MARCELO DÍAZ

ANGELES LAKERS

La pelota de básquet con la que Kobe Bryant
cometió una falta en el foro del oeste
es la pieza de un tablero mayor contenido
en las múltiples conquistas de la memoria.
Papá me llevó al partido en una noche de verano,
la esfera rebotó en el apoyabrazos
y vino como un insecto radiante
rodeándonos en una columna de felicidad
como si fuera el abrazo entre dos gigantes solitarios.
Lo que parte y no regresa sino
en el ojo del olvido o de la imaginación según
la composición de las raíces del árbol familiar.
Menos ligados a cuestiones teóricas
avanzamos como frágiles globos de luz
para desaparecer en forma irreversible
en la penumbra de una pantalla oscura.

MONTAÑA

El polvo armado se arrastra
hacia el centro del templo.
¿Oís las canciones del viento
debajo de la superficie?
La demostración de fuerzas,
comparada con la basura acumulada
durante siglos, constituye
un mensaje por encima de las cosas.
Quién puede descifrar
el código de la sombra.

TIERRA

Por el camino de tierra —te decía— la camioneta de mi padre
inicia la temporada de caza. Lejos del puerto
la vegetación nunca crece. Despacio
descarga el arma, calibra el instante y el cielo
se agrieta en dos agujeros que perforan el aire.
La liebre envuelta en llamas rueda de manera
que el dolor desaparece al apoyar su cabeza
en nuestros pies como cuidándonos de la intemperie.
La imagen pintada con la delicadeza
de un animal dócil doblándose en el viento.
¿Habremos venido a despedirnos en este safari de película
como si el resto de la realidad careciera de existencia?
Ya no recorreremos el camino descendente
de los carteles indicando la sucesión de kilómetros
paralelos a los cables de alta tensión. Se mira
la misma cosa por años como si el impulso de las especies
se hubiera detenido ante la trayectoria
de la familia de perdigones. Y cuando
se observa el cuadro a la distancia
se vuelve un fuerte aliado
para convertir nuestro desconsuelo
en una forma de cobardía igual a la dinámica
de aquellos roedores corriendo
en plena fuga sin saber qué dirección tomar.


TORONTO

A lo lejos el ojo de los turistas advierte una pareja
como venida del Ártico ¿Interesa que
lleguemos disminuidos como las luces bajas
de un vehículo en la niebla espesa de las rutas?
Somos puntas de flechas con un recorrido programado
pero en un parpadeo la biografía que parece
tallada en granito cae en esta orilla indiferente.
Ayer nomás hicimos un nudo de oro o un amuleto
pero la alteridad por dentro del cielo estrellado
es un accidente de las simetrías. Si fuera físico
escribiría sobre cómo los movimientos de rotación
nos devuelven de un modo imperceptible
al mismo lugar como la arena de los acantilados
depositada en esta región del hemisferio.
Ni siquiera un radar de baja frecuencia podría
encontrarnos juntos tomados de la mano. El sonido
la lengua concreta de los espejismos no circula en el vacío.

SAMOA

En los instantes en que prometo preservar
las formas primarias del barro me siento
como esas familias de pescadores de la sabana
que usan redes y en ocasiones especiales
un arco desde los márgenes del río
manteniendo distancia del destino fatal de los peces.
Por la tarde soy el resplandor que se congela
en los brotes del durazno. No disponemos
de la materia para moldear variaciones.
Es posible que en los ojos de algún pez
se restituya la imagen del porvenir y al revés
es posible que el pez anuncie la estampida inminente
en los vientos de la furia. Quiero decir
soy yo, solo, y mi corazón, en otra parte.

KARAKURI

En la habitación no hay mucho más
que un gigante en miniatura
una esfera que al sacudirla
acciona un resorte como un juguete
o un reloj de cuerda. La pieza
ordena los estados de ánimo
en patrones intrincados como
los anillos protectores de los superhéroes.
Basta con hacerla girar
para que los ojos del pequeño golem
titilen como dos estrellas moribundas.
Oh tótem protector
me refiero al dictado de tu voz
al inútil glacial interior cantando
en la lengua desaparecida de los inviernos.
Si yo fuera el gigante
estaría calmo no sentiría vergüenza.
En el temporal
el frío bendice lo que congela.

LUMBRE

Lo que aprendimos es muy distinto
de lo que nos enseñaron.
Cada uno de nosotros a su modo
intraducible en una cuenta regresiva
como las flores de un árbol
en la mañana invernal.
Del otro lado del dormitorio
asoma el cristal de una cámara.
A mayor altitud como desde
un telescopio una ola
o una ráfaga de viento nos envuelve
en la premonición el deterioro
de los signos que dibujan
con señales confusas un ritmo nuevo.
Trato de pasar en limpio
las siguientes oraciones.
“No sé qué edad tendré
cuando esta voz se conecte al coro
o al cinturón familiar.”
Aunque no se entienda
tuve una cadena como un temblor dorado
y en una noche crucial
me quemé en su nombre.

KODA

Todo distanciamiento es un círculo
un anillo perfecto de lo que fuimos
y no somos ni seremos como monedas
depositadas en los ojos de los muertos.

RōNIN

Las hojas del árbol cayendo en hélices
semejantes
al tronco negro de tu descontento


 Marcelo D. Díaz 1981. Licenciado en letras. Premio Bienal Arte Joven Universidad Nacional del Litoral. Publicó en el año 2007 el libro de poemas “La sombrilla de Wittgenstein”                       (Reeditado en el año 2013 por Colectivo Semilla. Bahía Blanca). En el año 2011 publicó el libro “Newton y yo” (editorial Nudista). En el 2014 “El fin del realismo” (Viajero insomne). Y en 2012 publicó el ensayo “La máquina de enunciación K” con editorial EDUVIM. Participó en la antología de jóvenes narradores “Es lo que hay” llevada a cabo por Lilia Lardone en el año 2009 y de las antologías “Penúltimos: 33 poetas de Argentina (1965-1985)” selección a cargo de Ezequiel Zaidenwerg (UNAM.2014) y 20 años agarrándose los dedos con la puerta por Llanto de mudo ediciones (2015). Y en el año 2015 editó en coautoría el libro “Los fuegos de Orc: antología de poesía y ciencia ficción argentina” Textos suyos aparecen en las revistas ADN, poesíaargentina, Veintitrés, no-retornable, Otra Parte, Indie Hoy, Deodoro, Espacio Murena y Ñ.



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