a quien la merece…
proveerme de suerte porque yo la merecía.

Yo lo supe. Siempre lo supe y aun así dejé la casa.
No merecía. Nunca lo tuve.
Nunca fui.

Y ahora toda la juventud se me viene encima
y de pronto me siento viejo. Cansado.
Comparándome con el vecino yaciendo a la puerta de casa
ya sin ninguna añoranza más que la de esperar su muerte.
Me siento triste, tan realmente triste
de pronto como él que si esperase algo del mundo
preferiría ya no esperar nada del mundo.
Lo que espero de mí, solamente, es la individualidad.
Así el mundo seguirá su curso, el reloj marcará la hora
y los árboles van a desprender sus hojas en alguna estación del año. Unas caerán
y otras serán movidas hacia otros campos
pero tarde o temprano caerán; en todo esto reside la existencia.

Sin embargo, transito la ciudad no importándome cuántas veces
he dirigido la vista al mismo espacio: cada vez lo percibo diferente.
Ella es tan distinta a ella que yo prefiero recorrerla, andar la vida vendado
para que no me duela ella ni su gente.
Temo enfrentarme con el espejismo de mi propia imagen
con la igual insistencia de existir y pensar que sigo existiendo.
Empero prefiero recorrerla siendo guiado por sus pasos
quienes no habrán de llevarme devuelta a casa. Temo regresar a casa.

Entre sus cuatro paredes y dos plataformas, todo es Vacío.


Luis Alberto G. Sánchez (Morelos, México, 1985). Ha asistido a diversos talleres de poesía y narrativa de Quintana Roo y Puebla así como en diversas mesas de lectura. Ha publicado en algunas revistas como Tropo a la uña, Salvo el crepúsculo, Palabra ebúrnea y Hojas de Hierba. Colaborador del movimiento cultural "Red de la palabra aurea" realizando lecturas de poesía. Fue editor, junto con José Antonio Íñiguez, de la revista digital “Salvo el crepúsculo”. Prepara su primer volumen de poesía.

Colaboración: José Antonio Íñiguez




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