JOSÉ ANTONIO RIVAS GARCÍA


I

Un haz de luz helado descomponiendo el rostro.
Las negras sombras nadando por las facciones
como las sirenas que habitan en frascos de tinta.
Inmóviles. Ojos y labios, inmóviles pero vivos.
La siniestra belleza de todo lo muerto atrapada
en su piel palpitante de curvas sin dirección.
Tomó aire antes de agitar algunas palabras
que aún resuenan en las paredes del cráneo,
como devastadores ecos que azotan en silencio.

II

Describir una imagen con las manos.
Descubrir en un rayo una figura efímera.
Abandonar la lógica adiestrada al mirar.
Olvidar el manual del amor estándar
antes de acercarse a esa chica. Sólo ser.
Desmitificar la sensación de soledad
que desmonta personas en puzzles.


III

Deshacer el mundo con un parpadeo.
Tornar lo sólido líquido con la mirada.
Diseccionar un sentimiento hasta
lograr hacer comprensible su matiz.
Sentirse solo no es que no haya nadie
es tener que explicarse todo el tiempo.

IV

Tus ojos, la tristeza
de un día nublado.
Dos oscuros espejos
como pozos,
en los que a veces
se pierden los reflejos,
como en lo oxidado.
Tus dos ojos,
vacíos de mirada,
convierten en gris
donde posan esquivos
e inquietos su frialdad.


V

“The stars and the moon
aren't where they're supposed to be,
for the strange electric light
it falls so close to me“.
One way Street – Mark Lanegan.

Aquella canción era como un volcán
a punto de estallar de rabia.
Sus pequeños acordes eran tristes
y calmadas cerillas incendiarias.
Su voz era la voz del whisky,
rota como una bandera al viento
que el sol ha ido devorando
ahorcada en su soledad.
Para aquella canción solo había
un único camino en sus palabras,
una única dirección que seguir
en la ciudad de los fracasos.
Escucharla era mirarme
en un espejo de ondas sonoras
durante días de niebla,
cuando se atropellan las horas
y la noche lo que toca hiela.

VI - (Lebasi)

Eres la media noche que acuna mis pesadillas.
El viento que susurra las palabras que luego atrapo
en papeles y paciente trato de enseñar a volar.
Eres luz ataviada de un negro impreciso
iluminando como la luna llena mis noches.
Eres mi firmamento, salpicada de lunares
que en tu cuerpo constelados son mi cielo,
el único al que rezo con besos para entrar.
Eres el medio día de esta media vida
que vivo a la mitad.
Eres cada átomo que da forma a este ser
que escribe despuntando lapiceros con más
intención que acierto en noches de desvelo.
Eres las raíces invisibles que me atan a la tierra,
impidiendo que la abandone para viajar a Marte.


VII
Hay soledad en tus manos,
en tu sonrisa torcida,
soledad en tus mejillas,
en los poros de tus labios,
soledad cosida a tus ojos,
anudada a tus pasos.
Soledad bordada a la sombra
de la miel de tu mirada.
Soledad a un solo palmo;
tras la piel de tus ventanas.
Soledad en el fondo del alma.
Fuera tan solo nada,
piel, lunares y vello,
y aparente calma;
como la de estos versos.

VIII

Las negras aguas del mediterráneo
llenas de reflejos de estrellas muertas.
La blanca arena de la playa parda,
adiestrando olas de madrugada.
Sobre la toalla ella, aún empapada
de cristal, corales y escamas,
tumbada a mi lado desafiando
la curvatura del horizonte.
Yo, tiritando de vida,
sentado en silencio,
escupiendo a gargonzadas
el fondo marino.
No dejó que me atrapase la belleza
de la luna vista desde las profundidades.
Sus brazos me arrastraron a la orilla
y sus labios, tierra sedienta,
drenaron la inundación.


JOSÉ ANTONIO RIVAS GARCÍA  (Puente Genil, Córdoba, España 1984). Inició sus estudios en la Licenciatura de Humanidades que años más tarde tuvo que abandonar. Tras un tiempo trabajando en diversos oficios, en 2014 inicia el Grado en Geografía e Historia. La lectura y escritura son junto a la música (baterista) sus grandes pasiones. Posee poemas inéditos que aún no forman parte de ningún todo, por el momento. Ha publicado varios poemas en la revista digital "El coloquio de los perros".

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