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Simon Pais Thomas |
AMARELO
Viste
una foto del otoño,
te
pareció que allí faltaba algo.
Abrimos
una revista de moda. Pásame las tijeras. Toma.
Recortaríamos
a esa muchacha que nunca había visto el otoño,
era
tan probable que no lo entendiera.
La
dejaríamos sola en ese crepitar de hojas bajo los pies.
Fue
ella quien de repente empezó a sentir que allí seguía faltando algo.
¿Ahora
qué hacemos?
Recorta
un perro, pinta una luna,
¡haz
algo!
Ya
está: un perro.
La
luna no, que es demasiado.
Dejaríamos
que caminara
así,
crepitando bajo los pies las hojas. Nos dio la sensación de que tenía que
encontrarse con algo.
¿Alguien?
¡Sí, recortamos!
¿Este
tipo tan triste?
¡No!
Tiene que haber otro.
Bueno,
éste está
que
se sale de contento.
Lo
recortaríamos y le saldría al camino.
No
la mira. Está ido.
Va
por ahí cantando… qué de pájaros.
Empújalo
un poquito. Pega ahí.
¡Se
escapó el perro! ¡Ella, qué oronda! Ya está, ahora déjalos darse un beso.
PIEDRA BLANCA
Este
es un poema para inventar a Ulises, para ponerlo como siempre a prueba.
Sabe
que estoy sentada frente al mar,
que
oigo cantar a las gaviotas, y no vuelve.
La
última vez nos amamos
en
este motel sin ventanas de la costa.
Este
es un poema donde estoy sentada sobre piedras blancas que no lo son.
Todos
los peces que encallaron aquí perdieron el camino al mar, sedimentados.
Sobre
los esqueletos de miles de peces se formó la arena blanca de la espera.
Ulises,
estoy en Piedra Blanca. Honda la bahía, frente al mar, ¿lo recuerdas?
LLORA DE NOCHE
La
ciudad planta fortalezas allende los mares, se defiende.
Nada
puede, blande hasta el último cañón, es tomada, los bárbaros, se reparten las
ruinas.
La
ciudad gime,
es
el latido del mar,
el
respirar bajo los túneles, el sollozo frente al muro,
y
un devenir de forasteros toda ella.
Lanza
un grito en la noche, cuenta su historia.
Al
despertar sabe que más le valdrán el mar y el silencio para que alguien escuche
su quejido.
Definiendo
Marítima
tristeza de portales, confabulada soledad de las aceras, negro el poeta que
canta
a
la pulcritud de sus sábanas oreando en los balcones.
Taciturnos
noctámbulos,
algo
de proxenetas y de putas,
¿y
qué ciudad no tiene?
Pero
un azul transparente, eso sí, rumiando entre susurros cada sueño, fundido con
salitre y caracola.
Un
despertar del sol en las ventanas, una amalgama de razas y colores,
y
atardeceres incomparables, donde la luz no es más
que
el reflejo del mar en cada lágrima.
NOCTURNO
Rosario
de guirnaldas, la ciudad, en las aciagas noches finge despertar de su letargo.
Vuelve
a sacudirse fiel
al
estallido de su hora. Y como
recordar
querrá a los piratas un ojo: aquí nada ha cambiado, sobre cada disparo nos
renace aunque la farsa perpetuada dure solo un instante. Sea
la
comedia suficiente para que el corsario, corra en estampida
a
cualquier madriguera, máscara en vano, y ya ebria quédele el alma con vino de
sus mujeres. Mañana
despertaremos
menos inocentes, nos habrán poseído, y volverá, como a cada novena hora de la
noche,
el
recuerdo, azotando, otra vez, la conciencia.
URBE DE LA NADA
A
Javier Marín.
Ninguna
ciudad se parece a ésta, me ha dicho el visitante.
En
los atardeceres amargos, fachada por fachada se sobrepone de un todo que
destiñe
y
emerge sobre las olas, como buen arcoíris después de tanta lluvia.
La
ciudad de las nostalgias,
y
de los nostálgicos que la habitan, ha dejado de existir.
Una
parte de sí ha huido tras el recuerdo
de
lo que fue.
La
otra se resignó con lo que sueña ser.
Este
ir y venir entre la realidad y la fantasía la hace humana, luego ninfa,
hasta
volverla diosa.
Y
un día cualquiera de no sé qué año, te sorprendes adorando
la
criatura de tu propio engendro. Cuando te acercas a ella,
atraído
por el influjo marino que despide, eres sólo un soñador errante.
Pero
cuando te arrastras a refugiarte en su seno, sorbido violentamente
por
sus afrodisíacos vahos, eres ya un perdedor,
un
torpe enamorado de la nada.
Ninguna
ciudad se ama como esta, concluye el visitante.
Y
se marcha alucinado.
Aleisa Ribalta. (La Habana, 1971). Nacida en
Cuba. Reside en Suecia desde 1998. Es ingeniera de profesión y actualmente se
desempeña como docente de asignaturas demasiado técnicas como: Diseño de
Interfaces Gráficas, Diseño Web y Programación de Aplicaciones. Escribe desde
muy joven mayormente poesía. Alega que los lenguajes de programación son
también un modo de entender la comunicación y hasta de saborearla. Para la
autora, en esos símbolos para algunos incomprensibles está también la
literatura como forma vital de expresión. Talud es su primer poemario. Aquí
conmina sus miedos, convoca también a sus demonios y más que nada, rumia sus
lecturas en un ejercicio de humildad. Este poemario propone, lúdico, un pacto
entre el lector y esa voz desde el otro lado que le dice, no sin cierta lascivia:
"¡Salta!"