Alejandro Baca
Que
la energía, llamada el Mal, sólo pertenece al Cuerpo;
y la Razón, llamada el Bien, sólo pertenece al alma.
y la Razón, llamada el Bien, sólo pertenece al alma.
William Blake

Pero, qué ocurre cuando el ave desciende a voluntad. Cuando la poesía cae y se gesta por sí misma como si exigiera ser pronunciada. Así ocurrió con el bonaerense Héctor Viel Temperley, nacido en Argentina en el año de 1933. Quien después de escribir ocho libros: Poemas con caballos (1956); El nadador (1967); Humanae vitae mia (1969); Plaza batallón 40 (1971); Febrero 72-Febrero 73 (1973); Carta de marear (1976); Legión extranjera (1978); y Crawl (1982); dice: “Yo tenía la intención de romper con mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo”.
La vida del poeta no es sencilla: la inconformidad lo signa. La
búsqueda de lo nuevo, de lo inaudito lo lleva por caminos que muchas veces
terminan pronto y otras tantas culmina antes de encontrar aquello que va
buscando. Esa necesidad de nombrar lo innombrable lo convierte en el eterno
deambular. El mundo merece ser nombrado, debe ser nombrado una y otra vez, de
la misma manera o de otra distinta. Ser nombrado y por ende existir. Viel
Temperley logra verse en un cristal oblicuo y sabe que no ha dicho todo lo que
tuviera que decir. Se siente rígido.
La quietud es el cáncer de la vida. La va corroyendo hasta que un
día se extingue sin el menor resquicio. El poeta intuye, Héctor Viel Temperley
intuye que su poesía, ya laureada, no ha dado todo de sí. Diagnosticado de un
tumor cerebral el argentino es internado en el Hospital Británico, situado al
sur de la ciudad de Buenos Aires. Ahí, y sólo ahí, ocurre uno de los más
grandes poemas que la humanidad ha visto. Es entonces cuando surge la pregunta
¿Fue la inquietud del argentino por romper los moldes lo que provoca el
nacimiento del poema o es el poema quien decide manifestarse? Quizá fue la
rigidez que padecía la que provocó el aglutinamiento cerebral. Cuando un río ve
superado su cause se ve en la necesidad de invadir la tierra, de formar un
nuevo camino para existir.
Yo no era dueño de ese nombre, dice el poeta, y no lo
era. No hay acto de egolatría más alto que aquel hombre que se siente dueño de
la poesía, quien piensa que tiene injerencia dentro de ella. Los poemas son
escritos y pertenecen a quien los escribe, mas no todo poema es poesía y no
toda poesía es poema. La poesía existe y es, lo que es, existe, y caprichosa,
la Diosa Blanca decide cuando desea existir. No hay una máquina capaz de crear
poesía pues en su perfección anula la oportunidad de equivocarse y en el
temblor de la mano habita la fisura entre el cielo y la tierra: El tormento de
los dioses.
En fin. Internado en el Hospital Británico, Héctor Viel Temperley,
sabe que su madre muere a la distancia y el cielo estaba en la
enfermera que pasaba. El dolor, la ansiedad, la intemperancia provocan un
choque dentro de la mente del poeta, el cubo de rubik se quiebra pero nadie
escucha caer los pedazos gracias a los ansiolíticos y tranquilizantes. Las
piezas caen dentro de sí mismo y en el desorden, en la locura, caen bien
situadas. En descomposición para los estándares de la sociedad, pero de la
manera perfecta para la poesía.
Primera estación: Paraíso
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas: Mi
madre vino del cielo a visitarme.
El poeta se sabe en existencia. Sabe de la ausencia y de la
melancolía. Las mantas del anfiteatro no pueden ser más blancas. ¿Qué ocurre en
ese instante? El verano es sereno más se arrincona, la pasividad y alegría de
las mariposas forman una armadura que sin duda se sitúa alrededor de esta
mórfica criatura, que quizá sea Viel Temperley. Cada significado se contradice
consigo mismo. En el paraíso el fuego no quema las manos de los que oran, las
alumbra. Es la ambigüedad de todo aquello que arde y se consume, de todo
aquello que vibra, de lo que vive. Sin embargo, se encuentra solo. Al meditar,
las voces que habitan dentro de uno se manifiestan, gritan y se contornean.
Forman un diálogo interior donde el mensaje lo es todo, pues la ausencia de
locutor e interlocutor así lo requiere. En la larga esquina de verano ese
diálogo ocurre, la soledad se hace evidente y aparece su madre. Como María
del cielo se manifiesta verticalmente. Aparece como una mano
redentora. Una mano que viene de visita, pues al parecer, en ese momento el
poeta argentino se encuentra dentro del Paraíso, de lo contrarío su madre no
podría visitarlo. El verso termina y la soledad se expande como la pantalla
negra en el cinematógrafo que anuncia un cambio de estadía.
Segunda estación: Éxodo.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y
horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
El poeta manifiesta lo que ya sabe. Sabe que en algún punto
dimensional existe. La quietud anuncia un espasmo de tiempo y una luz se
manifiesta. Pero esta luz no es como la luz eléctrica que desprende la
bombilla, o la luz de la fogata de la tribu. La luz que se manifiesta es Luz.
Luz divina. Es por eso que el poeta se ve en la necesidad de marcar en altas,
como un nombre propio. Pues esta Luz no carece de identidad. La existencia de
esta figura mórfica es, y por lo tanto puede ser. Es feliz. La felicidad no es
un estado constante como el pensamiento, es intermitente. Al decir que es feliz
parece haber encontrado un estado prolongado dentro de la intermitencia por lo
que podemos inferir que en esos momentos el tiempo no ocurre. Sin embargo, es
en este momento cuando manifiesta la existencia de una parte de su cuerpo: La
cabeza. La cual se encuentra vendada. En las vendas se encuentra la forma, el
paño blanco se ha extendido y le otorga una forma. Lo que en otro punto pudo
denominarse locura es ahora el pecho de la Luz: una visión
pacífica. El éxodo ha ocurrido; está ocurriendo, se sabe, se sabe en un estado
perpetuo, el pecho de la Luz es el corazón del mundo. ¿El amor? ¿El amor puro
de su madre? Ha salido del mundo y ahora se encuentra en un éxodo. Un estado de
tiempo inalterable. El del amor probablemente.
Tercera estación: Éxtasis
Mi madre es la risa, la libertad, el verano.
La figura terrible de su madre ahora lo acompaña ¿quién ha muerto?
La risa, la libertad, el verano vuelve a aparecer, nunca se ha ido. Sigue en
ese éxodo interminable, ya que el tiempo no ocurre. La prolongación del todo es
el escenario perfecto. La blancura de las sábanas se manifiestan internamente.
Nada puede negar que esta pasividad debe ser blanca. Su madre es. En el verso
anterior la Madre (que puede ser suya o puede ser una figura omnipotente) le
observa desde el Tú, ahora esa figura parece tomar la tercera persona. Todo
límite se ha quebrado. El éxtasis es innegable. El verano dejó aquella esquina
y ahora se extiende como un campo interminable. Quizá la madre no es otra que
la Diosa blanca. La poesía misma.
Cuarta estación: Catársis.
A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
De golpe vuelve al mundo, en donde el tiempo y precisamente la
distancia existe. La realidad abarca el mundo en siete palabras. La realidad y
la constante del mundo: La muerte. No son veinte millas, ni veinte kilómetros.
La muerte se encuentra muy cerca de él (nosotros). Las constantes y las
eternidades se ven quebradas por un golpe de realidad tan helada. La
blancura del paño que lo envolvía y dotaba de forma se extingue y hasta este
momento la forma del hospital aparece. El título del poema cobra sentido. Los
rincones húmedos, las armaduras de narcóticos, las vendas manchadas, el tiempo
de vigilia y ensueño: El dolor.
Quinta estación: Resurrección.
Aquí besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto–
para comenzar todo de nuevo.
Su madre, quien en un principio tenía la forma de una ráfaga de
luz, ahora se encuentra de frente al dolor. ¿Quién está muriendo? Héctor Viel
Temperley ya no se encuentra en aquella dimensión sin tiempo ni espacio, ahora
lo ve todo desde arriba. Desde la tercera persona. Ve a su madre, se ve así
mismo. El éxodo está por comenzar/terminar, la última estación sugiere un
retorno: el uróboros. Entre guiones explica la realidad, el Tu es
la forma perfecta de la enajenación que ocurre. El llanto es la forma más
alejada de la mutación del agua. La sal del agua nos recuerda al mar, al
comienzo y a la tremenda ira contenida. No hay escenario más triste que el
ocaso en la costa. Cada palabra es un reinicio, cada figura una serpiente que
muda de piel y se muerde la cola. La muerte está presente y la deformidad del
mundo “real” nos recuerda que ya todo se ha ido. Es quizá el verso más triste
que la poesía ha visto en todos los tiempos.
Posteriormente, Viel Temperley, usó este poema para formar una
cosmogonía que partía de esos cinco versos. Tomará la figura de Christus
Pantokrator para desenvolver ese mundo que él mismo ha fundado. Las
contantes referencias teológicas hicieron pensar a muchos que se trataba de un
poema en busca de algún Dios o un texto redentor, a lo que él contestó: Seré
un místico, un poeta surrealista, cualquier otra cosa, pero no un religioso.
En los desprendimientos sufridos logró alcanzar aquellas figuras básicas de la
poesía. La ambigüedad y el desconcierto cometido hablan de un poema que quizá
fue escrito por la voluntad de la poesía y no de ese ser denominado “poeta”.
Cuando salió del Hospital Británico, Héctor Viel Temperley, añadió que no
recordaba haber escrito aquel poema:
Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice mas
que encontrarlo. Hospital Británico me permite creer que me salí del mundo y no
sé para qué.
Volaban mariposas y había unos eucaliptos muy hermosos, nada más
que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que
me arruinó la vida en el mundo.
Alejandro
Baca (Estado de México, 1990). Ensayista, crítico y poeta. Editor en Cuadrivio
Ediciones. Forma parte del consejo editorial de la revista Ritmo de UNAM y del
consejo editorial de Proyecto Almendra de INFOCAB. Ha publicado poesía y
crítica literario en periódicos y revistas como Círculo de poesía, Punto en
línea, Periódico de poesía, Revista Ritmo, Suplemento cultural Laberinto, El
Avispero, Revista Moria, entre otras. Ha sido publicado en antologías de poesía nacionales e
internacionales. Publicó el poemario “Apertura del cielo” en editorial Naveluz.
Colaboración: José Antonio Íñiguez