CHARLES BAUDELAIRE


LA MUSA ENFERMA

Mi pobre Musa, ¡ah! ¿Qué tienes, pues, esta mañana?
Tus ojos vacíos están colmados de visiones nocturnas,
Y veo una y otra vez reflejados sobre tu tez
La locura y el horror, fríos y taciturnos.

El súcubo verdoso y el rosado duende,
¿Te han vertido el miedo y el amor de sus urnas?
La pesadilla con un puño despótico y rebelde;
¿Te ha ahogado en el fondo de un fabuloso Minturno?

Yo quisiera que exhalando el perfume de la salud
Tu seno de pensamientos fuertes fuera siempre frecuentado,
Y que tu sangre cristiana corriera en oleadas rítmicas,
Como los sones numerosos de ]as sílabas antiguas,
Donde reinan vez a vez el padre de las canciones,
Febo, y el gran Pan, el señor de las mieses.

EL MAL MONJE

Los claustros antiguos sobre sus amplios muros
Despliegan en cuadros la santa Verdad,
Cuyo efecto, caldeando las piadosas entrañas.
Atempera la frialdad de su austeridad.

En días que de Cristo florecían las semillas,
Más de un ilustre monje, hoy poco citado,
Tomando por taller el campo santo,
Glorificaba la Muerte con simplicidad.

—Mi alma es una tumba que, pésimo cenobita,
Desde la eternidad recorro y habito;
Nada embellece los muros de este claustro odioso.

¡Oh, monje holgazán! ¿Cuándo sabré yo hacer
Del espectáculo vivido de mi triste miseria
El trabajo de mis manos y el amor de mis ojos?

LA VIDA ANTERIOR

Yo he vivido largo tiempo bajo amplios pórticos
Que los soles marinos teñían con mil fuegos,
Y que sus grandes pilares, erectos y majestuosos,
Hacían que en la noche, parecieran grutas basálticas.

Las olas, arrollando las imágenes de los cielos,
Mezclaban de manera solemne y mística
Los omnipotentes acordes de su rica música
A los colores del poniente reflejados por mis ojos.

Fue allí donde viví durante las voluptuosas calmas,
En medio del azur, de las ondas, de los esplendores
Y de los esclavos desnudos, impregnados de olores,

Que me refrescaban la frente con las palmas,
Y cuyo único afán era profundizar
El secreto doloroso que me hacía languidecer.

EL PERRO Y EL FRASCO
-Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.

Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.

-¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.

UN HEMISFERIO EN UNA CABELLERA

Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el olor de tus cabellos; sumergir en ellos el rostro, como hombre sediento en agua de manantial, y agitarlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.

¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música

Tus cabellos contienen todo un ensueño, lleno de velámenes y de mástiles; contienen vastos mares, cuyos monzones me llevan a climas de encanto, en que el espacio es más azul y más profundo, en que la atmósfera está perfumada por los frutos, por las hojas y por la piel humana.

En el océano de tu cabellera entreveo un puerto en que pululan cantares melancólicos, hombres vigorosos de toda nación y navíos de toda forma, que recortan sus arquitecturas finas y complicadas en un cielo inmenso en que se repantiga el eterno calor.

En las caricias de tu cabellera vuelvo a encontrar las languideces de las largas horas pasadas en un diván, en la cámara de un hermoso navío, mecidas por el balanceo imperceptible del puerto, entre macetas y jarros refrescantes.

En el ardiente hogar de tu cabellera respiro el olor del tabaco mezclado con opio y azúcar; en la noche de tu cabellera veo resplandecer lo infinito del azul tropical; en las orillas vellosas de tu cabellera me emborracho con los olores combinados del algodón, del almizcle y del aceite de coco.
Déjame morder mucho tiempo tus trenzas, pesadas y negras. Cuando mordisqueo tus cabellos elásticos y rebeldes, me parece que como recuerdos.

Traducción: EMS Danero



Charles Pierre Baudelaire (1821 – 1867) fue un poeta, crítico de arte y traductor francés. Paul Verlaine lo incluyó entre los poetas malditos de Francia del siglo XIX, debido a su vida bohemia y de excesos, y a la visión del mal que impregna su obra



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