Venimos hoy a
hablarles de la poesía. El tema está de moda. Es admirable que en una época que
sabe ser a un tiempo práctica y disipada, y que podríamos creer bastante
distanciada de las cosas especulativas, se dedique tanto interés no sólo a la
poesía misma sino también a la teoría poética.
Por lo tanto hoy voy
a permitirme ser un poco abstracto; pero, de ese modo, me será
posible ser breve.
Les propondré una
determinada idea de la poesía, con la firme intención de no decir nada que no
sea pura constatación y que todo el mundo no pueda observar en sí o por sí
mismo o, al menos, hallar con un razonamiento fácil.
Comenzaré por el
comienzo. El comienzo de esta exposición de ideas sobre la poesía
consistirá necesariamente en la consideración de ese nombre, tal y como se
emplea en el discurso habitual. Sabemos que esa palabra tiene dos sentidos, es
decir, dos funciones bien distintas.
Designa en primer
lugar un cierto género de emociones, un estado emotivo particular, que puede
ser provocado por objetos o circunstancias muy diferentes. Decimos de un
paisaje que es poético, lo decimos de una circunstancia de la vida, lo decimos
a veces de una persona.
Pero existe una
segunda acepción de ese término, un segundo sentido más estricto. Poesía, en
ese sentido, nos hace pensar en un arte, en una extraña industria cuyo objeto
es reconstituir esa emoción que designa el primer sentido de la palabra.
Restituir la emoción
poética a voluntad, fuera de las condiciones naturales en las que
se produce espontáneamente y mediante los artificios del lenguaje, tal es el
propósito del poeta, y tal es la idea unida al nombre de poesía, tomada
en el segundo sentido.
Entre esas dos
nociones existen las mismas relaciones y las mismas diferencias que las que se
encuentran entre el perfume de una flor y la operación del químico que se
aplica para reconstruirlo por completo.
Sin embargo, se
confunden a cada instante las dos ideas, y de ello se deduce que un gran
número de juicios, de teorías e incluso de obras están viciadas en su principio
por el empleo de una sola palabra para dos cosas muy diferentes, aunque
relacionadas.
Hablemos primero de
la emoción poética, del estado emocional esencial.
Ustedes saben lo que
la mayoría de los hombres sienten con mayor o menor fuerza y
pureza ante un espectáculo natural que les impone. Las puestas de sol, los claros de luna, los
bosques y el mar nos conmueven.
afectiva, los males
del amor y la evocación de la muerte son otras tantas ocasiones o causas
inmediatas de resonancias íntimas más o menos intensas y más o menos
conscientes.
Esa clase de
emociones se distingue de todas las demás emociones humanas. ¿Cómo se
distingue? Es lo que a nuestro actual propósito le interesa buscar. Es
importante oponer tan claramente como sea posible la emoción poética a la
emoción ordinaria. La separación es bastante delicada de realizar, pues nunca
se ha cumplido en los hechos. Siempre encontramos mezclados con la emoción
poética esencial la ternura o la tristeza, el furor, el temor o la esperanza; y
los intereses y los efectos particulares del individuo no dejan de combinarse
con esta
sensación
de universo, que es característica de la poesía.
He dicho: sensación
de universo. He querido decir que el estado o emoción poética me parece que consiste en una percepción
naciente, en una tendencia a percibir un mundo, o sistema completo de
relaciones, en el cual los seres, las cosas, los acontecimientos y los actos,
si bien se parecen, todos a todos, a aquellos que pueblan y componen el mundo
sensible, el mundo inmediato del que son tomados, están, por otra parte, en una
relación indefinible, pero maravillosamente justa, con los modos y las leyes de
nuestra sensibilidad general. Entonces esos objetos y esos seres conocidos
cambian en alguna medida de valor. Se llaman unos a otros, se asocian de muy
distinta manera que en las condiciones ordinarias. Se encuentran -permítanme
esta expresión musicalizados, convertidos en conmensurables, resonantes
el uno por el otro. Así definido, el universo poético presenta grandes
analogías con el universo de los sueños.
Ya que la palabra sueños
se ha introducido en mi discurso, diré de paso que en los
tiempos modernos, a partir del Romanticismo, se ha producido una confusión bastante
explicable, aunque bastante lamentable, entre la noción de poesía y la de
sueño. Ni el sueño ni la ensoñación son necesariamente poéticos. Pueden sedo;
pero las figuras formadas al azar sólo por azar son figuras
armónicas.
No obstante, el sueño
nos hace comprender mediante una experiencia común y frecuente, que nuestra
consciencia puede ser invadida, henchida, constituida por un conjunto de
producciones notablemente diferente de las reacciones y de las percepciones
.ordinarias del espíritu. Nos aporta el ejemplo familiar de un mundo cerrado
en el que todas las cosas reales pueden estar representadas, pero en
el que todas .las cosas aparecen y se modifican únicamente por las variaciones de
nuestra sensibilidad profunda. Es aproximadamente así como el estado poético se
instala, se desarrolla y se disgrega en nosotros. Lo que equivale a decir que
es perfectamente irregular, inconstante, involuntario
y
frágil, y que lo perdemos lo mismo que lo obtenemos, por accidente.
Hay períodos de nuestra vida en los que esta emoción y esas formaciones tan
preciosas no se manifiestan. Ni siquiera pensamos que sean posible. El azar nos
las da, el azar nos las retira.
Pero el hombre
solamente es hombre por la voluntad que tiene de restablecer lo que le
interesa sustraer a la disipación natural de las cosas.
Así el hombre ha
hecho por esta emoción superior lo que ha hecho o ha intentado
hacer por todas las cosas perecederas o dignas de añoranza. Ha buscado, ha
encontrado medios para fijar y resucitar a voluntad los estados más bellos y
más puros de sí mismo, para reproducir, transmitir y guardar durante siglos las
fórmulas de su entusiasmo, de su éxtasis, de su vibración personal; y, por una
afortunada y admirable consecuencia, la invención de esos procedimientos de
conservación le ha dado al mismo tiempo la idea y el poder de desarrollar y
enriquecer artificialmente los fragmentos de vida poética de los que su
naturaleza le hace por instantes el don. Ha aprendido a extraer del transcurso
del tiempo, a separar de las circunstancias, esas formaciones, esas
maravillosas percepciones fortuitas que se habrían perdido sin retorno si el
ser ingenioso y sagaz no hubiera acudido a ayudar al ser instantáneo, a prestar
el socorro de sus invenciones al yo puramente sensible. Todas las artes
han sido creadas para perpetuar, cambiar, cada una según su esencia, un momento
de efímera delicia en la certidumbre de una infinidad de instantes deliciosos. Una
obra no es otra cosa que el instrumento de esta multiplicación o regeneración
posible. Música, pintura y arquitectura son los diversos modos
correspondientes a la diversidad de los sentidos. Ahora bien, entre esos medios
de producir o de reproducir un mundo poético, de organizado para la duración y
de amplificado mediante el trabajo reflexivo, el más antiguo, quizá, el más
inmediato, y sin embargo el más complejo, es el lenguaje. Pero el lenguaje,
debido a su naturaleza abstracta, a sus efectos más especialmente intelectuales
-es decir, indirectos-, y a sus orígenes o a sus funciones prácticas, propone
al artista que se ocupa de consagrado y ordenado para la poesía, una tarea
curiosamente complicada.
Nunca hubiera habido
poetas si se hubiera tenido conciencia de
los problemas a
resolver. (Nadie podría aprender a andar si para andar hubiera que
representarse y poseer en el estado de ideas claras todos los elementos del
menor paso).
Pero no estamos aquí
para hacer versos. Tratamos por el contrario
de considerar los
versos como imposibles de hacer, para admirar más lúcidamente los esfuerzos de los
poetas, concebir su temeridad y sus fatigas, sus riesgos y sus virtudes, maravillamos
de su instinto. Voy a intentar en pocas palabras darles una idea de esas
dificultades.
Se lo he dicho
anteriormente: el lenguaje es un instrumento, una herramienta, o mejor
una colección de herramientas y de operaciones formada por la práctica y
sojuzgada a ella. Es por lo tanto un medio necesariamente burdo, que cada cual
utiliza, acomoda a sus necesidades actuales, deforma de acuerdo con las
circunstancias, ajusta a su persona fisiológica y a su historia psicológica.
Ustedes saben a qué
pruebas lo sometemos a veces. Los valores, los sentidos de las
palabras, las reglas de sus acordes, su emisión, su trascripción son para
nosotros juguetes e instrumentos de tortura a untiempo. Sin duda tenemos en
alguna consideración las decisiones de la Academia; y sin duda, el cuerpo
docente, los exámenes, principalmente la vanidad, oponen algunos obstáculos al
ejercicio de la fantasía individual.
En los tiempos
modernos, además, la tipografía interviene muy poderosamente en
la conservación de esas convenciones de la

En resumen, el
destino amargo y paradójico del poeta le impone utilizar una
fabricación del uso corriente y de la práctica para fines excepcionales y no
prácticos; tiene que tomar medios de origen estadístico y anónimo para cumplir
su propósito de exaltar y de expresar su persona en aquello que tiene de más
puro y singular.
Conferencia pronunciada en la Université des Annales
el 2 de diciembre de 1927, publicada
en Conferencia, 5, 1928. Recogida en el tomo
K de Oeuvres, Conférences, 1939.
Imágenes: Nguyen Thanh Binh