Zapatos nuevos
No bailaré la danza del demonio
con estos zapatos que dejó mi madre
en la repisa,
aderezados y limpios, antes de que yo naciera,
destellando claridades rojas
que las brujas codician. No usaré
sus sandalias, rancias, ajustadas
al tobillo de la muerte,
ni las botas de cuero de buey ni las calcetas grises
olorosas a lejía.
Yo tejeré mi alpargata
hilo a hilo
caracol de mar y azogue
ensortijado en luces –blanca estridencia–
mientras la Luna baja
retozando
como armiño en mi cadera.
Muñeca
Eusebia zurce trozos del día
para remendar mi Sino –deshilachado en otra hora
por los perros–; aquí borda un alelí,
acá mariposas
tejos / nubes / la cola airosa de la zorra
un
vestido azul envuelve
a mi muñeca / las manos milenarias de mi abuela
ajustan con esmero los estambres
el canesú / las lentejuelas
y al centro de su pecho / una garra con azúcar.
Epístola diurna para Sylvia
es curioso el
ruidito de la cáscara al
desbaratarse
contra la cuchara ¡cras!
el huevo
emerge desnudo planeta
ovoide
tibio al
tacto
hormigueo de
cosas blancas
crujientes
como ramas
o una tráquea
recién talada igual que un árbol
pienso en
Nicholas
péndulo sanguíneo
en esa casa
solitaria que siempre habitaste
aunque hayas
dejado abierta la llave
casi medio siglo atrás
ya se
sabe las mujeres
perdemos a
veces la cabeza
especialmente
cuando estamos solas en un país frío
con dos niños
plegados a nosotras como flores
y un ramo de
tulipanes secos encajados al rostro
te apuesto
que en la
vieja cocina aún cantan ciertas aves sin plumaje
y que algún
hada madrina luctuosa
sirve jarras
de leche a los visitantes
¿ves este ojo
de nébula que nos retrata?
es el hijo de
Posidón maldiciendo a nadie
un fantasma
(sus abigarrados olores)
nos reclama
la distancia a ti y a mí tan puras
tengo un
lustro más que tú
y ningún
obituario
te confieso
lo intenté
dos veces
pero mi
vientre reventó sobre las olas
negro
arponeado por Cronos insaciable
llegué tarde
a ti ya eras la novia hecha cenizas
bárbara urna
de barro ¡mira!
ellas vienen
a rodear tu lecho (abejas y damiselas por igual)
¿es lo que
esperabas?
se
apiñan parlanchinas
dicen hagamos
una gran explosión
cortémonos el
cuello
se visten
para el funeral galopando
hacia el
cuerpo deshabitado
que oscila
del techo ¿pensaste eso al
besar su
frente en la madrugada?
no te
preocupes por Ted
el duelo y el
tarot se le dan bien
preocúpate
por ese niño que cuelga del tapanco
yo tengo los
míos
erré mi
vocación
terrible sin gracia
confundí
miligramos con metros
en la
profundidad del Atlántico
no soy como tú
ni como ese
dios que espolvorea confeti en el vacío
soy trivial y
testaruda una chica malcriada que pela huevos duros
en el fregadero
mientras sus
hijos juegan
lejos de las
sogas lo juro lejos de las sogas
Vestigios
Atrás está la mujer de sal,
permitiré que me desbarate
su sombra.
Luisa Isabel García Meriño
Otras mujeres me acarician
cuando recojo cáscaras de nueces
en la calle –un lugar
al que no pertenecen luz ni tiempo–,
¿qué mano ha estrujado su blandura de fruta?
Así me miro, yo, mapa de cicatrices
que traza el mediodía
mientras besa una muchacha mi cuerpo
a la intemperie: uva madura
que derramó su azúcar en mi boca.
Otras mujeres como lobas, como chacalas y perras
escarban mi entraña,
semilla de árboles perennes
que me visten de cortezas.
Aún me arropa la raíz de un pubis
donde crecían las yerbas, los malos pensamientos,
las traiciones. No fui nunca
hija predilecta de la noche,
fui en cambio la más amada por sátiros
y ninfas; la más pequeña de las Furias,
el último verso estampado en ruinas.