ESTACIÓN EXILIO: SOBRE HOSPITAL BRITÁNICO DE HÉCTOR VIEL TEMPERLEY


Alejandro Baca

Que la energía, llamada el Mal, sólo pertenece al Cuerpo;
y la Razón, llamada el Bien, sólo pertenece al alma.
William Blake

La poesía no pertenece al hombre; pues ésta, es el canto del ave que entre las ramas, que entre lo verde, se esconde. Suena su canción y con los destellos solares las plumas se mezclan y desaparecen. Sin embargo, de vez en cuando, algunos hombres y mujeres lanzan dardos desde los matorrales; dardos de jade u obsidiana, cuya intención es la de alcanzar la lucidez de la poesía; más nunca de matar al ave, sólo de alcanzar su canto. Cuando esto sucede la poesía desciende y sin tocar el suelo se gesta. Una breve iluminación, un ápice.


Pero, qué ocurre cuando el ave desciende a voluntad. Cuando la poesía cae y se gesta por sí misma como si exigiera ser pronunciada. Así ocurrió con el bonaerense Héctor Viel Temperley, nacido en Argentina en el año de 1933. Quien después de escribir ocho libros: Poemas con caballos (1956); El nadador (1967); Humanae vitae mia (1969); Plaza batallón 40 (1971); Febrero 72-Febrero 73 (1973); Carta de marear (1976); Legión extranjera (1978); y Crawl (1982); dice: “Yo tenía la intención de romper con mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo”.

La vida del poeta no es sencilla: la inconformidad lo signa. La búsqueda de lo nuevo, de lo inaudito lo lleva por caminos que muchas veces terminan pronto y otras tantas culmina antes de encontrar aquello que va buscando. Esa necesidad de nombrar lo innombrable lo convierte en el eterno deambular. El mundo merece ser nombrado, debe ser nombrado una y otra vez, de la misma manera o de otra distinta. Ser nombrado y por ende existir. Viel Temperley logra verse en un cristal oblicuo y sabe que no ha dicho todo lo que tuviera que decir. Se siente rígido.

La quietud es el cáncer de la vida. La va corroyendo hasta que un día se extingue sin el menor resquicio. El poeta intuye, Héctor Viel Temperley intuye que su poesía, ya laureada, no ha dado todo de sí. Diagnosticado de un tumor cerebral el argentino es internado en el Hospital Británico, situado al sur de la ciudad de Buenos Aires. Ahí, y sólo ahí, ocurre uno de los más grandes poemas que la humanidad ha visto. Es entonces cuando surge la pregunta ¿Fue la inquietud del argentino por romper los moldes lo que provoca el nacimiento del poema o es el poema quien decide manifestarse? Quizá fue la rigidez que padecía la que provocó el aglutinamiento cerebral. Cuando un río ve superado su cause se ve en la necesidad de invadir la tierra, de formar un nuevo camino para existir.

Yo no era dueño de ese nombre, dice el poeta, y no lo era. No hay acto de egolatría más alto que aquel hombre que se siente dueño de la poesía, quien piensa que tiene injerencia dentro de ella. Los poemas son escritos y pertenecen a quien los escribe, mas no todo poema es poesía y no toda poesía es poema. La poesía existe y es, lo que es, existe, y caprichosa, la Diosa Blanca decide cuando desea existir. No hay una máquina capaz de crear poesía pues en su perfección anula la oportunidad de equivocarse y en el temblor de la mano habita la fisura entre el cielo y la tierra: El tormento de los dioses.

En fin. Internado en el Hospital Británico, Héctor Viel Temperley, sabe que su madre muere a la distancia y el cielo estaba en la enfermera que pasaba. El dolor, la ansiedad, la intemperancia provocan un choque dentro de la mente del poeta, el cubo de rubik se quiebra pero nadie escucha caer los pedazos gracias a los ansiolíticos y tranquilizantes. Las piezas caen dentro de sí mismo y en el desorden, en la locura, caen bien situadas. En descomposición para los estándares de la sociedad, pero de la manera perfecta para la poesía.

Primera estación: Paraíso

Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi madre vino del cielo a visitarme.

El poeta se sabe en existencia. Sabe de la ausencia y de la melancolía. Las mantas del anfiteatro no pueden ser más blancas. ¿Qué ocurre en ese instante? El verano es sereno más se arrincona, la pasividad y alegría de las mariposas forman una armadura que sin duda se sitúa alrededor de esta mórfica criatura, que quizá sea Viel Temperley. Cada significado se contradice consigo mismo. En el paraíso el fuego no quema las manos de los que oran, las alumbra. Es la ambigüedad de todo aquello que arde y se consume, de todo aquello que vibra, de lo que vive. Sin embargo, se encuentra solo. Al meditar, las voces que habitan dentro de uno se manifiestan, gritan y se contornean. Forman un diálogo interior donde el mensaje lo es todo, pues la ausencia de locutor e interlocutor así lo requiere. En la larga esquina de verano ese diálogo ocurre, la soledad se hace evidente y aparece su madre. Como María del cielo se manifiesta verticalmente. Aparece como una mano redentora. Una mano que viene de visita, pues al parecer, en ese momento el poeta argentino se encuentra dentro del Paraíso, de lo contrarío su madre no podría visitarlo. El verso termina y la soledad se expande como la pantalla negra en el cinematógrafo que anuncia un cambio de estadía.

Segunda estación: Éxodo.

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.

El poeta manifiesta lo que ya sabe. Sabe que en algún punto dimensional existe. La quietud anuncia un espasmo de tiempo y una luz se manifiesta. Pero esta luz no es como la luz eléctrica que desprende la bombilla, o la luz de la fogata de la tribu. La luz que se manifiesta es Luz. Luz divina. Es por eso que el poeta se ve en la necesidad de marcar en altas, como un nombre propio. Pues esta Luz no carece de identidad. La existencia de esta figura mórfica es, y por lo tanto puede ser. Es feliz. La felicidad no es un estado constante como el pensamiento, es intermitente. Al decir que es feliz parece haber encontrado un estado prolongado dentro de la intermitencia por lo que podemos inferir que en esos momentos el tiempo no ocurre. Sin embargo, es en este momento cuando manifiesta la existencia de una parte de su cuerpo: La cabeza. La cual se encuentra vendada. En las vendas se encuentra la forma, el paño blanco se ha extendido y le otorga una forma. Lo que en otro punto pudo denominarse locura es ahora el pecho de la Luz: una visión pacífica. El éxodo ha ocurrido; está ocurriendo, se sabe, se sabe en un estado perpetuo, el pecho de la Luz es el corazón del mundo. ¿El amor? ¿El amor puro de su madre? Ha salido del mundo y ahora se encuentra en un éxodo. Un estado de tiempo inalterable. El del amor probablemente.

Tercera estación: Éxtasis

Mi madre es la risa, la libertad, el verano.

La figura terrible de su madre ahora lo acompaña ¿quién ha muerto? La risa, la libertad, el verano vuelve a aparecer, nunca se ha ido. Sigue en ese éxodo interminable, ya que el tiempo no ocurre. La prolongación del todo es el escenario perfecto. La blancura de las sábanas se manifiestan internamente. Nada puede negar que esta pasividad debe ser blanca. Su madre es. En el verso anterior la Madre (que puede ser suya o puede ser una figura omnipotente) le observa desde el Tú, ahora esa figura parece tomar la tercera persona. Todo límite se ha quebrado. El éxtasis es innegable. El verano dejó aquella esquina y ahora se extiende como un campo interminable. Quizá la madre no es otra que la Diosa blanca. La poesía misma.

Cuarta estación: Catársis.

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

De golpe vuelve al mundo, en donde el tiempo y precisamente la distancia existe. La realidad abarca el mundo en siete palabras. La realidad y la constante del mundo: La muerte. No son veinte millas, ni veinte kilómetros. La muerte se encuentra muy cerca de él (nosotros). Las constantes y las eternidades se ven quebradas por un golpe de realidad  tan helada. La blancura del paño que lo envolvía y dotaba de forma se extingue y hasta este momento la forma del hospital aparece. El título del poema cobra sentido. Los rincones húmedos, las armaduras de narcóticos, las vendas manchadas, el tiempo de vigilia y ensueño: El dolor.

Quinta estación: Resurrección.

Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto– para comenzar todo de nuevo.

Su madre, quien en un principio tenía la forma de una ráfaga de luz, ahora se encuentra de frente al dolor. ¿Quién está muriendo? Héctor Viel Temperley ya no se encuentra en aquella dimensión sin tiempo ni espacio, ahora lo ve todo desde arriba. Desde la tercera persona. Ve a su madre, se ve así mismo. El éxodo está por comenzar/terminar, la última estación sugiere un retorno: el uróboros. Entre guiones explica la realidad, el Tu es la forma perfecta de la enajenación que ocurre. El llanto es la forma más alejada de la mutación del agua. La sal del agua nos recuerda al mar, al comienzo y a la tremenda ira contenida. No hay escenario más triste que el ocaso en la costa. Cada palabra es un reinicio, cada figura una serpiente que muda de piel y se muerde la cola. La muerte está presente y la deformidad del mundo “real” nos recuerda que ya todo se ha ido. Es quizá el verso más triste que la poesía ha visto en todos los tiempos.

Posteriormente, Viel Temperley, usó este poema para formar una cosmogonía que partía de esos cinco versos. Tomará la figura de Christus Pantokrator para desenvolver ese mundo que él mismo ha fundado. Las contantes referencias teológicas hicieron pensar a muchos que se trataba de un poema en busca de algún Dios o un texto redentor, a lo que él contestó: Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier otra cosa, pero no un religioso. En los desprendimientos sufridos logró alcanzar aquellas figuras básicas de la poesía. La ambigüedad y el desconcierto cometido hablan de un poema que quizá fue escrito por la voluntad de la poesía y no de ese ser denominado “poeta”. Cuando salió del Hospital Británico, Héctor Viel Temperley, añadió que no recordaba haber escrito aquel poema:


Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice mas que encontrarlo. Hospital Británico me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué.

Volaban mariposas y había unos eucaliptos muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo.

  
Alejandro Baca (Estado de México, 1990). Ensayista, crítico y poeta. Editor en Cuadrivio Ediciones. Forma parte del consejo editorial de la revista Ritmo de UNAM y del consejo editorial de Proyecto Almendra de INFOCAB. Ha publicado poesía y crítica literario en periódicos y revistas como Círculo de poesía, Punto en línea, Periódico de poesía, Revista Ritmo, Suplemento cultural Laberinto, El Avispero, Revista Moria, entre otras. Ha sido publicado en  antologías de poesía nacionales e internacionales. Publicó el poemario “Apertura del cielo” en editorial Naveluz.

Colaboración: José Antonio Íñiguez




Entradas populares

Lxs más leidxs